viernes, 19 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otro Platero

                                                 

Se cumplen cien años del Platero de Juan Ramón. Aquel Platero vivió en la mente del poeta y en las calles de Moguer; en los campos de suaves colinas que sortea el río Tinto, el que viene desde las sierras de jaras, lentiscos y romero. Platero era un borriquillo de marisma y de tierra adentro.

Muchos aprendimos a leer con Platero. Era casi de la familia. Iba y venía, todos los días con nosotros hasta la vieja escuela de la Plaza Baja que todavía no se llamaba de la Despedía pero en la que sí escuchábamos las campanas de la iglesia que recordaban las horas del Oficio Divino.

El “Platero”, aquel que yo tuve de niño, tenía unas pastas de cartón por fuera y mucha poesía por dentro. Silabeábamos al leer. Yo me imaginaba al burrito delicioso que comía margaritas y amapolas. ¿Oteaban ya aquellas amapolas el horizonte?  Nunca lo supe.

Platero era el burrito amado de un señor que tenía la cara llena de tristeza, unos ojos grandes y negros, una nariz grande y casi afilada  y una barba muy recortada. Aquel señor miraba desde las fotos – las pocos fotos que conocíamos entonces – de una manera extraña, enigmática, misteriosa.

Un día leímos que “Platero es tierno igual que un niño, que una niña…” Los niños jugábamos ‘al pincho’ en la puerta de la Droguería de El Pintor, o al trompo – que los había de puntas romas o afiladas –, a las bolas, a los toreros… Las modas venían y se iban. Nadie conocía la  mano que movía los hilos de aquellas modas.


Pero sí había una cosa muy importante. Por no sé qué extraña percepción todos sabíamos que era “fuerte y seco por dentro, como de piedra…” y que Platero era un amigo, muy amigo nuestro.  Siempre nos esperaba.

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