miércoles, 6 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Toñi

A la casa de Toñi llegan cada mañana las brisas que suben de la mar. Vienen cargadas de sal y brea, de cantos de caracolas y rumor de olas de espumas de nácar blanco. La casa de Toñi tiene un patio con azulejos y flores, muchas flores. Toñi vive en un patio donde la luz juega, cómo quiere y cuándo quiere al escondite.

Toñi – Antonia Díaz Blanco – se llevó consigo la cal de su pueblo y el cielo azul que vio de niña y de muchacha. Junto a la orilla de la mar por donde las sirenas cantaban a Ulises,  forjó su vida y dejó tras sí una estela como los barcos que casi ve desde su ventana, pero no era de espumas sino un surco, de arte y buen gusto.

Tiene unas manos primorosas, un sentido del arte fuera de lo común y, una manera de ver las cosas de modo diferente como solo las ven las personas que llevan mucho arte dentro y, además, lo regalan para deleite de todos.

Dice la mitología que Penélope destejía por las noches el trabajo hecho durante el día. No es el caso. Ella lo deja descansar; lo retoma y, luego, avanza y avanza con la dedicación de la hormiguita que acumula horas y más horas de trabajo.

Toñi le habla de tú a los todos los grandes de la pintura. Su casa es un museo ‘diferente’. Desde sus paredes se puede saludar a los que se rifan los mejores museos del mundo. Nunca ninguno pudo soñar que los ojos de esta mujer llevarían, combinando cientos de hilos, lo que ellos dejaron impreso con el pincel en el lienzo.


Sus cuadros no son unos cuadros al uso. Su obra es el resultado de la paciencia. Belleza y primorosidad cogidas de la mano. Dedicación y selección. Sorpresa; muchas horas de hacer  y un dejarse las pestañas  Toñi trabaja un bordado que los que saben lo llaman punto de cruz. Toñi es una artista de cuerpo entero.

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