sábado, 30 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestra: Rosalía de Castro

Era una mujer de mirada triste, perdida, lejana. Sus ojos apagados veían un más allá tan lejano que se antojaba un imposible. Barbilla pronunciada; boca grande; frente despejada y un caracol del pelo que rompía la monotonía de un peinado de aquella época.

Su cara era la expresión de quien vive un ensueño; una llamada a las meigas que  andan por alguna parte; una evocación a las brisas que juegan en los bosques; un sentimiento hacia los cantos de las aguas del río en la noches de brumas; un lamento del viento que se vuelve en la cumbres.

Un suspiro por reencontrar lo perdido y que alguna vez se tuvo pero ya no está. Se añora, se anhela, se desea: “Airiños, airiños aires, / airiños da miña terra; / airiños, airiños aires, / airiños levaime a ela”.

 Rosalía de Castro – que ese es su nombre – escribe en gallego. Su lengua materna, entonces,  desprestigiada. Se había perdido todo lo escrito en siglos anteriores y surge esta mujer como una de las grandes en la literatura femenina del siglo XIX.

Conoció la dureza del campo. Su mundo,  la lengua; sus costumbres. En la madurez se traslada a Madrid. Vive en la calle de la Ballesta; luego – después del matrimonio – su deambular es constate. Conoce la estrechez económica y la felicidad no llega a su casa; pasa de largo.

Mujer enfermiza, aquejada constantemente por el dolor y el sufrimiento. Su obra fundamental, dicen algunos críticos, es – prologada por Castelar -  ‘Follas novas’. La consideran en medio de la transición desde ‘Cantares  gallegos’  a ‘En las orillas del Sar’ su último libro de poemas…


Estremecedores, bellísimos. “Cuando pienso que te fuiste / negra sombra que me asombras, / a los pies de mis cabezales / tornas haciéndome mofas. (…) Eres estrella que pasa / eres viento de sopla”. Póngale voz de Luz Casal; música, de Carlos Núñez y escuchen y déjense llevar por esos caminos de delirio y…

viernes, 29 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Jordán

El río Jordán nace al norte del monte Hermón, recoge el deshielo y baja por tierras de Israel hasta el mar de Galilea, primero; hasta el mar Muerto, después. En sus inicios es un río níveo; en la mediación, frontera entre Israel, Jordania y Palestina; en su final un río con una enorme salinidad, superior incluso a la de los océanos.

El río Jordán es, también, un río bíblico. El evangelio de San Marcos lo deja claro: “y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían…”

En la pintura religiosa del Barroco – y, en la posterior – con ese nombre de “Jordán”  se conoce a los cuadros que recogen la escena del bautismo de Jesús. Los artistas siempre le concedieron un tinte de espiritualidad y recogimiento a ese momento en que se inicia la vida pública de Jesús.

Leonardo Fernández  ha pintado un “Jordán”. Lo ha donado al pueblo de Álora y se colgará en la parroquia de la Encarnación. El artista lo hace altruistamente y se ha contado con la colaboración de la propia Parroquia, la Caja Rural de Granada y el Ayuntamiento de la localidad.

El cuadro se ha presentado en la Agrupación de Cofradías de Málaga. Dentro de unos días, antes de su ubicación definitiva, se hará, también, en la propia localidad. El pintor ha combinado las imágenes del río Guadalhorce, con las de la localidad y el momento bíblico.

Los colores se han quedado para posar en el  lienzo. El agua es un chorro de vida y gracia – la Gracia de Dios –  corre por el Guadalhorce. Ya no es un río cualquiera; se transforma en el Jordán y Álora se asoma de puntillas y asiste a algo único, al que no falta ni la mismísima representación del  Espíritu Santo.


Leonardo es el pintor de lo primoroso; del día a día, de eso que a fuerza de verlo forma parte de nuestra vida, del quehacer cotidiano.  Y ahora va y nos ayuda, con lo difícil que a veces, es eso, a rezar. Vean, gocen. Que ustedes lo disfruten.

jueves, 28 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alfombra roja

Calle Larios se viste de primavera y alfombra roja; de muchachas guapas que no son artistas de cine pero que podrían serlo; de brisa que sube del puerto y viene cargada de sal y suspiros de sirena que se quedaron en alta mar para ver cómo pasan los barcos y los veleros y los cruceros que vienen… ¿de dónde vienen los cruceros?

Por Moreno Monroy se asoma la torre de la catedral. Asiste, desde su lugar de privelegio, a bullir de la vida diaria. Ve cómo se lucen las procesiones y la gente que va y viene; contempla muda los reecuentros de los que se vieron hace no más que un par de tardes pero,  parece que no se sabe – por a efusividad – cuándo fue la última vez que se vieron.

Calle Larios, toma nota, también, de la poca duración  de los comercios “trimesinos”. ¿Y eso? Sí hombre, el primer mes con la ilusión del que comienza; el segundo, el choque con la realidad; el tercero…¡ ay, el tercero! Echan las persianas. Son más fuertes los costes.

La calle ha visto, también, como cerraron otros comercios emblemáticos. La ferretería Temboury; el Banco Central que a diferencia de lo cantaba Sabina, pasó de sucursal a multinacional de ropa o la Cosmopolita, donde dicen que se sentaba, cada mañana, el perote. Pedía un café y, sobre la mesa, ponía un cartelito: ‘ni compro lotería ni me limpio los zapatos…”

El marqués sigue allí en su sitio. No está entre el Puente y la Alameda y no es por llevarle la contraria a María Dolores Pradera. No, no. Está entre el Parque y la Alameda. Mario Benlliure lo escupió en bronce y como hombre respetuoso (en aquel entonces, los hombres llevaban sombrero), se ha descubierto, lo porta en su mano la chistera y saluda a los transeúntes. ¡Qué cortés es usted, señor marqués!


La tarde se ha echado sobre sus hombros un mantocillo gris perla. De poniente han llegado algunas nubes bajas. La última punta de luz del lubricán se alarga por la Sierra de Mijas y calle Larios sigue de alfombra roja y primavera.

miércoles, 27 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de crepúsculo

El Barranco mira al pueblo desde enfrente. Está ahí, en su sitio, recostado en la ladera por la que la sombra del castillo se prolonga y baja y llega como los niños que jugaban “a pata coja”, en esas horas en que los niños se lo inventan todo, para salvar el desnivel hasta la plaza y luego…

¿Luego?, luego, el pueblo  remonta otra  vez el vuelo y sube y busca – siendo el mismo – otro cielo.
El Barranco – o sea, ese pequeño Albaicín blanco  y nuestro – es un vericueto de calles que se entrecruzan. Suben, bajan, llanean. Se paran aquí y allí;  toman un resuello y siguen y vuelven a empezar. El viajero mira, se asoma, ve  y se extasía con todo lo que sus ojos contemplan.

Una pared cercana corta el paso; la calle gira de pronto;  se va por otro sitio y,  dice que por aquí, no; por allí, sí. Sigue su curso, toma el destino que quiere, que para eso ese es su barrio y …

La luz de la tarde se viste de preguntas, de dudas,  de enigmas cuando el sol ya se ha ido por el Monte Redondo El viento puede aparecer por cualquier esquinar y, si ve a alguien, se da la vuelta y juega al escondite por las esquinas. Se alargan las sombras.

El lubricán es único. Se encienden las primeras luces del pueblo. Las ventanas de enfrente  son ventanas lejanas. ¿Quién habrá detrás de esas ventanas? ¿Quién pondrá barrera a los sueños ahora que se acerca la noche y todo se hace más íntimo, más intricado, más de puertas para adentro.

Están en silencio. No hablan las barandillas. Son barandillas de hierro barato, pobre. Son barandillas de un lugar donde no sobró nunca nada. ¡Cuántas veces habrán servido de soporte firme a manos inciertas que se asieron a ellas, como auxilio seguro, cuando flaqueó el cuerpo!


Reverbera la cal. No tiene humo el humero. Un artilugio quiere esparcir los aires, como quien avienta malos recuerdos  para que no revoquen dentro. Una mujer, probablemente vestida de negro, pasó muchas veces la escobilla por el muro liso. Dejó una impronta impoluta, como gotas derramadas de una Vía Láctea que va por otro cielo…  

martes, 26 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Tía Tula

Don Miguel de Unamuno veía los crespúsculos de Salamanca desde las orillas del Tormes. La piedra se tornaba dorada; el sol trasponía por el campo charro entre encinas y niebla y el frío jugaba al escondite por las torres de la Clerecía o entre los soportales de la Plaza Mayor.

Don Miguel iba de su cátedra a sus tertulias; de sus tertulias a sus libros, de sus libros a sus dudas y nos las fue dejando una tras otra, en su obra escrita, en sus pensamientos anidados que hurgaban en qué habría en el más allá. En ese punto oscuro que se pierde y cuesta tanto encontrar.

Rompió un poco el molde de su obra con La Tía Tula. Quizá también, en ese otro libro memorable, Por tierras de Portugal y España. Don Miguel por la cercanía y por reencontrarse consigo mismo anduvo por la Vera, por las Hurdes y por esas otras tierras a las que daba cobijo la Sierra de la Estrella.

La Tía Tula es un estudio de la soledad humana, pero no solo de la soledad del ser que busca en el otro el complemento que le falta. En la novela flota el erotismo sutil donde la mujer soltera deberá casarse con el hombre viudo para una perpetuidad de la herencia. Rosa – tía Tula - y Ramiro y los dos sobrinos son el eje de la narración.

España vestía de blanco y negro. Empezaban unas películas de color;  un color que venía con cine americano; de la mano de las grandes superproducciones, o en los equipajes de los turistas – industria sin humos – que limpiaban las chimeneas con demasiado hollín de sacristías y tabúes.


Miguel Picazo la llevó al cine, en 1964. Yo vi la película en el Albéniz. Eran los tiempos de las salas de Arte y Ensayo. Era el cine de calidad iniciado por Rossellini, Vittorio de Sica o Visconti al que siguieron Ingmar Bergman, Berlanga, y al que se unió Picazo con la Tía Tula. Dice el periódico que Miguel acaba de morir…  

lunes, 25 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Barcos

La marisma está esplendida en primavera. La marisma se recorta en la lejanía por unas montañas que se intuyen más que se ven. El cielo está limpio. Toda la planicie flota sobre una capa de plata; el agua está  ahí quieta y sosegada.

Arrozales, cañaverales, castañuelas y canales hacen un entramado imposible y el agua – o sea, la vida – está ahí y da cobijo a las aves que van y vienen, cada primavera, para cumplir el ciclo que manda la naturaleza.

“Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino…” lo escribió Federico. Lo acuñó para que nadie lo olvide y fuese un recuerdo permanente cuando él ya no estuviera, como también dejo dicho que “por el agua de Granada solo reman los suspiros”.

Otro poeta excelso, Juan Gaitán, acaba de publicar en su “Poema del lunes” que la luz se tiñe de azul bemol en alguna parte de otro abril,  y que el tiempo teje el olvido con delicadas hebras de agua… ¡Qué bonito, por Dios, qué bonito!,  y que solo – eso no lo dice Juan, lo agrego yo – hay que entornar los ojos para seguir soñando.

Y de pronto sin saber ni cómo ni porque Pilar cuelga una foto. Un barco cruza por el río. Me asaltan un montón de dudas y preguntas. ¿Irán cargados esos barcos en sus bodegas con mercancías de lugares lejanos? Sí. ¿Llevarán, también, consigo palabras tan bonitas como libertad, paz, amor, Dios…?

La copla ponía en labios del preso otras dudas; otras preguntas. No sabía si aquel barquito que cruzaba la bahía iba para Cartagena o para Almería. ¡Qué más da si la paloma tiene las alas recortadas y no puede volar!

Navega el barco majestuoso, despacio. Pavoneado en sí mismo. Lo ven pasar Coria y La Puebla y toda la marisma siente envidia de tanta belleza. Eucaliptos, chopos, alisos, álamos blancos sacan un pañuelo desde la orilla. Le dicen que no hay nadie que remate mejor con una media verónica como Morante…


Y, le susurran y le cantan al oído y le dice un ¡hasta luego!

domingo, 24 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle

La calle está en silencio. La gente se ha bajado a la procesión; otros, se han debido ir al campo, o sabe Dios dónde. Es domingo y los que salen lo hacen más tarde, como a eso de media mañana. Están cerrados los comercios. Una pareja de extranjeros toma algo, sentados a la mesa, en el bar de enfrente.

Pasa un grupo de  hombres. Hoy llevan otra ropa. Es una ropa distinta a la ropa que usan los días que no son de fiesta. No van a ninguna parte. Hablan entre ellos. Consumen esas horas largas, eternizadas que a la gente ociosa le atenaza los días festivos..

Hace un mañana de sol; espléndida. Es una mañana radiante de primavera. Oh, luz de Dios. El sol, después de unos días entre nubes, parece que ha salido con la fuerza contenida que lo ha tenido en penumbras durante unos días.

En la lejanía ya amarillean las lomas. Las cebadas tempranas están espigadas; se han encañado los trigos; las habas y las vezas van a los suyo. Los garbanzales están ahítos de verdor. Con estas lluvias de espurreo y el calor que se les viene encima corren peligro de que se rabien…

Pasa un gitanillo subido en un caballo tordo. Es un potro nuevo. Tiene bríos; buen paso. El niño le ha echado un ropón sobre el lomo y lleva en su mano izquierda una varilla ligera; en la otra sostiene las riendas de la cerreta. El niño es un gitanillo de pelo negro. Canturrea; el niño, en ese momento, es el ser más agraciado del mundo.


En las laderas de enfrente se oyen los mirlos. Cuando arrecia el calor del mediodía – porque ya suben las temperaturas a esas horas – los mirlos buscan los lugares húmedos y de sombras y dejan que pase el tiempo y aguardan las horas del atardecer que son más placenteras. 

sábado, 23 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Isabel de Madariaga

De joven fue una mujer de ojos dulces, pelo recortado y boca grande. Tenía la belleza extraña de quien esboza una media sonrisa y dice mucho. Era una Gioconda pero con más gracia; de mayor, el tiempo dejó su huella pero no perdió la profundidad de la mirada.
Nació y murió fuera de España. Anheló retornar; no lo consiguió. Tuvo un reconocimiento internacional; su país se lo negó. Es normal en esta tierra nuestra donde cuesta tanto prestigiar lo propio sobre todo cuando es alguien brillante y que sobresale a los demás.
Hija del político e intelectual Salvador de Madariaga y de Constance Helen Margaret, historiadora británica. Madariaga fue ministro en la República. De su padre heredó la riqueza de vivir en muchos sitios diferentes; de su madre, el amor por la Historia.
Isabel fue una luchadora desde la infancia. Políglota, hablaba francés, inglés, alemán, ruso, italiano y español. La BBC  la reclutó como traductora durante la II Guerra Mundial. Después trabajó, casi siempre, en el Reino Unido.
Fue la primera mujer que se matriculó en la Escuela de Estudios Eslavos y Europeos del Este en Londres. Experta en la Historia de Rusia publicó una de las obras cumbres sobre Catalina la Grande, poco aceptada por los historiadores rusos que se paraban en los aspectos de protestante y alemana…
Le podía la nostalgia. A su casa se llegaba a través de un pequeño jardín; a ella no le llegaba el reconocimiento - el franquismo prohibió su obra - de su propio país donde es una desconocida. Amó la tortilla de patatas y todo lo que le recordaba su tierra de la que se fue con ocho años.

Isabel vivía en una casa típica de Londres. Nonagenaria, sola entre libros y con papeles ‘muchos papeles por el suelo’. Donó su biblioteca al Estado Español. Los libros encerrados en cajas esperaban el momento de encontrar su sitio en la Biblioteca Nacional que escogió trescientos; el resto, al  IE University.

viernes, 22 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Perotes por la Perosia

El Evangelio habla de doce apóstoles. Un montón de discípulos y tropecientos mil seguidores. Empezaron en un lugar lejano, perdido en el mapa. Ellos andaban en otros menesteres y después recorrieron medio mundo. No es el caso.

Pizarro en la conquista americana, trazó una raya el suelo. Lo cuenta la leyenda.  Dijo que dando un paso al frente se iba al Perú. ‘Prometió’ fatigas, sinsabores; hambre; probablemente la muerte, pero – dicen que dijo – pasaréis a la fama. Tampoco es el caso.

Desde hace unos meses un grupo de amigos con algunas cosas en común: la jubilación; el recuerdo de niños que anduvimos las mismas calles del pueblo; deportes de equipo… y lo que es lo principal, la amistad y ganas, muchas ganas de pasarlo bien.

Parrita, lo bautizó como “Perotes por la Perosia”. Ahí nos las andamos. En el último desayuno ‘de trabajo’ se acordó que hoy, a mediados de abril, tocaba un arroz en Canca. El cocinero Pepe Rivero – oigan, para descubrirse - ¡cómo le ha salido! Y lo demá pues ya ustedes se lo imaginan.

Día fresco. Nubes altas, brisa ligera y una vista espectacular del río y de la vega y de los montes de enfrente y del campo en primavera. Fuimos llegando con la puntualidad de quien sabe que viene en hora.

Hemos sacado algunas cosas claras: hay que hacer una colecta para llevar a Juan, “el Clavellino’ a Lourdes. La Virgen tienen un trabajo ímprobo: devolverle el habla. Tenemos una duda. ¿Juan se callará debajo del agua?

Otra, estamos todos desganadillos, vamos con un apetito muy, pero que muy cortito y limitado. No se ha hablado ni de colesterol ni de próstata ni de política ni de mujeres, ni de… ¿entonces de qué se habla? Ah, el que quiera que vaya a Salamanca.

Y la tercera. Somos todos muy obedientes. Cristo en la última cena. Ofreció vino a los comensales. Y lo dejo dicho y redicho. Que lo hagáis en ‘memoria mía’ A ver, a ver quién es el guapo que no hace caso al Maestro.


Éramos veintiuno; al capítulo de la foto ‘finis’ faltan tres. Dos “rejuíos” por obligaciones de abuelos  y el fotógrafo que se las andaba en sus labores…

jueves, 21 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Abejarucos

Han venido los abejarucos. Los ha traído la brisa de la tarde. Han venido como se fueron; es decir, sin hacer ruido, casi en silencio. El piar ha llenado el cielo. Y, de pronto una banda – como un arco iris de plumas – llenó el espacio que se abría con un azul distinto, con ese otro azul con que se viste el cielo cuando quiere celebrar algo especial.

Se fueron con el otoño. Los que saben dicen que se van, y vuelven luego de sitios muy lejanos. Se vuelan más allá, mucho más abajo de esas arenas ardientes del desierto. Cruzan espacios largos y regresan, cada año, cuando el campo se viste de primavera, o lo que es lo mismo de trigos espigados, de almoradux en las laderas; de margaritas en los caminos.

Los abejarucos cuando pasen unos días y lleguen los calores de estío serán los únicos pájaros que pasean en esas tarde de fuego que abraza y achicharra. Ya habrán sacado sus crías. Volarán con ellos. Ahora, en la barranca del río, se van y se vienen y hacen esas oquedades largas como si fuesen constructores de su propio metro en una ciudad de cárcavas donde solo viven ellos.

Decía el poeta del campo José Antonio Muñoz Rojas que tiemblan las colmenas con sus presencias. Las abejas sienten el miedo de saber que su enemigo está cerca; las atacan sin piedad.

Otro poeta, también, del campo, Antonio García Barbeito, dejó dicho para quien quiera saberlo:  “(…) y me hablaba de la gran importancia de cualquier cosa pequeña y eterna: el vuelo de un abejaruco – ‘parecen nacidos del arco iris’-, el temblor de una rama, el sonido del agua del río, una luz echada sobre un verde vivo…”.


Ya están aquí. Los ha traído la brisa de una tarde de abril. Son compañeros del sol de primavera; son amigos de las flores y los tajos en las laderas del río, en las costeras del monte. Son esos pajarillos extraños de piar uniforme y mecánico amantes del calor sofocante del verano y que a mí me hablan de Dios cuando cae la tarde.

miércoles, 20 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Monet

                                                                                                          A Manuela

Hago caso a Manuela. Escucho a Faure: Pavaen, Op. 50 Paintings By “Claude Monet” Echo un vistazo a la obra de Monet. Me documento y…leo: nació en Paris, una mañana de noviembre. En noviembre, en Paris, siempre hay niebla y siempre hace frío.

Su padre dueño de una droguería. ¿Los negocios? ni bien ni mal sino todo lo contrario. Levantan el vuelo; se establecen en El Havre, ese lugar por el que el Sena llega al mar…

El niño Monet vive en el campo; el niño Monet tiene contacto con el mar. Ve veleros que cruzan por la costa; ve margarita y flores y estanques con agua donde le llama la atención, ¡y de qué manera! unas flores que nacen y viven en el agua. Son los nenúfares.

Monet está a caballo entre dos siglos. Viene al mundo en 1846. Muere, casi nonagenario, en 1926. Tiene influencias – él y todos los impresionistas – de Manet. Solo el cambio de una letra y mucho en común. Dos genios de la pintura.

Cèzanne dijo que: “Claude Monet no es más que un ojo, pero ¡qué ojo!”. Es el pintor del agua; es el pintor que pinta lo que piensa. Llegaron a decir que escudriñaba tanto dentro de sí que su pintura era una toma de conciencia.

Su vida, como la de tantos, tuvo muchos palitos en las ruedas. Infelicidad; luchas; poco reconocimiento social, en ocasiones, que lo llevan a una penuria económica solventada con las ayudas de amigos…

Con Renoir, Degas, Boudin, Pissarro, Cézanne…Les cabe la gloria de haber abierto una vía nueva en la Historia del Arte. Son los creadores del impresionismo; la corriente pictórica que cierra el siglo XIX y se adentra en el XX.

Luz, color, intensidad. Los pinceles dejan sobre el lienzo huellas profundas; fogonazos que llaman en la lejanía. Una inquietud constante. Muestran la realidad que les rodea pero de una manera diferente; o sea, del modo que ellos la ven.


Rompe con la oficialidad del Salón de Paris; se realiza, plenamente, en el Salón de los Rechazados. Después, viajes, y el jardín japonés en su casa de Giverny y la ceguera por las cataratas y operación y… la muerte que lo encuentra, en su lugar tan soñado de Giverny.

martes, 19 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y, de lo mío ¿qué?

La melancolía de la lluvia es propia de una tarde de otoño, de poema de don Antonio Machado, de canciones de Joan Manuel Serrat, de fado,  o de la música de Edvard Grieg con su obra maestra Peer Gyint.

La tristeza y la rabia y la impotencia son propias de otras situaciones. Uno no puede hacer nada;  se come las uñas – en sentido figurado, claro –. Se traga el telediario. Separa el humo del botafumeiro que da incienso a los propios; se queda  - lo intenta - con la esencia de la cosa.

España es un totum revolutum, - perdón por el latinazgo – pero a esto no hay Dios que lo entienda. Las necesidades de las gentes están apiladas sobre una silla. Esperando que los señoritos decidan ponerse de acuerdo y, entre todos, olvidarse de lo suyo y vayan a lo nuestro.

Lo contaban como anécdota. El hombre había metido el cuello al máximo. Ayudó al trepa de turno a llegar a donde el trepa aspiraba. El hombre se contentaba con obtener solo algo de lo que le habían prometido. Las dádivas corrían; las suyas, no llegaban. Él, en su ingenuidad, preguntada cada noche a don Paco cuando don Paco regresaba del casino. “Y, de lo mío, ¿qué?”

El problema de España es si Rita Maestre tiene que dimitir porque enseñó las tetas en la capilla de la Complutense, el niño de la Bescansa o si el Barcelona ha tocado fondo; si Messi tiene algo muscular o de poca vergüenza; si el señorito Julián sigue penando en la cárcel o de la boda gitana de la Línea… y así, hasta donde quieran.


Y, de lo nuestro, de las gente joven quemada y sin ilusión, de los parados que no encuentran un boquete, de los salarios de miseria, de la gente que duerme en la calle - de refugiados y esa gente no hablamos, esos no son nuestros – de los viejos solos, de… ¿qué?

lunes, 18 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pesadilla

La madre naturaleza, en algunas ocasiones  - el maestro Alcántara cree y yo, con él -  no se comporta siempre como una madre. Las madres son todas buenas; ésta, a veces, se empeña en llevar la contraria. O sea que ofrece la leche un poquito agriada.

Un terremoto de intensidad 7,8 ha barrido Ecuador. Ha sido algo considerable en la escala de ese estadounidense con apellido alemán Richter, que nació en Ohio y que se empeñó en darles puntos a los movimientos sísmicos como los termómetros a las calenturas de los niños o la federación a los equipos que compiten en la liga.

La onda expansiva del terremoto venía del mar; del Pacifico, por más señas.  Ese océano de Pacífico solo tiene el nombre. Vasco Núñez de Balboa no acertó con el nombre de pila. Ha sembrado de dolor y llanto a ese país y a parte de otros países que también lloran porque sienten cariño y simpatía por ellos.

Me lo contaban el otro día. Se instala una colonia de ecuatorianos en la zona. Surgen algunos ‘problemillas’. Un calé del Sacromonte granadino lleva la queja a la autoridad competente: “señoría, han llegado allí “unos payos ponis…”

En Madrid al cruce entre Hermanos García Noblejas, Arturo Soria y Alcalá, conforme se baja a Ventas le han cambiado el nombre. Se llama el “pequeño Quito”.

Bromas, aparte. Por lo visto lo único ‘grande’ de todo lo que concierne al tema ha sido el terremoto. Ha afectado a las zonas más pobres del país. Siempre se ceban en los más pobres. Es una constante; en las fuerzas telúricas, también.

Según parece la Madre Naturaleza  ha tenido poco control de mano. De un tiempo a esta parte viene siendo algo normal. En febrero, otra fuerza, el volcán Chimborazo tuvo una erupción. Las autoridades decretaron la alerta ‘naranja. Es la previa a la máxima que se proclama cuando se prevén cercanas las catástrofes.


Envían ayudas humanitarias; se han movilizado conciencias en muchos sitios. Ojalá la tragedia sea ya un punto y aparte, se imponga la justicia social y llegue a quien tenga que llegar la ayuda. Tengo mis dudas; serias dudas.

domingo, 17 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Malva

La tarde estaba de malva y gris; el horizonte era una línea difusa. Abajo, el mar tenía ese color raro con el que se viste las tardes de tormenta. El cielo era un hormigonado de nubes. No lo podía romper el sol. Las nubes, altas, demasiado altas…

Desde la cumbre el mar se abría lejano y difuso; la bahía hacía un amago de toro manso y peligroso. No quería rematar en tablas. La bahía apretujaba a la ciudad en un ¡ay¡ recogido ante el miedo de una cornada certera que abriría la femoral, que rompía en dos las carnes.

La tarde era opaca. No era una tarde de abril; no apuntaba a primavera. El coche rodaba raudo por la autovía. Otros coches iban más rápidos. La carretera era una capa gris que se escondía bajo las ruedas; la línea de separación de la calzada  un pespunteo blanquecino que se daban la mano entre sí.

Sobre el mar, unas millas adentro, se veía esa cortina de agua que se desprende, que baja de otras nubes negras y que dice que allí, llueve. ¿Hay algo con menos sentido que la lluvia sobre el mar? Eran rayones como de un niño que casi no sabe hacer garabatos ni palotes.

No era el mar de las tardes luminosas. No había ningún trasatlántico de los que hacen escalas en esos cruceros para turistas ricos. No había ningún buque de cabotaje – como los que utilizaba Josep Pla – de los que van de puerto en puerto y con unas letras muy grandes escritas en la popa: “Panamá”.

No había veleros blancos con los que sueñan los niños cuando se tuestan en las tardes de verano en la orilla y los ven pasar majestuosos, lentos, despacito como pases de toreros buenos, como verónicas que encienden el albero…


No había ese cresterío de olas como pañolitos blancos que saludan a las sirenas cuando se asoman con sus cantos y embaucan a los marineros. No; era una tarde rara de domingo de azules intensos, grises y malvas.

sábado, 16 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Renoir

Pierre Auguste Renoir es un pintor impresionista francés. Nació en Limoges en la mediación del siglo XIX. Buscó con ahínco la belleza plena. Las flores, el campo, el mundo que lo rodeó y la mujer fueron las obsesiones de sus lienzos.

Tuvo contacto, en la niñez, con los pintores que decoraban la porcelana en su ciudad. Renoir jugó a la decoración como los niños de Triana jugaban al toro con el sueño de una muleta en la camisa de niño pobre. Después vivió en Paris. Allí entró en contacto con el mundo de la música.

La pintura de Renoir es la eclosión del color y la belleza. Pintó el mundo que lo rodeó. Sus flores no son unas flores como las que pintaban otros artistas de su tiempo y sus desnudos no son una continuidad de los desnudos de Rubens. Renoir es uno de los grandes – si no el que más – del impresionismo.

Su pintura es sutil. Llena de matices, plena de luz y vibraciones; puntual y sin escorzos; pletórica como aquellas verónicas de Morante, una tarde de junio, en la faena memorable de 2013, en Córdoba,  al toro de Juan Pedro.

Renoir ve el mundo de una manera placentera. Sus cuadros son luz y color; un manual para entender la primavera. El color la exaltación de la armonía llevada a la variedad de matices en el máximo de su esplendor. Sale al campo; pinta lo que le rodea. Montmartre  - donde vive – es fuente para su inspiración.

Canta a la vida. Es la vida que él ve por las calles de París por el campo, por las orillas de los ríos. La ciudad – Paris, por aquellos años - estaba sumida en un mundo convulso de revoluciones y comunas y Renoir ve las flores de los parterretes de la Tullerías. “Sus flores, abren; sus frutos maduran”.

Le da una importancia enorme a la figura humana. Los ojos de sus mujeres miran y ven. Palpitan; tienen vida. Son una carga de sensualidad. Sus cuadros, la “celebración pagana de la gloria de la mujer”.


Murió de una neumonía; está enterrado, junto a su mujer, en Essoyes.

viernes, 15 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El hombre de blanco

Safo fue una mujer que escribía versos. Eran versos bellísimos. Ensalzaba el amor hacia otras mujeres. El amor ni tiene barreras ni tiene límites. Quien le ponga cortapisas al amor se equivoca. Safo tomó el apellido de su tierra y, desde siempre, se conoció como Safo de Lesbos.

Lesbos está a tiro de vista de Turquía, o lo que es lo mismo muy cerca del Asia Menor. Los griegos están en Lesbos desde que se pierden los recuerdos en el tiempo. Por allí pasaron los hititas; el padre Homero habla de ellos en la Ilíada. No todos los pueblos tienen ese honor.

Las aguas limpias y cristalinas del mar Egeo bañan los acantilados. Llegan hasta la orilla. Los atardeceres, placenteros; el cielo de un azul intenso; la caliza de sus montañas hacen que el mar, en algunos puntos, sea un mar profundo y enigmático.

En Lesbos dicen que viven de la agricultura: olivos centenarios, acebuches entre roquedos; llanuras fértiles de cereales y frutas, todas las frutas que desde siempre han cultivado los hombres del Mediterráneo, y del turismo.

Hasta aquí la poesía. La realidad es otra. Muy cerca de la isla paradisíaca - al otro lado del mar - la gente se odia; se matan. Un horror; se destruyen ciudades y están casi a punto de acabar con una civilización. Otra gente huye. Tienen miedo. Lo han perdido todo, menos su pasado.

Llaman a las puertas de Europa. Quieren refugio; una tierra nueva. No es el primer pueblo que camina despavorido. Se han echado al mar que no es tan poético como yo les hablaba antes. Es un mar sembrado de muerte.

Europa los ha recibido con una larga cambiada. Deportación y pago a Turquía para que los acoja. Grecia dice que ellos no pueden; los pueblos vecinos ni pueden ni quieren. La tragedia es la noticia del telediario de cada día.


El hombre que viste de blanco y vive en Roma va mañana. Su visita a los refugiados – seguro que intentarán llevarlo a otro sitio – se burlará de las alambradas porque su sola presencia ya es la denuncia ante las conciencias adormecidas y que miran para otro lado.
Un policía griego observa la llegada a Lesbos de una embarcación con inmigrantes ilegales y refugiados procedente de las costas turcas

jueves, 14 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pañuelo naranja

Se llama “Cobradiezmo”. Está marcado con el número 37; pelo cárdeno, pesó 562 kilos y es de la ganadería de Victorino Martín. Lo lidió Manuel Escribano…El presidente - el público, también - de la plaza más entendida de España (lo que es decir, del mundo) dijo que se vuelve a la dehesa: las Tiesas de Santa María.

Lo lidió Manuel Escribano. Un torero de Gerena. No tenía ‘sitio’ entre la nómina de ‘figuras’. Las figuras torean otras ganaderías. A partir de ahora entra en la historia de la Sevilla taurina; muchas figuras, no.

Salta la noticia. Perdonan la muerte a un toro en Sevilla. La Real Maestranza tiene más de doscientos años; el segundo, que se indulta… Es un bofetón sin manos – con dos pitones, eso, sí,  bien puestos – contra tanto torito de factoría, contra tanto descafeinado y sucedáneo, contra tanto cuentista que hace demasiado daño a la Fiesta…

Las Tiesas de Santa María son tierras cacereñas. Cerca de Cañaveral; a orillas del Tajo. El río de Garcilaso, que remata en la hoz de Toledo como los toros bravos rematan en tablas. El Tajo cruza por otras sierras y por las tierras pizarrosas de la dehesa extremeña. Un pantano lo remansa; luego, sigue camino a Lisboa…

Victorino Martín, el ganadero; un hombre hecho a sí mismo. Rudo, serio, con inteligencia natural de los que conocen a los cojos tendidos. Ve lo traspuesto;  un hombre de campo.

 “Una ganadería es un territorio de románticos cuidado por románticos”. Lo dijo Barbeito en la presentación de los carteles de la Feria de Málaga. De esto hace unos años. Venían, a la ‘ciudad del paraíso’,  los “Vitorinos, leyenda de sangre y gloria”.

Hoy, en el mundo taurino, son más leyenda aún. Ya son historia. El nombre de este toro se escribirá con letras doradas. Vuelve a la ganadería entre jaramagos, margaritas y cantuesos; entre encinas y retamas; acebuches y enebros.


El viento llevará su nombre, por la soledad de los campos, en las noches de invierno. Otros toros sabrán del hecho y conocerán que allí, echado en el pedregal al amparo de rocas de granito, él capotea el tiempo; se llama “Cobradiezmos”. Sevilla tuvo que ser….

miércoles, 13 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Campanas

Tocan las campanas. Demasiados toques de campanas. A muerto; a repique; a fuego, a misa de las de antes; a no sé qué puñetas tocan  algunos días las campana. Campanas lejanas perdidas en campanarios de ciudades bellísimas; otras, menos agraciadas. Campana de catedrales con mucha historia en sus muros, de pueblos, de ermitas, de espadañas…

José Luis Martín Vigil - murió en el olvido - fue un jesuita que escribía sobre temas sociales. A los jóvenes que transitábamos por los años sesenta y setenta del siglo pasado se nos hacía familiar. Muchos lo leímos. Su título estrella: “Cierto olor a podrido”. Retrató parte de la España de aquellos años.

Leímos, también, a Pérez Lozano. Escribía de otras cosas,  “Las campanas tocas solas”, o Hemingway “Por quien doblas las campanas” que hablaba de guerra incivil. Eran otros mensajes; otras campanas. Ahora tocan campanas con sones muy diferentes. El refranero que es muy sabio dice que “cada campana da el son que tiene”.

Abruman los telediarios. Casi no se pueden abrir los periódicos. La radio es un bombardeo continuo: papeles de un sitio lejano al que bañan el Atlántico y el Pacífico; detenciones por dinero que viene de los paraísos fiscales; otro dinero, de un lugar que fue paraíso y, ahora es infierno…

Aflora podredumbre de los escondites más insospechados. El olor es cierto; la podredumbre, también. Dan nauseas algunas de las noticias que afloran. Nos dejan sumidos en el mayor de los desconciertos. Cuesta creer muchas cosas. No cabe un golfo más por metro cuadrado se ande cómo se quiera por los cuatro puntos cardinales.

Hablaba la Biblia de Sodoma y Gomorra, y de la ausencia de personas  justas por las que al menos, una, le librase de la maldición. No hubo ni una sola. ¿Estaremos en una situación similar a aquella?


El campo está ahíto de flores; una abubilla picotea por el camino. Tiene plumas de colores; preciosas; su nido, fétido. Como el nido de algunos protagonistas de estos días. Pasan las nubes; van para alguna parte. ¿Qué  escándalo que saltará mañana?

martes, 12 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Primavera

Se ha vestido el campo como las niñas quinceñas para ir a la fiesta. O sea, de nuevo. Tiene sus mejores galas. Un manto verde y un cielo azul con pespunteo de nubes blancas y, por en medio, un río de agua clara que viene de dónde solo ella sabe y va donde quiere.

La tarde invita a echar un rato con San Juan de la Cruz. Y es el momento de preguntar por todas aquellas cosas que preguntaba el fraile que hablaba con la Naturaleza - o Dios, que es lo mismo - con la inquietud de quien busca y busca y sabe que lo tiene al alcance de la mano y...

Me asombra cómo pudo escribir este hombre unos versos tan bellos, sin papel ni lápiz, encerrado en el sótano de una cárcel de Toledo. Me asombra cómo la retentiva de su cerebro pudo conservarlos tanto tiempo dentro. A lo mejor es que él llevaba la poesía como llevaba el hábito, es decir, puesto.

Resuenan y ¡miren que todos los años vienen una tras otras las estaciones! esas respuestas de "mil gracias derramando..." y lo que sigue después, y que sabemos a fuer de repetirlos, y que pasó con presura, y que con sola su mirada los dejó vestidos de su hermosura...

El campo está precioso. Las encinas, cuajadas de bellotillas tiernas que ahora no son más que una esperanza apuntando en sus ramas. Los olivos tienen toda la trama encima. Dentro de unos meses serán ungüento divino y dorado.

Se ha vestido la parra de pámpanos. Tiernos, delicados, sutiles. Ya apuntan algunos racimos. Muy pronto serán altar de Corpus. Compartirán sitio con espigas de trigo nuevo: "el vino y el pan". Cuerpo y Sangre de un Cristo que sigue viajando en barcos de refugiados devueltos. ¡Puñetera vida!

"Las montañas..., los valles silenciosos..., los ríos sonoros". Seguía Juan de Yepes en esos diálogos entre Amada y Amado y, entorno los ojos y dejo que pase el tiempo y siento la luz dorada que traspone y la noche que llega y...

lunes, 11 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de abril

Al atardecer cantaban los mirlos en el soto del arroyo. La sinfonía era única. La tarde se iba con lentitud y a uno le invade un gozo enorme cuando asiste a estos espectáculos breves y singulares, al mismo tiempo que siente cómo brota la melancolía más íntima en lo más profundo. Parece un contasentido; no lo es.

Debe haber un nido cercano a la casa. En el pimpollo del almecino cantaba y cantaba, sin cesar, un carbonero. Era pura delicia escucharlo. Iba a lo suyo. Lo contemplé durante un rato. No se movió. Es más, creo que ni me echó ninguna cuenta.

El periódico trae noticias de desencuentros. La gente no se entiende. ¿Será que no quiere entenderse? Cuesta pensarlo. Dan pie a ello. Hay cosas imposibles que se consiguen; otras más simples… ¡Cuestan tanto!

Pasa por la calle una pandilla joven. El mundo está en sus manos. Llevan – algunos – la mirada atrapada en la pantalla del teléfono móvil. Me asombra la vida social que tiene esta gente. Siempre se las andan en una comunicación con alguien.

La tarde lluviosa de abril está preciosa. Han caído varias bruscas. Se han escapado a voleo. Cómo y por donde han querido. Después de la lluvia El Hacho se ha coronado de azul pureza. El agua de abril es buenísima. Los viejos dicen que ‘abril hace al campo’. Este año me temo que viene tarde.

Están espigados los trigos. Un amarillento de madurez prematura se ha extendido como un manto sobre las lomas. Esta mañana en el bar hablaban entre sí. La conclusión, clara: “el campo ya se ha ido”. Los bordes del camino están ahítos de margaritas; hay algunas amapolas y florecillas lilas, muchas florecillas lilas, azules, violetas…


La tarde me recuerda a aquellas tardes en que Juan Ramón le hablaba a Platero y quería enseñarles las rosas azules, las rosas blancas…

domingo, 10 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Libros

Lo dijo Pessoa: “vivir es ser otro”; leer, también. Hace unos días, en Encinasola, Tomás López me regaló un paquete de libros. Etnografía estudiada, querida, hurgada palmo a palmo como quien busca la aguja en el pajar y, además, la encuentra.

Tomás ha escudriñado a su pueblo. Lo ha dejado sobre el blanco del papel. Bueno, a la fiesta también se han unido - porque el autor lo ha querido, Valverde del Camino, donde trabaja en su Instituto – y del que ha publicado, al menos a mí me he ha regalado tres, y Barrancos que está en la otra orilla.

Ha tocado el andar de la vida diaria: Retazos de recuerdos acurrucados en el folclore o sea, el saber de pueblo que lo crea, lo guarda y, luego, lo trasmite para los que vienen detrás, y así hasta un total de quinientas coplas que se dan la mano con el folclore cantado del pueblo de enfrente, Barrancos.

Hay mucho amor y mucha sabiduría en ese Cancionero de Encinasola. Hay un recuerdo a tradiciones perdidas como cuando compartían romería, barranqueños y marochos. Una joya; una delicia. “La Virgen de Flores dice: / no me llaméis portuguesa, / soy Reina de Andalucía / de los pies a la cabeza”.

Recorre Tomás el año casi como quien desgrana las cuentas de un rosario con sus días y sus noches: “A la una canta el gallo, / a las dos la cotovía, / a las tres el ruiseñor / y a las cuatro ya es de día”. Profundiza, trae aromas de siega: “dediles” y “manijas”, de la era y la parva; de días fríos del otoño de aceitunas y montaneras; de la Navidad que llegaba…

Rompe tópicos. ‘Azinhasola’ – Encinasola de los Comendadores, Encinasola de Peñaparda…- Reino de León a pedir de mano. Algo parecido con el difundido carácter fúnebre de la danza del pandero. Afianza la esencia de un pueblo con sabor, con mucho sabor.


Imposible en esta líneas hacer un recorrido más largo; tampoco es el objetivo. Es primavera; está la Dehesa en flor; la Virgen de Flores, en su ermita…“Ojillos negros tenía / quien se llevó mis amores / yo la vi en la romería / de nuestra Virgen de Flores / y la Virgen parecía”. 

sábado, 9 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fantasías

Al niño, una vez, le dijeron que bajo El Hacho estaba escondido el mar. Nadie lo había visto pero el año que la tormenta mató al Macareno, el mar  - el mar que estaba agazapado en aquel interior - rugió como no lo había hecho nunca y, entonces, los  hombres mayores sintieron miedo.

Escuchaba, también  que,  a veces, cuando iba a cambiar el tiempo, antiguamente, se escuchaban los ‘Cañones de las cuevas de Rota’. El niño ni sabía dónde estaba Rota ni qué era aquello, pero sí que, en ocasiones, se producían unos zumbidos tremendos. Eran ecos lejanos,  secos, prolongados, perdidos. Antes de tres días cambiaba el tiempo.

El niño, un día con otros niños, subieron al Hachuelo que era una manera de llevar a cabo una aventura que parecía una aventura tan grande que solo podrían llevarla a cabo algunos niños que amaban la aventura y el riesgo.

Desde El Hachuelo no se veía la cruz que coronaba El Hacho porque la tapaban otras rocas. Lo que sí veían abajo, junto al campo de fútbol, eran las chumbas del ‘Veneno’ y la Jerriza y las cabras que careaban por los olivares…, y si algún hombre había subido por esparto, entonces les decía a los niños que allí no debían estar…

El niño, cuando se hizo mayor, supo que El Hacho cambiaba su cara varias veces al día y que según desde dónde se miraba mostraba una cara diferente, con las figuras más raras.

Unas veces se parecía a la efigie de Gizeh, recortada en el azul del cielo; otras, era un perro, tendido y con su cabeza fija mirando a la cruz; un recorte de la caliza parecía la puerta de la iglesia; una configuración, en una oquedad, los pulmones del Señor…


El niño leía mucho a un hombre que escribió unos versos preciosos. Hablaban – los versos – de una ida, del pueblo que se haría cada vez más grande. De un pueblo blanco, como era su pueblo y de pájaros cantando y de un cielo azul y de un pozo y…

viernes, 8 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Feria

Hace unos días comenzó la primera feria taurina del mundo. O sea, empezó la Feria de Abril; Sevilla, por más señas. Real Maestranza de Caballería y el río que pasa tocando de refilón los labios de su albero como en los besos prohibidos.

En Sevilla se impone el arte. Sevilla, de los ‘oles’ aunque, a veces, aparezca el ‘¡ay!’ Ya saben, cosas que pueden ir de la mano. Aquí prima el toro en la belleza suprema de uno de los animales más hermosos del campo; el búfalo – o su sucedáneo – para otros sitios.

Me dirán que hay mucho tópico. Es verdad. La giralda que se asoma; el silencio en el comienzo de la faena de muleta; que si chaqueta y corbata y el sol pegando; plaza incómoda  - como casi todas – y las rodillas del que está detrás, clavadas en la espalda.

Mujeres con una flor caída en el pelo; esos clarines que abren plaza; ese público que aplaude al maestro cuando después de tres avisos le echan el toro al corral. Hay que saber mucho de toros para comportarse así…

He leído, cada día,  las reseñas de las ganaderías que han llegado a Sevilla. Abrieron feria los hermanos Tornay; los toros pastan  en Guillena. Los de Torrestrella, en los campos de Medina- Sidonia; ayer, vinieron desde el Puerto de la Calderilla,  los de Pilar; hoy, Victoriano del Río…traen aires de la sierra madrileña.

Dehesa de la Sierra de Sevilla, encinares y alcornoques; lagunas de la Janda con carga de Historia – de la Historia de España -  de siglos en Medina-Sidonia; campo Charro, entre los ríos Huebra y Yeltes, los dos ríos más toreros de Salamanca; o ese frío que baja del Guadarrama para purificar la Villa y Corte… 
  

El cartel, de los de no hay billetes. ¿Luego? Luego, lo que Dios quiera. Por el aire flotan las faenas antológicas de Joselito y Belmonte;  Rafael del Gallo y Pepe Luis; Curro Romero y Morante…Feria de Abril con cierre de Miura; “Y, Sevilla”, en palabras de don Manuel.
Pimer toro de la tarde, Beato, de 579 kilos, con guarismo 2

jueves, 7 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Río de luz

Y, las luces juegan al escondite cuando abre la mañana. Y el río se va  - “a la vez, quieto y en marcha” vio Gerardo Diego a otro río- buscando la mar que lo espera con los brazos abiertos, como la madre recibe al niño que, sudoroso, llega corriendo por la calle…

Y la mañana se llena de pájaros. Los pájaros siempre cantan al amanecer. Los pájaros reciben a la luz porque en ella les va la vida. Entonan una sinfonía de trinos de mirlos, chamarines, verderones – los ruiseñores fueron los pioneros; cantaron antes, cuando todavía no había apuntado el día – carbonerillos…

El río habla en su quietud. Tiene un diálogo continuo con los carrizos de la ribera. Seguro que le habrá preguntado cómo andan los anidamientos de los patos y cómo se las arreglan las cañotas para darles cobijo a esa piarilla que nada detrás de la madre.

Las ramas de los eucaliptos son los puntos de observación de los cormoranes. Ven cómo suben de Sanlúcar con la marea esos barcos – bueno, también ven otros barcos a modo de lanchas rápidas que llevan ‘otras’ cosas – que vienen con mercancías, con gente que se recrea en el paisaje y suben lentos.

Los barcos, algunas veces, cuando pasan cerca de los pueblos tocan  las sirenas y saludan a una niña que mira por la ventana… ¿Con quién sueña la niña que mira por la venta y pierde la vista más allá del río?

En algunos pueblos, las campanas del campanario tocan y les hablan de tú a los barcos. No lo ve nadie. Solo el viento sabe que se entienden entre ellos y, entonces, la brisa lleva un susurro de misterio.

El río tiene encanto; el río tiene su sueño que se lo guarda dentro. El río está ahí desde siempre y tiene dos orillas – como todos los ríos – pero en este río sus orillas están llenas de poesía y de toros que comen margaritas para abrir la puerta de chiqueros de la Maestranza en una tarde de feria.


El río, ¡ay, río de Sevilla! que le das envidia a la Giralda y al puente quieto que ve cómo pasa tu agua y, en una mañana de abril, dices que eres tú, solo tú, único tú.