martes, 30 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del tren del viento

                                  

La chica tomó el tren del viento una noche fría de invierno. Se fue a alguna parte. Se lo comunicó solo a los más íntimos y el jefe de la estación, cuando le preguntaron, a la mañana siguiente si la había visto, dijo que cogió el tren que pasaba por la estación a media noche.

La chica huía de algo imposible. Huía de sí misma. Cuando el tren se acercaba a la estación sonaron los timbres de las barreras del paso a nivel. Los semáforos rojos lanzaban destellos intermitentes. Avisaban a los posibles usuarios de la carretera.

Por la carretera a aquella hora y aquella noche no venía ningún coche. Por la carretera no venia nadie. Todo era un formulismo de seguridad. El tren aminoró la velocidad cuando entraba en la estación; luego, se detuvo. La chica buscó el número del vagón al que tenía que subir. Había muy pocos viajeros aquella noche en la estación. En otro vagón diferente, también, subió alguien…

Partió el tren. Con un ruido sordo se echó a andar. Cuando el tren traspuso por la curva de la estación se hizo un silencio enorme. El jefe cerró la puerta de su despacho con llave. El jefe sabía que ya no vendrían más trenes hasta que llegase el primero de la madrugada. Él estaría toda la noche en vela.
Aquella noche fría de invierno la chica fue a alguna parte. El tren pararía lejos. Muy lejos. 

Probablemente con las primeras luces del alba, el fulgor del amanecer pondría algo de claridad a muchas cosas. Entonces…, pero ¡para entonces!

El tren del viento surcó los campos helados. Los árboles eran fantasmas; las estrellas, luminarias lejanas; de vez en cuando brillaba, por un reflejo extraño, el agua de los ríos. Cuando el tren del viento cruzaba los puentes de hierro, un ruido metálico rompía la monotonía….


No se supo nunca en que estación se apeó la chica del tren del viento. No se supo nunca la lucha que mantuvo consigo misma y dónde terminó su huida. Son cosas que ocurren algunas veces, cuando llegan las noches frías de invierno…. 

lunes, 29 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La noche

                                                           

Se asoma el pueblo al Tajo - al Tajo del arroyo Hondo - como quien busca la brisa que trae algo nuevo. Tiene el embrujo y el misterio de la luz que juega con las sombras. Todo es antojo, todo es ese resuello contenido por dentro; todo es encanto.

Felipe ve lo que todos miramos, pero sólo él ve, - porque Felipe ve con ojos de artista - y en este caso con privilegio doble. La foto la sacó una noche cualquiera desde el balcón de la casa de su madre, y como Felipe es así pues va y nos las enseña y nos la regala y nos da envidia porque a todos nos gustaría ver desde la ventana de nuestra casa algo tan bello, tan extraordinario, tan único.

Es el casco antiguo de un pueblo viejo. Un pueblo viejo que como en los versos de Juan Ramón “se hace nuevo cada año” y va crece y sube y trepa y construye, sobre otras  casas que ya estaban, casas nuevas y aparece lo que el artista capto, con su maquina, aquella noche.

El Tajo se eleva sobre el arroyo Hondo, el que viene de las estribaciones donde se dan la mano El Hacho y el Monte Redondo, tierras arriba de la Dehesa de la Villa. Tiene por vecinos el arroyo, claro, dos ‘padrinos ilustres’: la Viñuela del Soldado y el Pago del Baece.

La Viñuela perteneció a Cristóbal Sánchez,  vecino de Álora,  - “Cristóbal Sánchez, soldado” -.  Así figura en el censo de 1561 que el rey Felipe II manda llevar a cabo para el cobro de las alcabalas y las tercias reales;  Alí ben Falcún El Baeci, penúltimo alcaide del castillo, le da el nombre al pago…

Y entre la Historia, la grande en la que se hallan inmersos todos los pueblos, surgen los testimonios gráficos que fijan los recuerdos, que se engrandecen, ¡y de qué manera! Todo eso que duerme, que está como echado y como en el arpa de Bécquer, espera la mano que arranque la notas…


 Esta noche, una noche cualquiera, fue Felipe, Felipe Aranda, el encargado de hacer hablar al silencio. Y nos dejó, su duende.



domingo, 28 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Els vells amants

                                               

“Sus cabellos que el tiempo ha vuelto blancos /  sus manos nerviosas y arrugadas /  y un poco triste  la mirada….” Cantaba Serrat cuando éramos jóvenes y pensábamos que la vejez estaba muy lejos. Tan lejos que nunca vislumbramos que algún día tú y yo seríamos unos viejos amantes.

Tus carnes eran prietas; tu mirada buscaba lo lejano. Tus ojos, ¡ay, tus ojos! Miraban desde lo más hondo con esa profundidad que solo encierran quienes llevan mucho por dentro y tienen el deseo y la necesidad de entregarlo a quien lo reclama en silencio, a quien aguarda cada amanecer que venga el día y cada crepúsculo que llegue la noche.

Tu paso era firme y seguro. Tu caminar erguido.  Hacías frente a los vientos y no tenías miedo a nada ni a nadie. Capeaste temporales y lluvias. Saliste adelante y yo, yo, siempre iba de tu mano. Asido como el niño que busca la seguridad junto a ti.

Se han quedado un poco ancladas en el tiempo las rosas de abril. ¿Te acuerdas, aquello de “per Sant Jordi ell li compra una rosa / embolicada amb paper de plata”? Porque nunca te faltaron las rosas en abril - lo del libro es otra cosa - ni las calores del verano.

Fíjate lo que son las cosas. Se han quedado antiguas las radios. Han venido otros medios. Las han empujado. Han ocupado sus sitios. Nos han empujado a ti y a mí. Aunque tú me lo has preguntado muchas veces: “estàs be”? Y ya sabes cuál ha sido mi respuesta.

No se ven pero sé que palpitan las estrellas; esas que tú y yo hemos mirado tanto. Están escondidas en la niebla. El viento es gélido. Tú y yo solos. De espaldas a todo. Poco a poco nos soltaremos la punta de los dedos; después, nuestras manos. Te vas… Te vas año de  Gracia de dos mil catorce del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo…

sábado, 27 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estorninos

                                                           

Esta tarde  se han venido los estorninos a los cables de teléfono junto al camino de los Aneales. Vienen, se posan y arrancan de sopetón una volada en círculo; luego, vuelven. Así llevan un rato. Se dan un paseo por el cielo limpio de este casi estrenado  invierno, como quien va a alguna parte y, a medio camino, desiste.

Puede que los estorninos se las anden de cónclave o esperan la orden del jefe que diga dónde hay que retirarse. Alguien me dijo que todos los pájaros como los hombres siempre obedecen a una voz que no escucha nadie. ¿Cómo la voz del amor? Puede…

Los nogales y los almeces, se han quedado sin hojas; los granados están esqueléticos; los plátanos orientales que orillan la vía por donde está el derrame del agua de la Fuente de la Manía tienen sus ramas desnudas. Entre ellas juega y corretea el viento a su antojo. No ofrecen ninguna protección.

Cada mañana los estorninos suben hasta los olivares. Antes, cuando había ‘suelos’, ellos tenían comida para muchos días. Ahora, se les acorta el tiempo con eso de las varas vibradoras que mueven las ramas y los toldos para la recogida de la aceituna. En los remolques del tractor las llevan al sacrificio supremo del molino… Todo cambia, para los estorninos, también.

Me da la impresión que los estorninos están desorientados. No deja de ser una impresión muy subjetiva porque los pájaros no se desorientan nunca, pero esta tarde están como quien no sabe a dónde van. Los observo. Y, si ¿estuviesen esperando a alguien?

Hace un rato que bajaron las garcetas por el río. Estas sí lo tienen muy claro. Pasan la noche en la alameda del Hoyo del Conde y en los eucaliptos grandes de los Callejones, en la Barranca de la Barca. Las garcetas tienen las plumas blancas, el pico largo y las patas zancudas. Las patas de las garcetas le permiten posarse dónde a ellas les place.

Se alargan las sombras; se viene la noche. En una volada larga los estorninos han dejado el cable del teléfono. ¿Se habrán ido al campanario de la iglesia? El sol se hunde por detrás del Monte Redondo. La yerbabonita se echa la mantilla del  primer helor del relente; en el campo, el silencio.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Día que Jesús sí quiso nacer

                                    

Dicen que “aunque estaba la noche serena por todos los campos la nieve caía…”; dicen que un lugar lejano, entre montañas, había un establo y animales, y allí -  en el establo - buscó refugio para pasar la noche una pareja que iba de camino porque no había posada para ellos.

Dicen que había una la llanura y que por la llanura corría un río de aguas claras. En el río lavaban las mujeres y tendían la ropita limpia en el romero y en el tomillo. Y que un gañán araba con una yunta de vacas, y que unos reyes venían de lejos, de muy lejos… Los guiaba una estrella que no era de papel de plata, no. Era una estrella de las de verdad.

 Dicen que había hombres malos, tan malos como los que hay ahora y el Niño se pensó que, al igual, no merecía la pena nacer… Y así se lo contó un ángel a unos niños, y los niños a un hombre que escribe… ¡Cómo escribe ese hombre que hasta los ángeles se asoman cada mañana para leer los papeles del periódico!

Pero no, no fue así, porque  el gañán y la lavandera y el leñador y el molinero y…la Justicia, la Paz y la Libertad y la Fe y la Esperanza y el Amor… le dijeron al Niño que si Él no nacía pues entonces no iba a merecer la pena… y que  sí, que sí tenía que nacer. 

Y nació la Luz...

Y, el Maestro Antonio García Barbeito fue y lo dijo a los cuatro vientos. Como lo dijeron anoche en el Cervantes de Álora un grupo de aficionados al teatro movidos por la generosidad de darse a los demás. Y hace unos días en Gines y en Sevilla y en…


 Pero no, no es un cuento, que no, que es un poema de fantasías y sentimientos, que es sueño e imaginación, que es Vida y Alegría porque: “¡Aleluya quiso Dios / venir a la Nochebuena, / que sí mereció la pena / que lo pidiera el Amor” 

jueves, 25 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Día de Navidad

                                             

El día de Navidad comenzó a nevar como a eso del medio día. El cielo se puso de un color bellísimo. Sereno, placentero. La naturaleza se echó; todo estaba en calma. El campo en silencio, los árboles quietos – los árboles siempre están quietos – pero aquella tarde no había ni una pizca de brisa que moviese las ramas.

Él estaba acostumbrado a aquellas sensaciones. Cada mañana, cuando salía de casa, el campo tenía una capa de escarcha blanca que, a medida que entraba el día el sol derretía y lo ponía todo brillante. La bruma, o mejor un vaho tenue se elevaba, lento, como con peso hacia las alturas.

Cuando regresaba de la ciudad, al caer la tarde, el campo ya se preparaba para pasar la noche. Unos patos nadaban bajo el puente de madera por el que salvaba el riachuelo, que en invierno tenía las orillas heladas durante casi todo el día. Por entre la yerba picoteban unas cuantas avefrías. Seguirá el tiempo duro, pensó para sus interiores.

En el cobertizo estaban las bestias. Desprendían un vaho caliente y reconfortante. Él abría la puerta de la casa. Mecánicamente alargaba la mano hasta el interruptor de la luz. No hacía falta mirar. Tenía controlados todos los movimientos mecánicos.

Después dejaba la bolsa con el pan y algunas compras sobre el poyo de la cocina. Tomaba las decisiones propias de quien está todo el día fuera. Abría la nevera, comprobaba qué podría preparar para la cena y arrimaba los troncos a la chimenea. Encendía el fuego.

Pero aquel día de Navidad todo era especial. Por la mañana se vistió con ropa nueva. Se ronroneó en el sofá y, desde la televisión le hablaron de las opiniones que había suscitado el discurso del Rey la noche anterior y de cómo el Papa tocaba las conciencias de la gente.


Tomó del anaquel un libro: “De animales a dioses” de Yuval Noah Harari. Leyó un rato. Pensó que alguien, no sabía dónde, le había dicho en una ocasión: “A los hombres de mentira, le quedan grandes la mujeres de verdad”. Nada fue cómo se cuenta en este relato pero pudo haberlo sido. 

martes, 23 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tres para uno

                                            

Son fechas de reunión. Acudimos al calor de la lumbre de la chimenea. Si por un casual suenan unas notas sueltas que trae el aire, no las busquen: se han escapado del tar, del barbak, del setar… Endulzan la noche de tres magos acampados en las arenas del desierto. Los guía una estrella…

Se vienen a la mano los recuerdos. Nostalgias, añoranzas. También, noches de alegría. Procede esbozar unas sonrisas… Las tres anécdotas, ciertas; los nombres… La discreción obliga.

La señora entró en una floristería que acababan de abrir en su barrio. Todo era preciso. Decoración, plantas y flores exóticas;  precios asequibles a todos los bolsillos…

-          Yo quiero una planta que dure  porque mi hija, ¿sabe usted?, pone las macetas  en la entrada y se le pierden todas las que compra.
-          Y, ¿tiene luz?
-          Claro, una lamparita preciosa. Se la he comprado en la Ferretería del Pintor…

                                   ………………….

Don Tomás, Fiscal del Tribunal Supremo pasaba todas vacaciones de verano en su casa de la Calle Santa Ana. Cuando más llena tenía la barbería, Lorenzo interrumpía la faena. Anunciaba que don Tomás que había venido de Madrid lo esperaba para que lo afeitase él, porque don Tomás, solo lo quería a él… Dejaba plantada a la clientela y se ausentaba. Como buen cotilla le pregunta un día.

-          Don Tomás ¿es verdad que Benavente en marica?
-          Lorenzo, cuando se es premio Nobel – respondió ceremonioso y grave don Tomás- se puede ser lo que le salga de los c….

                                                    …………..


Tiempos en que las farmacias vendían el alcohol a granel. Llega al mostrador y se dirige al mancebo:
-          Deme usted diez pesetas de alcohol
-          ¿Y, el frasco?, pregunta el hombre de la bata blanca
-          ¿El Frasco? Está bien, allí se ha quedado en la era porque tenía que aventar una parva.


Que ustedes lo pasen bien y que, si es posible, la felicidad les chorree.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de la falda de cuadros

                       

La chica tiene una estatura más bien bajita; el pelo rizado y unos ojos ni grandes ni pequeños. La chica se abriga con un jersey de color burdeos de cuello de cisne, semivuelto; un gorro de lana gris le cubre la cabeza. Lleva botas de tacón alto. La  falda, de lana a cuadros…

La chica lleva colgado, sobre el hombro izquierdo, un bolso negro. El bolso es de piel; es de alguna tienda cara. Se sostiene por una correa delgada; una hebilla dorada lo pone a la medida. El bolso no sobrepasa la cintura de la chica. En la mano derecha lleva unas bolsas. La chica ha estado esta tarde de compras…

Canta el nombre de los grandes almacenes. Esos que dicen cuándo es primavera  y cuándo llega el otoño y cuándo es tiempo de rebajas y esas cosas. Esos. Ya se sabe, las fechas que vienen, lo que se compró y se devuelve en tiempo, lo que…

Desde la ventana veo como la poca brisa que sopla esta tarde casi no bambolea el pináculo del ciprés del jardín de enfrente. En su espesura juegan los gorriones. ¿A qué puñeta jugaran los gorriones que nunca, como los niños traviesos, se están quietos?

La chica se ha parado delante de un escaparate de teléfonos. Mira, parece que busca algo. No entra. Sigue de largo. La chica parece que no tiene ninguna prisa. ¿Y, si no la espera nadie?  ¿Quién lo sabe?

¡Dios mío que cosa más bonita! Al igual la niña del jersey de cuello de cisne y la falda de cuadros es un ángel que han mandado de arriba para poner un poco de amor por aquí abajo y no nos hemos dado cuenta…


La chica no hace caso a eso que a manera de ruido dice que los peces beben y beben y que si una burra va con no sé qué carga y que la Navidad es blanca y que… Sigue su camino. Va a lo suyo. A mí, algún día, me gustaría tomar un café con la chica de estatura bajita y pelo rizado que esta tarde, a modo de ángel, ha pasado por mi calle…

sábado, 20 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Arriate

                                            

Aunque ves a Ronda asomarse en la lejanía,  si vas por verano a Arriate, siéntate bajo algún sauce a no hacer nada. A ver cómo corre el agua o cómo pasa el tiempo. Llegas a campo llano. Inclinado al norte por donde corre el río Ventilla que, cuando se une con otros arroyos, forma el Guadalcobacín.

Una de las veces que anduve por allí, el cura - Antonio Jesús, entonces - joven y con inquietudes compartía la labor en la parroquia con las mañanas en el hospital de Ronda. Había conseguido una imagen de la Piedad, en cartón piedra y andaba en el arreglo de los tejados de San Juan de Letrán - su principal monumento - la parroquia del pueblo.

Supe también, que el Rosario de la Aurora -‘auroreros’- ,lo lleva el barbero (para mí que muy desconfiado, cuando de regreso del campo, una tarde me acogió en su casa y le pregunté por esas cosas; y si porque eran muy pocos hombres, no había pensado que participasen mujeres. “Calle, hombre, calle, -me dijo-  donde se meten lo estropean todo”. Y le dije que no, y que no estaba de acuerdo y, como él tampoco lo estaba conmigo, pues eso, que me despidió con el viento fresco de la tarde...).

Me dijeron, después, cuando comenté lo ocurrido que tenía dos hijas universitarias. A lo que se ve que cuando uno es de ideas fija...

Hace unas noches me fui otra vez. Las estrellas estaban sembradas a voleo en la sementera del cielo. Hacía una noche fría de diciembre; helaba. Antonio García Barbeito puso el calor de la solidaridad. Leía su cuento de Navidad, “El día que Jesús no quería nacer”. Y lo leyó, ¡y de qué manera!

“¡Vete, Ángel, dile a Dios / que venga a la Nochebuena / que sí merece la pena…/ Que se lo pide el Amor!”.Con las últimas palabras del Maestro resonó, no se sabe dónde, un ¡aleluya muy grande porque, una vez más, estaba naciendo Dios.

Terminó el acto. El Maestro, en otro sitió, recitó otros versos; Alicia, Inma, Sergio, Manolo… pusieron el acento de la amabilidad y la acogida; nos dieron todo el cariño que la gente buena pone en sus cosas.


Manolo me indicó la manera de acortar camino: por una cuesta orlada de cipreses, a la carretera de regreso. El Maestro Barbetio me dice que a ellos les cogió la niebla…, a nosotros, frío, mucho frío por la Cueva, por el Serrato, por Carratraca; luego, y cerca del Guadalhorce, subió algo la temperatura.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otro Platero

                                                 

Se cumplen cien años del Platero de Juan Ramón. Aquel Platero vivió en la mente del poeta y en las calles de Moguer; en los campos de suaves colinas que sortea el río Tinto, el que viene desde las sierras de jaras, lentiscos y romero. Platero era un borriquillo de marisma y de tierra adentro.

Muchos aprendimos a leer con Platero. Era casi de la familia. Iba y venía, todos los días con nosotros hasta la vieja escuela de la Plaza Baja que todavía no se llamaba de la Despedía pero en la que sí escuchábamos las campanas de la iglesia que recordaban las horas del Oficio Divino.

El “Platero”, aquel que yo tuve de niño, tenía unas pastas de cartón por fuera y mucha poesía por dentro. Silabeábamos al leer. Yo me imaginaba al burrito delicioso que comía margaritas y amapolas. ¿Oteaban ya aquellas amapolas el horizonte?  Nunca lo supe.

Platero era el burrito amado de un señor que tenía la cara llena de tristeza, unos ojos grandes y negros, una nariz grande y casi afilada  y una barba muy recortada. Aquel señor miraba desde las fotos – las pocos fotos que conocíamos entonces – de una manera extraña, enigmática, misteriosa.

Un día leímos que “Platero es tierno igual que un niño, que una niña…” Los niños jugábamos ‘al pincho’ en la puerta de la Droguería de El Pintor, o al trompo – que los había de puntas romas o afiladas –, a las bolas, a los toreros… Las modas venían y se iban. Nadie conocía la  mano que movía los hilos de aquellas modas.


Pero sí había una cosa muy importante. Por no sé qué extraña percepción todos sabíamos que era “fuerte y seco por dentro, como de piedra…” y que Platero era un amigo, muy amigo nuestro.  Siempre nos esperaba.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Françoise Hardy

                                              


Françoise Hardy tenía la voz  suave y aterciopelada. Un día irrumpió con los discos de vinilo a 45 rpm en nuestras vidas. Era la música que ponían algunas emisoras que se salían de lo ‘normal’ y, era, también, la música de los pick up en los guatequetes del domingo por tarde.

Despertábamos a muchísimas cosas. Las niñas ponían los codos por delante en los baile agarrados (lo otro, no era ni baile, ni puñetas); el cura te echaba la bronca en el confesonario. Era el tiempo del primer beso “¡cuándo el beso era amor y el amor tanto!”

Françoise Hardy, la niña de pelo largo y lacio nos enamoró a todos. No teníamos, aún, veinte años. Nos empeñábamos siempre en todo aquello que era inalcanzable. No entendíamos nada, pero todos chorreábamos miel y arrastrábamos el ala.

El piano dejaba  una cascada de notas en el acompañamiento y el poeta anunciaba que había terminado el tiempo de aprender; que si se abren los brazos, el hombre se encuentra en la sombra con su propia cruz pero, como nosotros no sabíamos francés…

Y así llegaron los versos de Louis Aragón: “Il n`y a pas d’amour hereux”. Era una proclamación a la indiferencia: “y esa gente, sin saber, nos miran pasar”. Un canto a la desesperación: “no hay amor feliz”, o a la evidencia: “nada es seguro para el hombre. Ni su fuerza ni su debilidad  ni su corazón”.

Françoise Hardy introvertida y enigmática,  cantaba canciones de timidez y de gente que vivía en las ciudades grandes a las que los muchachos de pueblo soñábamos que iríamos un día, como si allí nos estuviesen esperando el Sena con sus Bateaux Mouches  que subían y bajaban por el río, y le Sacre Coeur, y Montmartre con sus pintores bohemios  y  Notre Dame…


Escucho esta tarde sus canciones. Se ha puesto el sol que doraba las cumbres. Vuelve la gente de sus paseos. El relente comienza a sentirse en la yerba del camino. Tarde dulce, de sueños y melodías. Una tarde placentera como casi todas las tardes que dicen que se acaba el otoño. Tous les garçons et les filles “todos los chicos y chicas mirándose a los ojos…”

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Se va...

                                                           

Se va el otoño casi sin darnos cuenta. Dice el calendario que le quedan días. Casi todo apunta a un invierno que no mejorará lo que se deja atrás. Ni en climatología, ni en perspectivas. Al invierno, por no sé qué arte de birlibirloque, lo vestimos de blanco; a los túneles de negro y a el panorama que viene… ¿De qué color vestimos los que se nos viene?

Se desploma la economía del gigante llamado Rusia. Un nuevo Zar sin cosacos en las estepas no puede ni con la corrupción ni con el gigante de los pies de barro. Demasiado grande para sostenerse después de un desfondamiento descomunal.

Se va la cordura, si es que había alguna, de las tierras de Oriente Medio. Fanatismo. Las tragedias de Pakistán, Yemen, Siria…, confirman que por aquellos lugares de desiertos ardientes hay poco arreglo.

Se va la capacidad de solución para muchos problemas en la vieja Europa. Alguien dijo que la vejez, además de la decrepitud, era la carencia de soluciones a las situaciones engorrosas. Miles de emigrantes se agolpan en la otra orilla del Mediterráneo. Lanzan un mensaje: quieren comer, al menos una vez, cada día.

Se va el otoño. Fue demasiado cálido cuando entró. Decían que si por culpa del cambio climático, que si no porque se desplazan las estaciones, que si ¡vaya usted a saber…! Lo cierto es que las tiendas de abrigos largos y jerseys tenían casi tanta aceptación como una fábrica de hielo en la Antártida o una tienda de paraguas en Tinduf…

Afinan ya las gargantas los niños de San Ildefonso. Hemos roto -.yo, al menos, he pecado, padre – el propósito de no ‘cargarnos’ de lotería y nos preparamos para vivir, pletóricamente, el día de la ‘salud’ entre la comprobación de que un año más, la fortuna que sabe donde vivo, pues….


Lennon, dijo: “la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”. Más o menos. Sí hay una cosa cierta. Se va el otoño; vendrá el invierno y como el villancico anuncia, cualquier día de estos, también, nos iremos nosotros. 

martes, 16 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de los ojos color de miel

                                   
                                              
La chica de los ojos de color de miel  acercó su coche hasta al borde del paseo que separa la carretera de la playa. Lo estacionó. Miró por la ventanilla... El cristal de la ventanilla, por la diferencia de temperatura, estaba un poco empañado. Le pasó la mano; intentó limpiarlo.

 Las gotas de agua de la lluvia resbalaban por el cristal de la ventanilla;  luego, corrían  veloces. Unas se daban la mano a otras. Llovía suave, mansamente aquella  mañana. La chica de los ojos de color de miel suspiró, pensó, suspiró de nuevo, y  miró al frente. Frente estaba el mar…

El mar era un contraste de grises. Las nubes no estaban quietas en el cielo. Venían de no se sabía dónde; iban a alguna parte. Había un contraste de luces que jugaban al escondite y dejaban ruedos iluminados sobre la superficie del agua.

El mar tenía el color del cielo. Casi no iba gente por el paseo marítimo aquella mañana: un hombre con un perro que corría delante de él; una pareja a paso rápido; dos mujeres…; un hombre con un cubo y una caña: eran sus arreos de pescar.

La chica de los ojos de color de miel los tenía enturbiados por la pena. ¿Pena? Ella no sabía si lo que sentía por dentro  era  pena, resentimiento, rabia, tristeza… Podía ser una de esas cosas o todas a la vez. Por el cristal de la ventanilla del coche corrían las gotas de agua. Llovía aquella mañana.

La chica de los ojos color de miel esbozaba una sonrisa desde sus labios. Hablaba con ella misma. No lo entendía. Nada tenía sentido. Ella lo asumía todo: “Mi cuerpo conmigo, mi mente donde se tercie, y mi corazón…”


Llovía, llovía como suele hacerlo cuando del cielo baja eso que llamamos poesía.  La chica de los ojos color de miel se cubría la cabeza con un sombrero de fieltro beig -  ¿o era de color dorado? - que escondía con su ala unos “ojos claros, serenos”… Pero, eso era para otro día.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Loco, loco, loco...

                                  

“El mundo está loco, loco, loco”. No. No es el título de la película que en 1963 dirigió Stanley Kramer, ni tiene nada que ver con ningún accidente de autopista americana. No. El mundo que está loco es el nuestro, el de cada día, el que nos toca vivir.

Nos despertamos, esta mañana,  con la noticia: Un clérigo musulmán con un montón de cuentas pendientes con la justicia secuestra a un grupo de personas en una cafetería de Sydney. Con lo lejos que debe estar ese pueblo y con lo lejos que está Australia…

La ha liado: tres muertos, veinte rehenes, no sé cuantas horas de angustia y todo, según decía el cromo en nombre de su Dios que llaman Alá. Seguro que si Alá puede esta noche cuando haya llegado – porque entre los muertos está él- le habrá retorcido los…

Otro cromo, este en nombre de no sé confesión religiosa a la que ha dado el nombre de San Miguel Arcángel (aquí sin miseria en los nombres) ha extorsionado materialmente a un montón de familias. No contento ha abusado sexualmente de un puñado de adeptas. Está en la cárcel. Ojalá eche raíces allí dentro. A media mañana salta por internet que el Juez ordena prisión provisional (¿?) sin fianza.

Por la tarde, el viento de la locura viene de occidente. En Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos, un hombre mata a cuatro personas, se da a la fuga, se atrinchera en una casa… El hombre dice el periódico que es un ex soldado de no sé, ni importa qué guerra.

Los últimos acontecimientos del arzobispado de Granada  merecen un repaso. Unos pollos la llevan liando, ¡y bien! Desde hace unos años abusan de menores y viviendo a todo plan, con apartamentos en la playa (por lo del calor en verano, ya saben) y buenos pisos en la capital…


El mundo – parte de este mundo – está loco, loco, loco. Rematadamente loco. Hace falta un tratamiento y no chico para amueblar algunas cabezas. El corazón dice que mejor sería cortarlas, pero no, no. Entonces, nosotros, también pasaríamos a esa fila… 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nubes de diciembre

                                  

Dicen que hay movimientos en los caminos: Pastores que preparan los cantaros de miel porque van camino de Belén; Reyes que viene por las arenas cálidas de desiertos lejanos; gañanes que recogen las yuntas terminada las sementeras en pradera de serrín verde…

El hombre del tiempo  anuncia que las nubes, las que entran por el Golfo de Cádiz, cruzan la marisma y descargan sobre Andalucía andan, también, de camino. Son plomizas y traen agua que viene muy bien al campo que ya está precioso.

Los políticos – algunos – se han echado a los caminos, por cómo está el patio  .y por lo que puede venir  Hay quien ve, y lo dice y se queda como quien oye llover  que la crisis casi se ha acabado. Naturalmente le tiene que poner una par de velas de las grandes a Santa Lucía para que les conserve la vista, claro.

Alguien que tenga acceso a tan ‘sesudo’ señor le debería recomendar un paseo por otro camino, por el de la realidad. Desgraciadamente, no es la que ve el Sr. Presidente, ni va en  la burra que nos quiere vender…

Hay otros caminos. Están llenos de gente. Vienen, todos de algún sitio; van a alguna parte;  tienen un horizonte oscuro. Sueños rotos, metas inalcanzables. Soledad. Esperan una luz que guíe y disipe tinieblas.

El villancico canta que hacia Belén va una burra y todo eso que sabemos. Me gusta más – tratándose de ganado asnar – un burrito que era “pequeño, suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón…” Acaba de cumplir cien años. Con él aprendimos muchos a leer.


Están los cielos plagados de nubes de diciembre. Son grises; juegan al escondite con la luz. Son nubes viajeras, exiliadas de los mares anchos, y puestas en camino por mor de hacia dónde soplan los vientos. O sea que en todos  los caminos  - también en los del cielo - hay estos días movimientos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El día que..

                                               

Gines se echó a la calle en noche de estrellas lejanas y nubes. Por la marisma venían del Atlántico. Gines se vistió de mercadillo medieval y camellos por la calle Real y una piara de ocas y pavos entre los pajotes del suelo. Gines agotó las entradas para gozar con una de las joyas que,  a voleo, siembra Barbeito…

En el Tronío tronaron los aplausos cuando todos escuchamos las dos estrofas finales: “que sí mereció la pena / que lo pidiera el Amor”. Un grupo de teatro aficionado: “Gines actúa” representaba: “El día que Jesús no quería nacer. El musical de la Navidad” de Antonio García Barbeito.

Cuatro funciones de fin de semana; cuatro: no hay billetes; cuatro luceros de solidaridad: Barbeito, Antonio Álamo y su grupo, Jesús Bola y el pueblo. Gines respondió. Son los hilos que mueve el cariño.

¿Luego? Luego, las calles del El Arenal de Sevilla y la Bodeguita Romero - ¡Dios que arte!- y Pepito que yo no sé a quién quiere más si al Fandango o a Almonaster la Real, su pueblo y hablamos: de folclore y de libros viejos, y de palabras, y de Cruces de Mayo, y de Encinasola y de Alosno y de San Benito y del Andévalo…

La Giralda, señora y única, amapola solitaria en un trigal de primavera, se asomaba desde su cielo. Miraba por si, por un casual, regresaba Al-Mutamid de las arenas ardientes del desierto; o si Joaquín Romero venía, desde los Reales Alcázares, con un ramo de rosas rojas para dejarlo a los pies de su suelo; o si Bécquer buscaba un amor perdido entre los cruces del viento…

 Y allí seguía ella, la Giralda, como ensimismada con el Cachorro que viene de Triana, con el embrujo de  una media de Morante, con un natural de Curro, con la niña de los ojos negros…La Torre del Oro ya no espera galeones que remontan el río ni traen el oro de América; el dorado se quedó en sus piedras.


 Y,  nosotros, de la mano de Barbeito, nos perdimos en la madrugada…

viernes, 12 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Alberca

                                               

                                                                                              A mi amiga Marilina

Me despido de Salamanca – bueno yo no me despido nunca, digo: “hasta luego” – junto a la fachada de San Esteban. La ciudad, enfrente; a mis espaldas, una de las fachadas más bellas y más señeras del Plateresco. Un cartel  me dice: Plaza del Concilio de Trento…

Salvo el Tormes - el del Lazarillo, el que viene desde la vertiente norte de Gredos, el que pasa por Alba donde murió Santa Teresa…; ese -, por un puente nuevo. Por el Campo Charro cruzo Vecinos, como algo porque es hora junto a la gasolinera, y voy hasta Tamames. Encinas y dehesas. Toros bravos. “Salamanca, arte, saber y toros…”

No me detengo en El Cabaco. Después del arroyo de la Barranca, a la derecha, tomo la subida a la Sierra. Ya no es Campo Charro. Ya no hay encinas. Se cambian por rebollares, pinos silvestres y helechos; matorrales.

Junto a la carretera hay una fuente. Paro. Un hombre solitario lee en un libro. No levanta la cabeza, no mira. No se da por enterado de mi presencia. El agua está fría, helada. Se escucha como cae el chorro sobre el pilar. En la cumbre está el santuario de la Virgen de la Peña de Francia; a los pies, a un lado el campo de dehesas; al frente, Las Hurdes; en medio, las Batuecas…

Llego a La Alberca; es media tarde. La Alberca se ha abierto al turismo: tiendas y más tiendas. Casi todas ofrecen lo mismo: embutidos, miel, garrapiñados, obleas, cestería y platos de cerámica; camisetas con estampados horrorosos. Me echo a andar por las calles. Me abstraigo de la gente. Casas adinteladas. “Ave María. 1728”. Sabor a reminicencia judía.  

 Pienso que en cualquier esquina puede estar Ladislao Vajda rodando una escena de ‘Marcelino Pan y vino’,  pero no está. Pregunto por “el marrano de San Antón” que rifarán, luego, cuando llegue el invierno y esté cebado. Me dicen que, al de este año, lo atropelló un coche; está accidentado.

Entro en la iglesia de la Asunción: umbrosa y oscura. Cae la tarde. No espero a la moza de Ánimas que dentro de un rato con la campanilla por las esquinas pedirá oraciones para las ánimas benditas del purgatorio y “otro padrenuestro y otro avemaría por los que están en pecado mortal”...


 Entre castaños busco la dirección de Miranda y luego Béjar y luego… ¿Luego? Dios dirá.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Candelario

                                             

Sopla, cuando cae esta tarde de diciembre, el viento helado del norte. Viene del Campo Charro, cruza Béjar y por el Puerto va - antes pasa por Baños de Montemayor -  a Hervás. Por el río Ambroz toma  el camino de Plasencia; por el de Honduras, al Jerte…

En  Candelario una mujer de ojos y pelo negro, como venida de mucho tiempo antes, me apuntaba con su dedo: “¿Ve usted aquella cumbre, casi rozando el cielo…, es la Covatilla”. El cielo era azul y limpio; el aire frío, muy frío. Por la calle corría un río de agua clara con los bordes llenos de carámbanos…

El rumor del agua saltarina pone una nota de música diferente en estos pueblos que en los meses de invierno parecen fantasmas. No hay nadie en las calles. Por las chimeneas apuntan columnas de humo tenues, diminutas. Dicen que allí dentro hay vida. Por fuera no lo parece.

Están las paredes llenas de musgo. Las resguardan con tejas colocadas de manera invertida – ‘para que no se retenga el agua ni la nieve’-. Las casas son de granito. Muros recios; balconadas con madera de castaño. Piedra, madera y agua.

 Las ‘batipuertas’ están cerradas. Pregunto. Me dicen que es para protegerse de la nieve. “Porque antes nevaba mucho; más que ahora, ¿sabe?” Y, ¿el gancho de hierro? “para que un hombre, sin ayuda, sacrificase una res”. Candelario tiene una industria chacinera de renombre.

Candelario tiene  muchas fuentes y una Casa Consistorial soberbia. Es del XIX y si el refrán dice que ‘arreglado a la choza es el guarda’ este pueblo canta que tuvo mucha riqueza desde siempre. Lo pregona, también, el templo. Lo dedican a la Asunción de María.


Entre Candelario y Béjar crecen castaños, hayas y robles. El tardío otoño ya los ha dejado sin hojas y como la tierra por estos parajes es tan fría, también, están helados los helechos y hay peligro, por escarcha, en la umbría de la carretera.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Eurasia

                                               

Ya está aquí. Llegó el tren con viento del Este y se paró en una vía de una estación de contenedores  - Abroñigal - en las cercanías de  Madrid. Más de trece mil kilómetros por tierras de China, Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Francia y España. 21 días de viaje…

Marco Polo salió de Venecia. Recorrió otras tierras más al sur de por dónde ha venido el tren. Marco Polo invirtió casi toda la vida en aquel viaje porque el hombre se ‘entretuvo’ en otras cosas. Abrió lo que se conoce con el nombre de la “Ruta de la Seda”.

El tren de ahora partió de Yiwu (que levante la mano quien sepa que existía ese pueblo, vamos hombre) cerca del Pacífico. Ha cruzado tierras de bosques y desérticas, montanas y llanuras, ríos…, y se ha quedado, como quien no quiere la cosa, a tiro de piedra del Atlántico. ¿Qué nombre le darán a esta nueva ruta?

Se nos queda pequeño lo que en el colegio estudiábamos como Eurasia. El día que hagan el puente o el túnel, que será lo mismo para el caso, en el Estrecho de Gibraltar, los trenes de largo recorrido (los de cercanía, se quedarán antes, claro) se podrá llegar hasta Ciudad del Cabo. Ya ven lo poco que cuestan lo sueños…

El Transiberiano circula de Moscú a Vladivostok. En Ulán-Udé se desviaban los trenes que por Ulán Bator, en Mongolia, iban hasta Pekin. El tren bordeaba el lago Baikal. Los occidentales teníamos prohibido llegar hasta Valdivostok, nos bajaban en Jabarovsk donde se unen el Amur con el Usuri.


Este tren que ha llegado hasta Madrid volverá, dice el periódico, dentro de unos días  con vino, jamón y aceite. Estoy seguro que, con la que está cayendo, a alguien de la Casa Real, no le importaría que incrementase el cargamento con algún cuñado raro, aunque fuese de fogonero, que de eso parece que sabe el chicarrón del norte...

martes, 9 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cavite

                                               

Alguien acuñó: “el mundo es un pañuelo”. Verán, un amigo de Chichón, - el del aguardiente para días como el de hoy, ese - enlaza con otro amigo que vive en Avilés, y entre ambos dos, me envían un lote de libros. Uno, como ‘gestor’; el otro, como autor de las obras.

Juan Francisco Martín Sanz se vino, de joven, desde las tierras de Burgos a Madrid; Agustín García Delestal, desde Sotillo de la Adrada, se fue por esos mundos: Asturias, Valencia, Argelia…

Agustín,  “sumergido en la historia” acaba de presentar, “Nueve Pasos al presente” (Editorial EdítaloContigo, 2014), colección de relatos. La fantasía del autor va de la mano de la historia o, al revés. Uno a veces ya no sabe dónde están las lindes.

Sugerentes las  descripciones de la Paramera camino del alto Alberche: “espacios más abiertos, poblados de retamas, tomillos y escobones”…En el fondo de todo, la ‘aparición’ de la Virgen de la Yedra.

 Dramático, ese puente sobre el Ambroz, en Aldeanueva del Camino (¿cuántas  veces habré pasado por ese puente?); duro, la expulsión de los moriscos de Levante. Lleno de enigma el devenir de los Templarios….Sindo, Queta, Zulima.

En Béjar sitúa Agustín uno de los relatos de su libro: “Un sueño trágico”. No le reviento al lector la lectura. No. Atrapan, eso sí, los personajes ficticios - ¿o no?  de don Manuel casado con la rica del pueblo; Dulce, “sus ojos grandes, rasgados, de color…”; o Pedro, médico y marino en los mares lejanos.

Después; Filipinas, aniquilación total en Cavite: “(…) la Escuadra de Filipinas ha sido destruida por la americana (…) A las ocho, incendiado completamente “Cristina”, e igualmente “Castilla”. Lo firmaba el Almirante Patricio Montojo.

 En el “Castilla” habían dado por muerto a Pedro Espinel…Es el comienzo del relato. Un descendiente de aquel Almirante Montojo que firmó el parte final,  fue mi teniente en la 4º Compañía, del 1er Batallón del CIR º14, Palma de Mallorca…


Por él conocí, de primera mano, ‘otra’ versión del desastre de Cavite; Agustín le ha puesto la literatura. A mí, solo se me ocurre dar por bueno que, efectivamente, “el mundo es un pañuelo”. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nacimiento

                                             

El río nacía bajo una covacha de gandinga en la que crecían, a modo de arbolitos, ramas de tomillo, algo de romero y, al pie, unas pitas pequeñitas arrancadas en el borde de la carretera en carretera en la cuneta del Quebraero. El río – papel plateado del chocolate Santa María, que nos daba, el papel, claro, Juanico ‘el de Bonela’ – corría por una llanura verde de serrín que lo alfombraba todo.

Salvaba el río un puente de corcho. Sobre el puente, una borrquilla cargada con leña; un poco más abajo una mujer lavaba y aguas arriba de la lavandera una pata madre seguida por un puñado de patitos pequeños nadaban en el agua imaginaria.

Un poco más allá, un hombre araba con una yunta de vacas, y unas gallinas picoteaban en un corral con empalizada y todo; pastaban un rebaño de ovejas en la placidez de la yerba; las cabras – ya se sabe, ‘la cabra tira al monte’ – se encaramaba entre los ricos artificiales de los cerros formados con sacos de arpillera. El pozo esperaba a la cabras que no bajaban a beber nunca. (Los peces eran otra cosa).

No faltaba el error de bulto: una corraleta con la cerda y sus cerditos. Todos preciosos, lindos. “Del guarro hasta los andares”, pero no sabíamos que en el mundo hebreo el dichoso bichito es animal impuro y, por tanto, prohibido…

Coronaba la cumbre un castillo de corcho. En la puerta hacían guardia dos soldados armados con lanzas y, en el centro, delatante de la puerta un rey con cara de malo. Se llamaba Herodes. Ningún niño quería a aquel rey.

 Por las montañas bajaban tres Reyes – a esos sí que los queríamos – montados en camellos. Caminaban al portal donde estaba el Misterio; en el frontal, un ángel con un mensaje: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y, digo yo, y a los otros, también, son quienes más la necesitan, ¿o, no?


“Aunque estaba la noche serena por todos los campos la nieve caía…” Cantaba la pastoral de Antonio ‘el Divino’ que pasaba por la calle. Al leer estas líneas todos nos las hemos andado por ‘otro’ Nacimiento, el nuestro. No lo olvidaremos nunca. Que Dios os bendiga a todos.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Reencuentro


                                              

Suena, después de comer, el teléfono. Se rompe el esquema inicial de domingo en casa. Un grupo de amigos celebran los 25 años de la salida del colegio. Me requieren. Voy. El reencuentro, ¿emotivo? Es poco. Se han hecho grandes. Los caminos de la vida se han cruzado, este medio día, soleado y frío del mes de la Pascua en Casa Abilio.

Abrazos, besos…

-           ¿Don José, qué toma? Pero, si yo ya he comido…

 Gregorio, que es uno de ellos, siempre con la capa casi desplegada,  en su momento, como la media verónica de Morante, como la chicuelina del ‘Niño Sabio de Camas…” como el arte de Curro: “don José ¿una copa de cava?” y, me la pone en la mano.

Y se brinda y les digo (la verdad que no sé qué les dije, porque todo era emoción, pero sí que terminé con algo así como: Que Dios os bendiga. Y alzamos la copa. Y me acordé de aquello del padre Manyanet, que en letras de molde, le tenía puesto en un testero: “La escuela es el lugar donde nacen, crecen y se desarrollan las amistades que duran toda la vida”.

Y supe que hay quien se la anda con un camión por esas carreteras, o en Barbate o en Gibraltar, o en Cártama, o en Coín, o en Málaga o en Madrid o… da lo mismo. Todos los caminos se han cruzado esta tarde en el rompeolas de espumas de la amistad y del recuerdo.

Colegio Los Llanos, 1980-1990. Fui su tutor en 6º,7º y 8º. Eran tiempos de la Educación General Básica. Cuando en el video proyectan la Decimo Primera Semana de Cultura Andaluza: aparece la relación de conferenciantes: Manuel Alcántara, Juan José Laborda… No sigo. A eso llegaba entonces la Escuela Pública.

Son demasiados recuerdos. A Antonio lo llamó la luz de alba antes de despertarse. Y, Alfonsito, porque para uno es difícil que no sigan siendo niños en el “hasta luego”, va y me dice: “Don José  ¿qué se siente cuando se ve el fruto del deber cumplido...?”


Y recuerdo la otra máxima de Chaplin: “Se tú e intenta ser feliz, pero ante todo, se tú”. Por la calle, me afloran las lágrimas a borbotones.  Es una tarde fría del mes de la Pascua. Hasta siempre, mis entrañables “cernícalos lagartijeros”.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Duele, y viene el aire frío


                                           

Está la cosa un poco (¿) crispada en algunos terrenos; en otros, la tristeza acogota por dentro cuando se leen cosas como lo ocurrido con esa dichosa patera que no ha llegado a la tierra de promisión. Gente que lo sigue teniendo duro para llegar a final de mes…

La noticia ha corrido. Etarras con más crímenes a las espaldas que hojillas tiene el almanaque en la calle. Jueces rápidos en la interpretación de unas leyes que son difíciles de aceptar. No soy experto en esas cosas. Mi sentido común me dice que no es así. Que huele a algo raro.

Dura, muy dura es la noticia de la patera. Dicen que salió de Nador, en Marruecos, ya sin apenas combustible. ¿Es posible tanta irresponsabilidad? ¿Cómo pretender cruzar todo el mar de Alborán con esas previsiones? En algún lado alguien tiene que poner coto a todo esto.

El hambre no tiene fronteras. Es verdad que ya no tenían nada que perder. Eso cuentan, pero no es cierto. Solo les quedaba la vida y, hasta eso se la han dejado en las aguas azules de un mar con mucha poesía en sus olas y mucho cementerio en sus entrañas.

Los informes de Caritas atronan en las conciencias. Un magnífico artículo de Juan Gaitán de hace unos días, pone el punto en su sitio. No hay que llenar bolsas que acallen el hambre de un día, hay que llenar las bolsas de algo intangible. Se llama Justicia. Por cierto que nadie piense que eso se venden en la botica. No, por Dios, no.

Algunas  ciudades han llenado las calles de bombillas. Estan preciosas. Todo es oropel por fuera que anuncian que hay que ser feliz por decreto;  hay que desear a todo el mundo no sé qué por decreto; hay que comer por decreto. Hay quien ya hace el cimbel y – eso no es por decreto – es porque no dan más de sí.


Ustedes disculpen. Hace frío. Dicen que va a nevar en las sierras donde siempre nieva por este tiempo y que esto tiene poca solución pero cuando me acuerdo de los niños - y de los grandes - de esa dichosa patera, como que se me revuelve algo por dentro…

viernes, 5 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Agricultores de sofá

                                            

Está visto. Quien se arrima al campo, por lo menos, se trae polvo en los zapatos. No hay alcalde que se precie que no remodele la plaza principal de su pueblo ni Ministro de Agricultura – en el caso que nos ocupa, en femenino- que no le mete el dedo en el ojo al  campo.

Ahora viene la señora de Valladolid o sea, la señora ministra de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y dice que quiere acabar con el ‘agricultor de sofá’. La gente del campo tenemos una cosa clara, muy clarita. Los únicos que no nos han fallado nunca son los poetas:

“Campo, campo, campo / y entre los olivos, / los cortijos blancos”. Lo escribió don Antonio Machado. Eran los olivos entre la Sierra Mágina y Cazorla; eran los olivos de las lomas de Úbeda y Baeza… Era la poesía de don Antonio.

“Cava un hoyo en la tierra, / planta un olivo; / lo mirarás mañana / como a tu hijo. / Y al ver entre sus hojas/ flores de esquilmo,/ y más tarde  - cosecha - / el fruto limpio, / sentirás que tu mano/ ha escrito un libro”. Es la poesía de Antonio García Barbeito, lo dijo en Az-zait…

 “El río Guadalquivir/ va entre naranjos y olivos...” Federico se las andaba en su Poema del Cante Jondo y Fernando Villalón, el que se arruinó – dicen – alimentando sus toros con margaritas de la Marisma porque quería un toro con  los ojos verdes, escribió: “Ya se ven por la ladera / los ejércitos nudosos / de los olivos leñosos / que suben de la pradera”.

“Los ojos de mi morena / ni son chicos ni son grandes / que son aceitunas negras / que del olivo se caen”. Lo canta el pueblo, y “cuando las canta el pueblo…”; lo recogió Manolo Garrido Palacios.


Miguel Hernández preguntaba  a los aceituneros altivos por la propiedad de los olivos. No encontró respuesta… La señora ministra parece que encuentra la solución del campo eliminando ‘agricultores de sofá’ ¡Ole tú alma, criatura tecnócrata!

jueves, 4 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los cinco magníficos

                                               

Llegaron como a eso de media mañana. Cielo azul y limpio; nubes que pasaban de largo y no se paran; algo de frío porque el aire venía del norte y dice el hombre del tiempo en la televisión que ha nevado y se han puesto blancas algunas sierras lejanas.

No llegaron como los forasteros cuando en el oeste acudían al poblado en medio de llanura y copaban la calle de lado a lado.  No, porque ni son siete como en la película de John Sturges ni tienen nombres ingleses. Son cinco, y de lo más normal: Fulgencio, Antonio, Bartolomé, Sebastián, Rafael…

La letra la pone una amistad de más de cincuenta años; ¿la música?, la música venía de la palabra de los que gozan, ¡y de qué manera con el reencuentro! Porque hay cosas bonitas, hermosas de esas que llenan las horas y hacen que vuele el tiempo.

Nos fuimos, primero, al campo. El capricho de las sombra en El Hacho mostraban algo que podría ser el recuerdo de la esfinge de Gizeh. Eso sí, sin pirámides al fondo. Los granados, casi desnudos por el otoño, dejan una alfombra de hojas doradas por el suelo.

Luego, ‘estación’ de penitencia obligada en El Madrugón: choricillos del infierno…; en el Azahar, Candelaria nos atiende con un surtido de pitufos especiales, únicos. (Si no los ha probado, se lo digo, la tardanza es la mala); en Abilio uno ya no sabe si está dentro o está pegando en la puerta de eso que llaman el ‘séptimo cielo’.

Hablamos de lo divino y de lo que no es divino. De hombres y nombres. De sueños. De cuando para traducir “De senectute” había que hacer dos bandos de Horatios y Curatios. ¡Qué palabrotas! Ahora, en estos tiempos, ya no se lleva eso. 


El sol de la tarde se ha ido camino de otras tierras por el Monte Redondo. Cae el relente, aparecen las primeras estrellas. Las luces en la vega ponen luminarias a voleo. Son antorchas  entre la tierra y el cielo. En el aire, flota el halito de nostalgia que deja el ‘hasta luego’…

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Frasco

                                                           

Frasco era bajito, rechoncho  y ‘rejechete’.  Frasco era propenso a crecer más en los centímetros de cintura que por la altura. Amigo de sentarse a la mesa y de todo lo que viniese del cerdo. Campechano, sin prisas y servicial. Frasco tenía más de Sancho que de don Quijote.

Le gustaba ‘frutearse’ a las claras del día con las primeras brevas rayadas, con las ciruelas tempranas, con las granadas casi a punto de sazón. Lo que diese el tiempo. Aficionado a la caza se le escapaba algún que otro embustecillo que, en ocasiones, salía algo grande.

A Frasco – Francisco Cid, que así se llamaba – la vida le reservó un palo duro, durísimo. Su hijo Juan se fue en plena juventud. Era por mayo… Sus compañeros aún no habían iniciado el segundo campamento de verano en las milicias universitarias. Un “problema de salud”...  A Frasco no le cambió el carácter  pero se vistió de negro para siempre y perdió la sonrisa.

Entró a trabajar en la Renfe, joven. Primero, fogonero; luego, maquinista. Frasco atizaba el fuego que tenía que alimentar la caldera. Después llevó una máquina en la línea entre Manzanares y Puertollano (el que ni es puerto ni es llano, ese). Frasco sabía dónde estaban las mejores bandas de perdigones en los campos de Calatrava…

Destinado, más tarde, en la línea de Málaga a Bobadilla, hacía la ‘doble’ cuando los mercancías venían con excesiva carga. A la estación de Cártama acudían a facturar pañiles de hortalizas desde Coín y Alhaurín; en Álora se les unían, en ocasiones,  vagones con cítricos y productos de la huerta; en Las Mellizas se les echaba algo más.

El tren llevaba carga, mucha carga. Una máquina delantera no podía tirar de todo y, era entonces, cuando se le ponía ‘la doble”, o sea, una máquina que en cola, empujaba para superar todos los desniveles de pendiente y así se superaba El Chorro, los túneles y Gobantes.

A la llegada a Bobailla, el maquinista elevaba un parte de incidencias para justificar los retrasos permanentes. Lo entregó al Jefe de Estación. Frasco rellenó:

-          “El 2917 de las 14,34 llegó tarde a la estación de Bobadilla por fuerte  ‘pataleteo’ en los sifones de  ‘el Tomatero’ y la máquina hacía fun, fun, fun….”


Frasco, genio y figura.

martes, 2 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Esta mañana


                                    

La calle aún tiene los charcos de la lluvia caída durante la noche. Los primeros madrugadores esquivan el agua y hacen recortes para no mojarse los pies. La gente entra en el bar. Empuja la puerta y busca un lugar dónde ubicarse en el mostrador.

El bar está algo oscuro. Unas lámparas antiguas dan una iluminación tenue, como difusa, como quien propicia el encanto del momento para alargarlo, para hacerlo más íntimo, para acoger al viajero solitario que busca amparo.

En el fondo del mostrador una chica lee un papel que había estado doblado en cuatro pliegues. La chicha es morena, tiene el pelo suelo y rizado por arte de birlibirloque. Da la sensación que hace hora para acudir a una cita concertada o que espera a alguien que no llega. Delante de ella, al poner la leche en el café, el camarero le preguntó:

-          ¿Caliente o fría?

-          Mitad y mitad

El hombre sirve la consumición mecánicamente, como quien está acostumbrado al oficio y lo hace sin el más mínimo interés por lo que hace. Sube el volumen de ruido. Casi todas las mesas están ocupadas.

Había amanecido un día precioso. El cielo azul, limpio; el sol lucía espléndido; un poco de viento freso y revoltoso. Se anuncia  una tarde especial para compartirla con un amigo y enriquecerme con lo que mi amigo  me da siempre. Pero mi amigo está lejos. Bastante lejos en lo físico.


Desde el teclado del móvil se lo digo. Al poco tengo la respuesta: “menos mal que solo en lo físico. Muchas gracias amigo por ese concepto tuyo, a mi me ocurre lo mismo”. La gente eleva el volumen de ruidos. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Margaritas del camino

                                 

 Ha vestido el otoño el campo con colores ocres; los árboles, casi desnudos, exhiben sus ramas a los vientos. Anuncian que pronto vendrá el invierno. La naturaleza parece que se queda con el alma encogida como quien aguarda algo grande que está por venir.

Lo que sí ha llegado ya ha sido la violencia a la calle. Cafres – da igual del equipo que sean – se han citado para pegarse en un Madrid envuelto en las nieblas del amanecer. Era domingo, temprano y a orillas del río Manzanares.

Madrid que sabe de despertares sobrecogedores no tenía en el calendario de último  domingo de noviembre la muerte de un hombre que había venido desde “la punta verde de España” a buscar gresca y..., luego, asistir a un partido de fútbol.

No se sabe, porque todo es confusión, si cuando dio con su cuerpo en las aguas del río ya estaba muerto por la paliza. Da igual. La muerte siempre viene mal y tiene un camino feo, muy feo.

Hoy todas las informaciones hablan de lo mismo. Demasiada farfolla y literatura barata. No se hagan ilusiones si piensan que esto va a tener remedio. No lo tiene. Los culpables, probablemente, no estén en la manada de vándalos. Esos eran los ejecutores. Los responsables podrían estar calentitos a esa hora entre sábanas acogedoras.

La televisión – que es la invitada, cada día, en nuestra casa – muestra violencia y todo lo malo que puede encerrar en sí una sociedad sin valores, carente de horizontes y con el norte perdido desde hace mucho, muchísimo tiempo.


En medio de toda esta vorágine mi amiga Marilina colgó, hace unos días, en este medio, sin que probablemente ella fuese consciente de la valía de su aportación, una foto: unas margaritas crecen al borde del camino. ¿Por qué  será que las cosas más sublimes siempre son las más sencillas?

domingo, 30 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La red

                                              

Los muchachos que eran primos coincidieron en la casa de la abuela. Compartían unos días de vacaciones de verano. Vivían lejos el uno del otro, pero el encuentro siempre era motivo de mucha alegría y de compartir todo lo que había, que no era mucho salvo las ilusiones de una aventura.

El campo siempre ofrecía según qué tiempo algo que no daba en otras fechas. De los dos primos, el mayor era el líder. El otro, por edad y porque su primo mayor sabía más que él de muchas cosas, siempre lo seguía.

Aquel día idearon poner una red para pillar pajarillos. Buscaron la red que estaba en el trastero, que en casa de su abuela, se llamaba ‘San Sebastián’, por lo fresco que era en verano. En el trastero todo estaba revuelto aunque las cosas estaban en su sitio: varias orzas con tocino salado, el lebrillo de la matanza, un pilón de aceite, trojes donde vaciaban el trigo cuando, en costales de lona, lo traían de la era…

Había un par de bieldos, rastrillos, cuatro cribas, una pala de aventar y varias escobas de ramas. En el techo había una trampilla que siempre estaba cerrada y por donde se subía al palomar. Los frontiles de la vacas con los espejitos sucios por el polvo colgaban en la pared y dos cencerros gordos que se los ponían a las bestias, de noche, en las rastrojeras de verano.

Los muchachos lograron desenmarañar la red. La montaron; no tenía troneras por donde pudiesen escapar los pájaros…Todo estaba a propósito desde de la última vez que se había usado. Bajaron a la cañada y buscaron un ‘aguaero’.

 Hacia ‘arriba’ la cañada se estrechaba, había muchas adelfas y además pasaba la gente con bestias; el cauce se encajonada, apenas tenía un tramo recto, y el primo mayor que sabía más de esas cosa dijo que aquel sitio no era el propicio.

Encontraron que por otra cañada menor que confluía bajaba un hilo de agua. Encinas, por la margen derecha; retamas y olivos viejos, por la izquierda. El sitio apropiado. Con troncos secos y leña hicieron el cobertizo para el camuflaje…


Se levantaron de madrugada. Los muchachos sintieron el frío de la madrugada. Cuando clareaba se arrancó el campo. Era una sinfonía de pájaros cantando. Clareaba el día; luego todo era luz; comenzó la calor. No entró ni un solo pájaro a beber. Desilusionados, media mañana, contaban la experiencia…

sábado, 29 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Baeci

                                             

El personaje queda muy lejos en el tiempo. Tan lejos que su nombre es un recuerdo en un pago rural o un encuentro de los historiadores hurgando en los papeles viejos. No sabemos casi nada de él. Se le puede suprimir, sin miedo, el ‘casi’.

Fue alcaide del castillo de la Torres. Vivió a finales del siglo XV. Tiempos de luchas y temores; la guerra muy cerca. Traiciones, abandonos y, luego, nunca más se supo de cómo pudieron ser sus días finales.

Las tierras de El Baece recibieron por Alí ben Falcun el Baezi ese nombre. Penúltimo alcaide de castillo. (Hamet el Cordí, entrega las llaves que sí es el último; el primero cristiano, Diego de Vera).
Sabemos, también, que  fue canjeado en 1484 por Juan de Robles, alcaide y corregidor de Jerez de la Frontera, en poder de los nazaríes desde la derrota de la Axarquía. Ofreció un rescate de mil doblas de oro por su libertad. Mucho dinero para aquel entonces.

Sufrió el triste destino del cautiverio y la servidumbre como esclavo de Luis Méndez de Figueredo, alcaide de Morón de la Frontera. Lo vendió, a su vez, a doña María de Acuña, mujer de Juan de Robles (por quien había sido canjeado con anterioridad), su dueña en 1494. En esa fecha se le pierde el rastro. ¿Qué pasó?

El siglo XV es el siglo más importante de la Historia de Álora. Verán. El castillo sufre el asedio de los reyes castellanos; en 1434 muere ante sus muros Diego de Ribera, Adelantado de Andalucía. Su muerte la canta el romancero en uno de los más bellos romance fronterizos: “Álora, la bien cercada”…


Y, ya en el final de la guerra contra el reino nazarí de Granada en 1484 los Reyes Católicos, que según unos fueron buenos; según otros, malos y hay quien opina que ni lo uno ni lo otro, toman la fortaleza cuando termina la primavera de 1484. Se iniciaba un seco y largo verano en la Historia local…

viernes, 28 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle

                                                

La calle es larga y empinada; un poco en curva. La calle tiene bancos de hormigón prefabricados solo en uno de los lados. Han sembrado árboles asimétricos – naranjos y cocoteros - y le dan cierto aire de bulevar; no es una calle cualquiera.

Tres mujeres frente a la parada de taxis esperan la llegada de algún vehículo. Están sentadas en uno de los bancos. La mujer más joven  tiene  un chaquetón que imita a cuero; es morena y fuma de manera convulsiva; da caladas profundas a un cigarro; el humo, al viento…

Un hombre con una chaqueta a cuadros entra en el bar. El hombre tiene una barba de varios días. Está desaliñado en la vestimenta; su pelo, rubio,  y sucio. El hombre calza unos zapatos negros; el pantalón es oscuro.

En el bolsillo de la chaqueta el hombre lleva, doblado en varios pliegues, un periódico. Se lee la cabecera: “El País” y algo de la noticia de portada: “Cameron quiere echar a los europeos que en seis meses no logren trabajo…”

En las mesas del bar, junto a la cristalera, un niño pequeño toma un batido; en otra, dos matrimonios apuran sus consumiciones. Son cuatro y no hablan entre ellos. La chica que atiende, vuelta de espaldas caminaba hacia el apartado del mostrador que usan los camareros…
Un grupo de niños incordian con una bicicleta. Hacen piruetas; se persiguen, se esquivan. Han tomado por suya la explanada que tiene un mirador espléndido y que mira al campo. Varios jubilados protestan. Los niños son un peligro…


 La frutería tiene mercancía fresca. Entra por los ojos. Jesús las trajo muy temprano. Clientas en la carnicería; Félix fuma en la puerta; Paco, en su tienda de decoración ofrece mucha calidad, demasiada calidad, para pueblo. Vienen de la panadería – porque en la calle hay una panadería – varias mujeres con bolsas. Hablan, se cuentan, se dicen que tienen prisas; por las apariencias…

jueves, 27 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Días de agua

                                           

Los días de lluvia se levantaba una neblina tenue que avanzaba por el camino. Lo envolvía todo. En el aire flotaba algo diferente a los días claros y de cielo azul. Los árboles empapados chorreaban agua por los troncos; parecían fantasmas.

Para comer en el almuerzo se hacían gachas o migas y calabazas fritas con bacalao. En la alacena se guardaba en un bote de cristal el arrope. Se regaba, con abundancia, el plato. El arrope agregaba, además, del color negruzco, un sabor dulce.

El arrope venía desde el verano. El que no se gastaba se guardaba de un año para otro y, a veces, en el fondo del tarro, ya más cuajado, se formaba  una pasta espesa. Se arrancaba con la cuchara y los niños la relamíamos con la picardía que siempre usan los niños con las cosas que no deben hacerse.

No se salía a la calle y escuchábamos como repiqueteaba el agua en los cristales; luego, el viento ululaba en el tejado. La chimenea escondía algo de misterio y de encanto. Los días de agua, como eran tan pocos, tenían la magia de ser días especiales. Y, si además, nos contaban cuentos de diablos y de brujas…

Con cierta concupiscencia se miraba por el humero por si por un casual el demonio anduviese entre el hollín o tuviese el atrevimiento de asomarse. Nunca tuvimos la suerte de verlo. Se entiende que debía andar – ahora, también – en otros menesteres más interesantes.

En el hogar ardían los troncos. Con la leña mojada costaba encender la candela: primero leña menuda; después, leña recia y se formaba un cisco que terminaba en borrajo. Se caldeaba la casa. Las llamas formaban figuras caprichosas y de muchos colores: verdes, azules, amarillas, rojos, violetas, anaranjados…
Si el agua arreciaba volvían pronto los cabreros; las bestias no salían de la cuadra y a media mañana no se escuchaba el cacareo de las gallinas: anunciaban disponibilidad de ponedero. Parecía como si una calma especial lo invadiese todo, lo llenase todo.


Lo malo venía cuando llegaban noticias de arroyos desbordados; que el río iba salido de madre; que ‘andaban  los jundieros’; los derrumbes de tapias y tejados casi siempre les tocaba a los más pobres. En ocasiones aparecían las tragedias… 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora: Acacias en otoño

                                              

Se han vestido las acacias de otoño. El viento arrastra las hojas;  alfombran el suelo. Los árboles de Madrid le dicen al viajero que por aquí ya se las anda el tiempo de otoño.

El abuelo llegó en el AVE del medio día. Al abuelo para tener el parecido perfecto con Martínez Soria solo le faltó el gallo ‘lorigao’ asomando la cresta por el borde de la cesta de palma y que, además, se escapase en cualquier cruce de semáforos. Pero, no.

El hombre del tiempo anunció que iban a caer no sé cuantos litros de agua. Al abuelo – con su aquiescencia – le colocaron las botas que lleva al campo ‘porque no se mojan los pies’; y un pantalón de pana ‘porque es más recio’ y un jersey de lana que resguarda y el chaquetón rojo enguatado que ‘abriga y no deja que se cale…”

El tren dejó al abuelo, que iba equipado para llegar como menos, un poco más allá de la Laponia, en la estación de Atocha. El abuelo, por lo que hay que andar, diría que casi se apeó en el Cerro de los Ángeles… Y, Madrid con las acacias vestidas de otoño.

El abuelo es un tanto raro. Verán. En un bolso preparó un boliche de clementinas para sus nietos. Atarragó con la maleta y la carga. Tomó la línea 1 del metro, y luego trasbordó a la 7, y después a la 5… (Por cierto, circulaban los taxis, pero el abuelo usó el metro).

Llegó sudoroso a la casa. Dejó el bolso en el garaje… y los nietos – siendo como son tan menuditas, porque no ha llovido en otoño, y por lo de la agricultura ecológica que no usa nitrogenados, y por la cargazón del árbol – sí se ha enterado que en el sótano de su casa había un bolo con mandarinas.


 Dice el periódico que quien ostentaba, hasta ahora, la titularidad del Ministerio de Sanidad no se enteraba de nada, de nada, de nada. El abuelo esboza una sonrisa. Sus nietos apuntan maneras. Nunca llegarán a ese Ministerio. ¡Aleluya!

martes, 25 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una tarde cualquiera

                                       

La chica salía cada tarde y daba un paseo junto al mar cuando se ponía el sol. Llevaba, a veces, un libro que no leía nunca y una máquina de fotos. La brisa jugaba con sus cabellos. Los cabellos revoltosos se le venían a la cara. La chica dejaba en libertad su pelo…

La chica paseaba junto al mar. Ya lo he dicho. Pero no he dicho que era un camino largo protegido por una empalizada. No se sabía dónde empezaba. Habían aprovechado, en parte, una vía del tren en desuso. El  camino cuando dejaba la vía era tortuoso porque así lo marcaban los desniveles del terreno. Mucha gente iba y venía por aquel camino para dar un paseo largo…

Junto al rebalaje un chico joven jugaba con un perro. Desde la altura parecía un setter con lunares blancos y negros. El perro corría, volvía sobre sus pasos… El chico le lanzaba, a media distancia, chinas redondeadas y limpias que el mar había modelado con el ir y venir de las olas…

La chica se paró. Miró al mar. Era un mar con algo de resaca y  lleno de olas de espumas. Era esa hora en que los colores se tornan dorados. El sol se abría paso entre nubes y se hundía en el horizonte. Primero, un disco refulgente; luego, anaranjado; después violeta… hasta que se lo trago el mar.

El motor de una traíña anunció que la gente se echaba a la mar. No estaba en calma. Las olas traían y llevaban espumas; luego, salió otra, y otra…Hombres frente al mar ¿Cómo se daría la faena? Había un rumor sordo, prolongado. Era el rumor de siempre.


La chica decidió volver a casa; tampoco estaba ya el muchacho que jugaba con el perro ni el cielo tenía el color dorado de antes. Empezaron a subir las sombras. En la altura algunas estrellas; la bruma, en el horizonte. Llegaba la noche…

lunes, 24 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gañanes

                                                           

El gañan se levantó antes de ser de día. Avivó las  ascuas de la candela que ardían desde la noche anterior y calentó un poco de café en una cafetera de porcelana vieja y abollada. Luego, con sueño y casi dormido sacó de la alacena una talega de morcelina a la que tiempo había quitado color. En la talega tenía preparada la comida.

El gañán puso la talega en las alforjas. Dentro de la talega llevaba tocino, morcilla, un  cuarterón de pan, una fiambrera con tomates fritos…Volcó un cántaro boquino  y saco agua; llenó la cantimplora. Presionó el tapón de corcho; ya no goteaba. Quedó bien cerrada. Luego, con un movimiento mecánico la puso en uno de los bolsillos de las alforja en el lado contrario a donde iba la comida.

La cuadra olía a paja. Flotaba un vaho caliente y los mulos apuraban el sebo de la pastura. En los tiempos de sementera a los mulos se les daba una sobrealimentación: pienso molido de cebada, maíz y sorgo…

El gañán se alumbrada con un candil de aceite. Con un gancho de acero largo removió la torcía que impregnada en aceite ardía más y el pabilo ofrecía más luz. Colgó el candil en un clavo en la pared frente a la pesebrera, donde comían los mulos.

Sacó la yunta.  Amarró los mulos en dos estacas separadas entre sí varios metros. Sobre los cuellos les puso unas colleras de lona recia rellenas con granza de paja. Las amarró por la puntas romas, prietas, una contra otra. Cambió las martaguillas por dos jáquimas de cuero con anteojeras…

Al pasar por el pozo, junto a la cañada, sacó un par de cubos de agua. Bebieron los mulos hasta dejarla sobrada. Arrimó el que estaba aparejado al borde del pilar y de un brinco saltó y se sentó  a horcajadas sobre el aparejo.


Apuntaban las primeras luces del alba. Cuando el gañán llegaba a la besana, entre los terrones del barbecho ya cantaba alguna alondra, entre los terrones del barbecho; recibía la vida que  llegaba con el día. El lucero del alba, por el cielo, muy alto, aminoraba su fulgor…