viernes, 22 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La luz

¡Oh, luz de Dios, estrella azul, que brillas en la altura!, canta la letra de un villancico, aunque a estas alturas de mayo no corran tiempos de mantecados, alfajores, roscos de vino ni villancicos. Pero la letra es preciosa.

Las catedrales góticas que nacieron bajo los cielos sombreados por nubes casi permanentes en los cielos del Norte de Europa abrieron en sus paredes enormes testeros ocupados por vidrieras maravillosas. Querían atrapar la poquita luz que se escapaba del sol escondido detrás de las nubes.

Sorprendentes son las vidrieras de Chartres, de Notre Dame, de Amberes, de Colonia… ¡Qué sé yo! No hay que irse tan lejos. Ver de amanecer dentro de la catedral de León es uno de los espectáculos más originales y más sublimes y más excepcionales con que uno puede encontrase. Todo es colorido; todo es una descomposición, en miles de rayos de luz.

No hay que esperar que asome el día detrás de los muros de ninguna catedral. Nos acercamos al solsticio de verano, amanece antes. A eso de las seis el cielo ya cambia de tonalidad. La oscuridad de la noche deja paso a una luz tenue; después el lubricán lo ilumina todo y, luego aparece el sol por el filo del cerro de la Fiscala… e impide que se le pueda mirar de frente.

Dejó Falla en su ‘Amor brujo’ escrito alga así como “ya está clareando el día, tocad campanas, tocad” y la orquesta llegaba al esplendor de su aportación. Esta mañana no era ninguna orquesta que tocaba músicas escritas por los hombres. No eran instrumentos metálicos ni timbales ni platillos ni la apoteosis…

Esta mañana tocaba toda la sinfonía del campo: cientos de pájaros daban la bienvenida a la luz; la partitura la había escrito una mano sublime a la que llamamos la mano de Dios. “Oh, luz de Dios, estrella azul que brillas en la altura”. Oh luz de Dios que haces que toque el campo y todo sea distinto, diferente, único… ¡Oh, Luz….!

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