jueves, 30 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Siemprevivas

Estaba la tarde en calma; cantaban los pájaros. Ululaba el viento entre los almendros. Se retuercen los olivos viejos en los troncos centenarios; las siemprevivas orillan los bordes del camino con colores lilas y blancos.

Y una mariposa que se fue delante y margaritas y florecillas silvestres, pinceladas arrancadas a una tarde de primavera que está ahí como esperando al viajero. Y le dan la bienvenida y…

Me he subido hasta La Cruces. Son los viajes que no se programan y son los que  salen. No había alcaciles en Montija. Porque habíamos ido a Montija buscando alcaciles. Bueno, si había, pero están aún faltos de cuerpo. Los dejamos para otro día cuando ya mayo esté deshojando chilindros y rosas nuevas.

Decidimos – Juan y yo – que nos vamos para Las Cruces. El peligro de dos aventureros sueltos. No transita nadie a esa hora de la tarde en que la gente ya ha dado de mano en el campo y se ha vuelto a su casa. Todo está solitario. Un motor lejano rompe la poesía del silencio.

Por donde nace el arroyo Bujía se ha arrancado una pareja de pájaros…Primero han corrido por el camino; luego, se han asomado al barranco. Vuelo intenso y corto. El vuelo de la perdiz es intenso y corto. Se pierden en las quebradas del terreno. Una camada de volantones de jilgueros van de almendro en almendro.

Está todo el campo salpicado de casas blancas. Una aquí; otra, allí. Todas están en su sitio. Reverberan a la luz de la tarde. La luna en cuarto creciente juega al escondite con unas nubes muy altas. Deben estar muy bajas las temperaturas en esas coordenadas de la troposfera.

Desde la puerta de la ermita se ve Málaga allá a lo lejos, junto al mar. Y, Churriana, los Alhaurines y Cártama  y Coín y otros pueblos entre la bruma y cómo se estira el caserío como una mancha blanca, como una vía láctea pegada a la tierra.

Álora se acurruca junto al Hacho que, en la distancia, parece un cerro cualquiera. La sierra de la Huma y el Torcal y los Montes de Granada. Desde la puerta de la ermita se respira calma como la que dicen que gozó aquel fraile que cuando vino a darse cuenta se le había pasado el tiempo. Ah, la radio del coche dice que Monedero abandona Podemos y…¿?

miércoles, 29 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tagardinas

El muchacho bajaba por la colá que viene desde la Realenga, bordea las tierras de rozas y llega al pozo en la cañada de las Caballerías, antes de que llegue - la cañada - a encontrarse, frente a las tierras de la casa de  ‘Machaco’, con el arroyo Jeva.

El muchacho tiene esa edad frontera en la que se deja la adolescencia y se está a la entrada de la edad madura. Tenía el pelo largo  y lacio caído sobre la frente; la barba, de varios días y un par de arrugas incipientes en ambas mejillas. El muchacho venía sudoroso y embarrado.

El chaparrón que se había presentado a media tarde le sorprendió en campo abierto sin ningún lugar donde guarecerse. Todo el aguacero primaveral le había caído sobre su cuerpo. El muchacho estaba empapado.

Calzaba unas botas recias que le recubrían hasta los tobillos. Las botas tenían grandes plastas de barro en la suela y lo hacían andar con pasos oscilantes; el pantalón presentaba salpicones que ya se habían secado pero que le daban un aspecto aún más sucio.

Llevaba un zurrón de cabrero, de piel, viejo y forrado de pellejo de conejo y que con el paso del tiempo se había pelado por los laterales; estaba un tanto raído. El zurrón colgaba en bandolera y por entre la tapa y las esquinas asomaban un puñado de tagardinas frescas y chorreando gotas de agua.

El muchacho llevaba en la mano derecha una navajita pequeña para cortar, entre dos tierras, las que encontraba por el camino. Me dijo que las había cogido en el Lomo Frío, “porque allí están sencillas”. Las tagardinas crecen en los terrenos baldíos, en los bordes de los caminos, en los lugares donde se labra poco.

Según qué sitio la llaman de manera diferente: tagannina, cardillo, almirón, chicoria, lechocino… Me dijo que había tiendas de verduras que se las compraban y que era una manera de ayudarse en estos tiempos.

La targardina  tiene las hojas recubiertas de espinas pequeñas. Se pelan, arrastrando la  uña del dedo pulgar con cuidado para no hacerse daño. Se come, a modo de berza, en olla con guarnición recia, a saber tocino, algo de morcilla, un trozo de chorizo… Por cierto, la mejor que me he comido, últimamente, en los ‘Atanores’, frente a los lavaderos del Valle de Abdalajís…

martes, 28 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alcaciles

Crecen, como crece todo lo que es hermoso, a su aire. Cada año tienen su cosecha. No le hacen asco al frío de las mañanas de invierno. Cuando llegan los calores del verano se secan. Orillan las realengas y los caminos y nacieron cuando el otoño roció de Gracia de Dios, o sea de lluvia, los campos sedientos del estío.

Se coronan con un ramillete, a modo de pompón o de moño, de color lila. Cuando se forma el fruto sus puntas son agudas y finas. Hieren como los amores mal correspondidos y desdeñados. Como hieren los desengaños  y hacen daño, mucho daño.

Los cocineros que se precian los buscan para las exquisiteces de sus platos. Dicen que compiten con la alcachofa  - con la de huerta - que es la señorita; el alcacil, el hermano pobre. Sus cabezas daban un sabor especial a las cazuelas de arroz con colas de bacalao y… alcaciles.

Los que saben dicen que vinieron de África. Los trajo el viento una mañana cualquiera que soplaba del sur, pasó las aguas azules del Estrecho y los dejó caer – las semillas – por los bordes de los caminos, en las lindes de los cercados donde los toros  comen margaritas, jaramagos y cerrajas y en los baldíos.

Dicen, que también tienen otra finalidad. Es el hito, puesto allí, en su sitio, para que los jilgueros se posen y, entre ellos, compitan a ver quién tiene los trinos más hermosos, se reten y levanten, cuando lo tengan a bien, el vuelo.

Claro que al igual las alondras les presentan competencia desde el mismo suelo. Y, entonces, entran en juego, el canto de los pájaros y el color. Y el campo rompe en esa sinfonía de amanecer que solo ofrece en estos días.

Espárragos, setas, collejas, tagardinas, collejas…Barbeito escribió de ellos: “Alcaucil o alcachofa, según quieras, que por mi zona se le llama alcaucil al de huerta y alcachofa a la borriquera, por más que las dos pertenezcan al género botánico de las cynaras” y si el Maestro lo dice así…

lunes, 27 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno bitácora. Lagares

Nos vamos hoy, si te parece, por tierra de Lagares. Sube por la Cuesta del Moro. Entre el Ventorro y la Gabia (hay quien lo pone con ‘v’; otros, con ‘b’) Si es con uve: tierra de venturas; si es con be: de belleza. Si te gusta quédate con las dos. Toma por detrás de la casa de Ramón.

Desde Viso Alto Álora se ve enfrente. En Serpeta la historia y la arquitectura popular se dan la mano En Cazurrín hay un  molino de aceite viejo, que ya está arruinado y, por detrás de Villaverde donde se juntan los caminos que van a las Cruces, salía, en la noches larga de invierno, ‘un espanto’.

Sitúate. Estás en tierra de moriscos. Fíjate en los pocos tipos de hombres y mujeres que aún quedan por aquí: son una prolongación natural que se ha alargado poco más de trescientos años y, en historia, ese tiempo, ya sabes…

Antropológicamente está por hacer el estudio. Las costumbres; la forma de vida; el saludo de llegada y a la despedida; el doble beso, en la cara, entre los hombres; la fiesta; los duelos y las bodas; la música; la expresión corporal; la casa y el pozo; el vericueto que ¿va o viene?, ¿sube o baja?

Cuando llegues a lo alto, a la cumbre, no tengas prisas Quédate un rato en los alrededores de la ermita. Estás en las Cruces – hay quien también la llaman de las tres cruces. Te digo. Allí se unen los términos municipales de Álora - que era la cabeza del Partido Judicial – Almogía y Cártama.

A lo lejos, muy al fondo, si el día está claro verás cómo brilla el mar; al Norte, casi con la yema de los dedos  tocas el Partido de Jeva y El Torcal. No ves Almogía pero lo intuyes y enroscado a los pies del Hacho, Álora.

Verás que baja un arroyo seco y hondo. Es el arroyo Rabanero. Allí vivió mi amigo Juan Martín, “el, Capitán”. El mejor verdialero que ha dado Álora. Un día de aire cambiado salió cantando: “En el arroyo Rabanero / el dinero es el que pita / se echa una novia un pobre / viene un rico y se la quita”… ¡Cosas que pasan!

domingo, 26 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica bajo la lluvia

El día estuvo lluvioso; gris. No era una lluvia intensa ni fuerte; no. No era esa monotonía que cae sin dar un momento de respiro; no. No era ese anuncio que a modo de mensaje envía, desde el telediario, el hombre del tiempo y aconseja que no se salga de casa; no. Eran chaparrones de abril.

Por el cristal de la ventana corrían las gotas de agua. Era, primero, ese vaho que empapa y parece que no moja, y luego se condensa y ya se sabe... Era eso que en otros sitios lo llaman de maneras diferentes: orvallo, pamplineo, calabobos - ¡por cierto, qué nombre más feo! – sirimiri y, entonces, pasaste tú.

Ibas bajo un paraguas. Caminabas con paso firme, seguro. Sabías a dónde ibas. No te detenías ni ante los escaparates, ni mirabas a ninguna parte, ni te importaban los charcos que se habían formado entre las losas de la acera. Seguías la dirección que lleva quien sabe qué quiere y lo que quiere. Eras tú.

Las gotas de agua, al unirse entre ellas, estrelladas contra el cristal de la ventana corrían despavoridas. La diferencia de temperatura entre el interior y la calle le ponían una película vaporosa. Todo estaba como borroso. Dificultaba la trasparencia. Las gotas bajaban asidas unas a otras hasta el filo del quicio de la ventana y, allí se quedaban… Pero, eras tú.

Una ola grande barría la bahía… Detrás venía otra y, luego otra. Era el rumor sordo del mar. La mar estaba muy tranquila; el cielo; muy gris. Ni un resquicio por el que se asomase el sol. Todo era un compás de una espera que no se sabe qué es, pero todo esperaba. Solo tú seguiste tu marcha con paso firme bajo el paraguas…

Tu imagen estaba difuminada. Los contrastes de los colores y la luz dejaban una figura borrosa. Tenías dos marcos: el de la ventana y el de la luz. Las gotas de agua daban la belleza de la Gracia de Dios que se venía para darte el encanto y el misterio que siempre llevas tú…

Te vi pasar. Seguías tu camino. Desde detrás del cristal, amparado en no sé qué postura de pasividad, te dejé seguir… Eras tú.

sábado, 25 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pluriempleo

Y, ahora resulta que sus Señorías no llegan a final de mes. Se tienen que buscar algo ‘extra’. Pluriempleo. Sus Señorías – esta mañana hablaba un periódico que son sobre 130 – tienen que rascar algo fuera del ‘sueldecillo’ oficial y las mamandurrias que les acarrea.

Los hay también que van por otro camino. Verán, el camino de la realización personal. Sus Señorías, algunos, muy pocos, es la verdad, cuando llegan las elecciones vienen por estos lugares perdidos en medio de los campos de España y que se llaman pueblos y nos prometen unas cosas, vamos, más cosas…

En ese hemiciclo tan feo se aburren. Tienen que buscar algo fuera. Algo que demuestre que sus Señorías son valiosísimos y están ‘desaprovechados’. Asesoran empresas, y tienen sus bufetes y sus tertulias y sus clases en la Universidad, y la biblia en pasta si se tercia.

Ha saltado, inocentemente, ya me entienden, como saltan estas cosas, algunas ‘ayudillas’ que algunas Señoría percibían por ser lazarillos de consejeros delegados y a presidentes de altísimas corporaciones… Sus Señorías, que no se me interprete mal lo hacían por la generosa y altruista idea de ayudarles en sus sesudas decisiones, vayamos a...

Sus Señorías percibían eso que algunos llaman euros. O sea, parné como el que buscaba el gitano en la feria con la venta del borrico. Parné que, naturalmente, declaran, pero eso sí, mientras tanto, los asientos del Congreso – por ocuparlos también cobran – muestran un vacío como los patios del cementerio una noche de tormenta.

Esto hay que terminarlo con una sonrisa. El ‘Veneno’ era bajito y de pocas carnes. En la puerta de la iglesia de la Vera Cruz, vendía lo que daba el tiempo: dos palmitos, unas bolsas de nueces, un canasto con brevas. Un día decide ampliar el negocio y junto a los pañiles puso un carrillo con naranjas, un puñado de granadas... Pasa uno, ve la marcha del negocio, y le larga:

-          Veneno que  te vas a quedar con El Corte Inglés…

Señorías, Señorías, cuidado con la ampliación del ‘negocio’ que como decía mi amigo Juan,  ‘el Trueno’ sus os estáis pasando

viernes, 24 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Hacho

La mañana estaba luminosa; clara. La brisa acariciaba la cara; luego, a medida que entró el día, tomó más cuerpo. Era el aire de ‘arriba’, - porque aquí al viento que viene del norte se le llama así – que ponía el cielo azul, de un azul intenso y casi provocativo.

Conforme pasamos la Fuente de la Higuera tomamos el carril a mano izquierda. Ascenso lento, suave, agradable. En primer plano, bajo nuestros ojos, el Convento de Flores; a media distancia, el río caracoleando por el Hoyo del Conde, por la Vega Redonda…; en la lejanía: El Torcal, los Montes de Málaga, la Sierra del Valle.

Todos los caseríos tienen nombre y apellido: allá abajo, en la falda de Sierra de Aguas, la Hedionda – por lo de las aguas cargadas de sulfuros y olor a huevos podridos -, aquí el Sabinal y los Cortigüelos y allí, aunque aquello es tierra de Casarabonela, Los Cantareros con espadaña de capilla y recuerdos de otro tiempo.

“Esta encina, me dice Juan Blanco, tiene las bellotas más dulces y más carnosas de todo el contorno”. Y seguimos camino arriba y, ya en la cumbre, giramos a la derecha y nos vamos hacia el Monte Redondo y recordamos de cuando niños que veníamos a “ver” el mar… Y, ahí abajo, la fuente de Pedro Sánchez, que aparece en el Libro del Repartimiento.

Huele a tomillo, a romero. Están en flor el almoradux, los cantuesos, matagallos y las aulagas. Se han vestido los olivos de trama y brotes tiernos. Los almendros tienen a medio madurar el fruto. Mueve el aire las remanas; se enrisca en las palmas. Se oyen, pero no se ven, las cencerras de las cabras. Huele a campo.

Dejamos para otro día el Toril, y el Hoyo de Aurioles y los Peñones de Juan Díaz, y la Miguela y la Cuesta del Verrón…Por ahí, por encima del Baece, me dice Juan, estaba la cueva donde murió, muy niño, ‘el  Macareno” y recuerda que un milagro salvó a su hermano Alonso aquel día.

Y de allí nos fuimos a la Cruz del Hacho. Y uno cuando llega allí no piensa en nada, Respira hondo y da suelta a muchas cosas… ¡Dios mío cuanto belleza! El pueblo abajo. Suben ruidos del pueblo, sube la vida, a modo de vaho que busca otras alturas; en la media distancia, la vega abierta, a los dos lados del río; en el horizonte los montes que recortan el cielo… Después arreció el viento.

jueves, 23 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Renuevos

“Y, el pueblo se hará nuevo cada año…”Lo anunció Juan Ramón una tarde de primavera – como ésta – en que todo le llamaba a la nostalgia. Se impregnó el maestro de Moguer de recuerdos y los dejó escritos en unas cuartillas para los que veníamos después.

Otro maestro, Barbeito, que yo ya no sé si es de Aznalcázar, de Gines o del campo, o de los tres a la vez, en una elegía a Tana, se ha dejado caer con el mensaje: “Vamos muriéndonos en las gentes, en los animales y en las cosas queridas que se nos van muriendo”. Para enmarcar.

En  enero, los almendros se fueron a la feria de las flores. Se llenaros los bolsillos de sueños y ahora se sacan, a puñados, peladillas de terciopelo que cuelgan de sus ramas en espera del sol de mayo y del que luego, cuando llegue el verano, les dé más cuerpo.

Casi han recorrido el mismo camino las higueras. Ya tiene cuajados los frutos. Se visten de hojas tiernas, frondosas y verdes; sensuales y carnosas. Se han coronado los granados con perlas rojas de pétalos preciosos y ¿qué decimos de las parras con uvas casi cuajadas pidiendo sangre de Corpus?

Álora se viste de azahar y flores nuevas. Están los tallos de los olivos reventando de trama y los renuevos anuncian que ya les llegar su tiempo y serán ungüento o lo que es lo mismo aceite dorado. Todo un milagro del campo, de la almazara y de la mano del hombre.

Están las malvas en provocación constante. Piden amores, amores nuevos, como las amapolas, como los lirios de pasión, como las rosas, como…. Mece el viento de la tarde los trigos. Rinden sus cabezas las espigas y anuncian que vendrá la hoz y los trigos arrebujados sabrán que llegó su tiempo.

Y llegará el nuestro, y nos iremos; se morirán aquellos que nos amaron… Y se hará realidad – incluido el pozo blanco, y el espíritu errante y nostálgico – todo lo que decía Juan Ramón y vendrán otros renuevos… O sea, el ciclo de la vida. La vida misma.

miércoles, 22 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de la estación

La tarde esta gris. Llovió hace rato pero ahora no llueve. El cielo está entoldado;  las nubes densas  no dejan que entren los rayos del sol. Una leve claridad se posa en el horizonte sobre las montañas más lejanas: difuminadas, sin relieves, sin nada que llame la atención.

Toda la atención la acapara la chica. Lo llena todo. Da sentido a todo. Lleva algo de equipaje. Está sentada sobre el filo de la maleta. Se cubre con un paraguas abierto, levemente inclinado hacia atrás. El paraguas no frena la visión. Se pierde la vista en un horizonte. La chica mira. ¿Ve?

La chica piensa. La chica tiene el pelo largo y lacio; le cubre la cara. Se intuye que todo es espera dentro de ella. Sostiene la barbilla con el puño de su mano que no aguanta el paraguas. Tiene juntos los pies…

Casi como en un olvido está la caja de viaje. Tiene forma de bombo. Puede que lleve cautivos algunos sombreros; quizá una pamela; quizá alguna otra cosa de más vuelos para el viaje que ha emprendido hacia alguna parte.

En esos tiempos de espera pasan muchas cosas por la cabeza. Se puede pensar en muchas cosas. A veces, también da en no pensar en nada. Se deja que pase todo…

Sigue sin entreabrirse la tarde. Los raíles de la vía esperan dar sentido a su ubicación. No llega el tren. ¿De dónde vendrá el tren que no llega? ¿Hacia dónde irá ese tren que espera la chica sin prisa, sin sensación de impaciencia, sin atisbo de zozobra?

Está mojado el suelo del andén de  la estación. Dejó de llover hace un rato. Un rato ni corto, ni largo. Solo un rato. El suficiente  para que en el manto leve de agua se refleje la  figura de chica que espera bajo el cielo gris ahora que ha escampado.

El tren no llega. Está desierta la estación. No viene nadie; no pasa nadie…Bueno, sí pasa. Pasamos nosotros; pasa el tiempo…

martes, 21 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Flores

Nunca lo he tenido muy claro. ¿Celindos o chilindros? Dicen los libros que lo primero; el pueblo lo llama por lo segundo… Me quedo con la palabra del pueblo. Si es palabra del pueblo es palabra de Dios.

Están ya en flor. O sea, están preciosos. Forman ramilletes blancos y forman ramos apretados, en los nudos de las varas y entre los pétalos blancos, los sépalos amarillentos con pinceladas de  polen, mucho polen para que liben las abejas su néctar bajo el palio azul que llamamos cielo.

Por cierto, pocas cosas han cambiado más de nombre. Verán. Para nuestros bisabuelos era la gloria; para nuestros padres, el cielo; para nosotros el firmamento; para nuestros hijos el universo; para nuestro nietos, el cosmos… Espacio, mundo sideral. Lugar dónde, cada noche, las estrellas juegan al escondite con Dios.

A lo que iba. Está los chilindros a rebosar de esplendor. Derrochan perfume, sensualidad y color blanco tan puro como las nieves de las cumbres de Armenia de donde dicen que lo trajeron no se sabe cuánto tiempo.

Cuando yo era niño las iglesias, por este tiempo, olían a azucenas, a chilindros, y a otras flores que vienen de la mano de la primavera. Era la antesala de mayo. Preludio de aquel canto universal y anónimo: “Venid y vamos todos / con flores a porfía / con flores a María….” En la Vera Cruz rebosaban - las flores -  por el altar de la Virgen de Fátima…

Ahora el campo está ahíto de otras flores que no tienen tanto olor pero le echan el pulso en belleza. Es una belleza humilde. Casi casi piden perdón porque estar ahí en los bordes de los caminos: margaritas, - ¿me quiere, sí o no? - y daba lo que ya todos sabemos, o sea, que es que…, malvas, jaramagos, lirios, amapolas...

Los chilindros se pavonean en las lindes de los huertos. En los jardines mandan los rosales y dentro de muy poco tendrán que competir con los jazmines, pero ahora las tardes son suyas y no hay quien les coma el terreno.

lunes, 20 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Locura

“Y va el capitán pirata /cantando alegre en la popa/ Asia a un lado /y,  al otro Europa”… Y el profesor jugaba a la adivinanza con el puñado de chiquillos en la clase de Geografía. ¿Por dónde navega el capitán pirata?

-          Maestro, por el Bósforo…

-         

-          Maestro, por el Mar de Mármara…

-         

-          Maestro, por los Dardanelos...

-         

-          Maestro, por el Mar Negro…

 

Y, el profesor esbozaba una sonrisa. Miraba cómo aquel puñado de inteligencias, espabilados como ardillas, se ‘perdían’ por el mapa y buscaban la respuesta. El profesor tenía las manías de recorrer con sus alumnos los caminos de los mapas y juntos lo pasaban muy bien.

-          ¿Sabe usted, me decía hace unos días, uno de aquellos niños que he ido a visitar Estambul, por aquello que usted nos hacía buscar en el mapa?

El profesor hoy ha sentido como se le paraba la sangre. Lo decía la radio. Un chaval de la edad de aquellos en lugar de jugar por los mapas se entretenía en pensar cosas raras; muy raras. Porque que un chaval con trece años piense en catanas, ballestas, navajas, bombas y puñales… Pues ¿qué quieren que les diga?

Son momentos de preguntas sin respuestas. ¿Qué puede hervir en la olla de un niño de trece años para que haga cosas como la del chaval de Barcelona que se mancha las manos de sangre y muerte?

Dicen que pudieron ser más muertes. Dicen que con la Ley del Menor no le pasará nada. Dicen que, entre los docentes, ha caído una losa enorme porque algo no funciona. No es momento de buscar culpables pero sí de buscar remedios.

Estoy seguro que a La Moreneta se le han caído esta mañana dos lagrimones grandes. Grandes como aquellas rosas que compraba cuando era joven en Monistrol de Monserrat – las más bellas rosas porque se crían bajo el manto de la Virgen – que he tenido en la afición de coleccionista.

La Moreneta también habrá llorado por las noticias que vienen de Lampedusa. Ya no es azul el mar de Ulises, ni navegan capitanes piratas en versos de poetas. Es un mar de tragedia y muerte. Odio, miseria, incomprensión… Madre como no eches una mano, los hombres no arreglan esto.

domingo, 19 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Asturias, si yo pudiera...

Subimos por el Sil hacia las cumbres de la Cordillera Cantábrica. En Villablino fue donde la chica aquella que nos sirvió en el restaurante - ¿te acuerdas? – nos dijo: “y cuando ustedes vean una estrella de nieve en el mapa del tiempo en el telediario, ahí debajo, estamos nosotros”. Y nos hemos preguntado algunas veces qué habrá sido de la chica aquella.

Y recorrimos la Laciana y la comarca de Luna. Y, desde lejos veíamos Peña Ubiña. La roca era de un gris casi blanco. Brañas, escobas y piornos. Pastaban las vacas en las laderas y se escuchan los esquilones como una música lejana y bellísima.

Llegamos a Babia cuando era medio día. Todo estaba luminoso aquel día de verano. No había gente por las calles. Y, desde allí tomamos el camino de Leitariegos. Atrás quedaban las tierras altas de León y, ahora tocaba bajar, siguiendo el curso del Narcea, por Asturias hasta el mar.

Bajábamos Leitariegos. Habíamos coronado los más de los 1500 metros que dice el indicador de carreteras que tiene el puerto. Vegetación exuberante. Todo estaba verde. Regatos de agua bajaban del monte y fue entonces cuando tuviste aquella ocurrencia, como todas las tuyas, genial:

-          Y ¿si a ti te ocurre algo…?

-          Pues te sientas en la cuneta y esperas a que pase alguien y te auxilie…

Y, la verdad como que no te hizo mucha gracia la respuesta. No sé si por lo de la espera o por lo de la soledad de aquellos parajes. Y, seguimos camino y llegamos casi cuando caía la tarde  a Cangas de Narcea.

Y anduvimos y fuimos a los lugares que nos había recomendado Roberto y luego como tú eres más atrevida te pasaste de una a otra orilla, varias veces, por el puente colgante sabedora que  a mí el ‘respeto’ a esas cosas me dejaba anclado en una de las dos orillas.


Naturalmente me ‘vengué’. Y, al día siguiente nos fuimos por Corias y subimos a las cumbres de la Asturias profunda y llegamos a Taramundi y vimos que, además, de ser un pueblo precioso, le habían levantado un monumento a un maestro… ¿Te acuerdas?

sábado, 18 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El puerto

¿Te acuerdas? Llegamos a Cangas de Onís por el Cares. Era una mañana luminosa de verano. El monumento a don Pelayo estaba casi enterrado en rosas rojas, amarillas, blancas, anaranjadas… 

Anduvimos por las calles y, luego fuimos a ver la Cruz de Asturias que pendía del puente que dicen que es romano pero que no es romano ni ná…Bromas aparte, los que saben dicen que es un puente medieval.

Entramos en la tienda aquella. Estaban a punto de cerrar. Nos preguntaron si queríamos algo y le dijimos que sí. Compramos unas baratijas. Algo de poco valor y menos dinero y fue cuando, después de pagar  y de preguntarnos cuándo nos íbamos, la señora nos sorprendió:

-          ¿Tendrían inconveniente en que esta noche cuando cierre la tienda mi marido y yo les invitemos a una botella de sidra?

Nos quedamos sin palabras. Preguntamos a qué se debía el…

-          Porque ustedes han sido los únicos de todos lo que ha pasado esta mañana por la tienda que no nos han pedido descuento.

Y fuimos aquella noche a la sidrería y tomamos una botella, y otra, y otra…Y fue de esas noches que no se olvidan y la culminamos con un postre de “Peña Santa”. Un souflé de helado que estaba riquísimo. Era tanto que la glotonería se resistía a dejarlo allí pero imperó la cordura.

A la mañana siguiente subimos por el Sella. El desfiladero se estrechaba; la vegetación llegaba  la lengua del agua. El agua era clara, limpia, pura, saltarina. No sé qué  más adjetivos se me venían a la cabeza para aprehender tanta belleza como la que se abría ante nuestros ojos.

Y fue entonces cuando tú me dijiste que aquello era un paisaje propio de Carlos de Haes pero ninguno de los sabíamos si Carlos de Haes habría estado por allí alguna vez en su vida. Y…


Se sucedían las curvas. Carretera estrecha. Muy estrecha. Y me pediste concentración en lo que estaba haciendo y pasamos de largo por Oseja de Sajambre y llegamos a lo coronación del puerto y un letrero decía: Puerto del Pontón 1280 metros. Caía el orvallo. 

viernes, 17 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Valle de Alcudia

Pasa el tren moderno veloz. Muy veloz. En la pantalla anuncia: 290 kilómetros/hora. Pastan indiferentes rebaños de ovejas; algunas vacas… Todo está verde. Dicen que cuando pasaban los primeros AVEs el ganado se espantaba. Ya casi lo han integrado en el paisaje.

El valle se extiende entre los últimos repliegues de Sierra Morena y los primeros escarceos del Campo de Calatrava que todavía no es La Mancha. Está cerrado al Norte y al Sur. Al Norte por las Sierras de Puertollano; al Sur, por Sierra Morena, por la Sierra del Rey, por Sierra Madrona o por la propia Sierra de Alcudia.

La Alcudia es un remanso de soledad, quietud y sosiego. Pasto abundante en primavera que se agosta en verano. Algunas charcas retienen agua para que abreve el ganado que se va y se viene como quien está en el patio de su casa.

No existen pueblos de Brazatortas a Fuencaliente en plena Sierra Morena ni de Hinojosa a Mestanza. En la soledad del Valle algunas casas salpicadas. El cobertizo es un saliente  prolongado hacia el corral; sirve de majada.

Las viviendas tienen poca altura y muros gruesos de piedra. Desde  la lejanía se ven horadados por ventanas. Cervantes que se las anduvo por aquí no las llamaba ventanas sino troneras por donde entraban y salían los gatos, aunque Don Quijote viese otras cosas.

La ‘Venta de la Inés’, no lejos de Almodóvar del Campo, tiene historia y sabor. Aparece en el Quijote y en Rinconete y Cortadillo. Era lugar de reposte para arrieros y caminante y gente que subía o bajaba a Andalucia por la Ruta de la Plata.

 “La del alba sería – escribe don Miguel -  cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo” ¿En qué venta estaría pensando?

Quietud y soledad. No hay pastores trashumantes; se han cerrado las minas de cinabrio y los malacanes son testigos mudos del pasado. Rompen el silencio los tiros de las monterías, el jadeo de las raleas que persiguen la pieza o el zumbido contra la velocidad, el espacio y el viento del tren ultramoderno…


Y el viajero mira, ve por la ventanilla, y piensa.

jueves, 16 de abril de 2015

Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Pasa la Virgen de Flores

Iba Ella por la calle con su Niño en brazos. Iba, como va siempre, con la mirada de Madre buena escudriñando cada rincón, cada quicio de cada puerta, cada ventana que se abre, cada corazón que la requiebra. Iba Ella como va siempre; Ella y nuestra…

Iba camino del templo de San Andrés  porque durante el año no está en el templo. No, no; Ella está en Flores. ¿A los pies de El Hacho? Sí y no. La “Ella” a la que me refiero está en Flores, a orillas del Múrtiga con Portugal al alcance de la mano: “A orillas de la ribera / está la Virgen de Flores, patrona de Encinasola/ reina de los corazones”.

Ha colgado Fermín Adame la foto de la Virgen de Flores que pasa por la calle y vemos que por ahí va  la Reina, la Virgen guapa de ojos morenos y grandes, la Virgen de mirada clara y serena, dulce; profunda y bella; pasa la Madre de Dios y madre nuestra.

Está tomada la foto desde el interior del portal de la casa. ¿Lo de dentro? No importa…, abierta de par en par la puerta y fuera… Bueno, ni dentro ni fuera. Ella. Con su manto rojo de bordados de plata y su trono y sus flores en la mano… Ella.

Lo que son las cosas, me viene a la mente la letra de otra canción: “Para patrona bendita / la de mi pueblo, señores/ es morena y chiquitita, / se llama Virgen de Flores / y es pa mi la más bonita…”

Da igual: “sol que surge en la aurora”, “rosal de Jericó”, “pozo de aguas vivas”, “torre de David”, “Jardín cerrado”, “fuente sellada”, “jardín de los montes”, “olivo de llanura”, “arbusto florido”…, así la hemos pintado, porque en Álora somos así,  en las rocallas de su carmarín de su convento de Flores, el nuestro.

Y, por si fuera poco, también la llamamos “rosa mística”, “lirio de los valles”, “espejo de justicia”, “resplandor de la luz”. Virgen de Flores. De las flores de los campos: romero, almoradux y jara; tomillo y espliego; azahar y tallos de encinas y olivos tiernos, madre de perotes y marochos.


Pasa la Virgen de Flores, -es un decir, porque siempre está dentro, ¿dónde sí no están las madres? - pasa la Madre de Dios y madre nuestra.

miércoles, 15 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pueblo

Recordaba Juan Ramón su pueblo, de niño, “como una blanca maravilla, / un mundo mágico, inmenso”. Moguer, el pueblo de Juan Ramón,  es un pueblo blanco cercano a la mar grande por dónde Colón se fue buscando aventuras y el sol cada tarde busca el camino de América.

José Feliciano, en los años setenta del siglo pasado cantó a su pueblo. Era un pueblo en constante agonía y lleno de tristeza. Era un canto a los amigos que partieron delante y a los que, cualquier otro día, también lo harían. Era algo así como la proclamación de la desesperanza.

María Ostiz aquella chica navarra que se casó con uno de los grandes jugadores que han pasado por el Madrid, Ignacio Zoco, también cantó a un pueblo. No nos dijo nunca qué pueblo era. Los que éramos jóvenes en aquellos años cantábamos con ella, sí, cantábamos que un pueblo era “abrir una ventana y respirar” y la sonrisa del aire en cada esquina y  trabajar y no volver la cara…

El “Nuevo Mester de Juglaría” cantó al pueblo de Castilla sublevado en la revolución Comunera. Eran otros tiempos. Hablaban de campanas que llamaban, de Justicia que no llegaba, de solución a problemas de hombres, de tierras y fueros.

Con este tiempo que nos ha traído abril, el pueblo, o sea, mi pueblo, Álora,  esta tarde estaba precioso. Un cielo de nubes que pasaban; chaparrón improvisado y el Levante haciendo de las suyas; el campo en esplendor de primavera… Tocaban las horas el reloj de la iglesia.

Desde la lejanía lo he visto  asomado de puntillas por  entre los Cerros como quien ve cómo se va el río; como quien quiere ver sin ser visto; como quien escucha los cantos de los pájaros que anuncian que viene a noche y se extasían con el perfume que sube de las  huertas sensuales y únicas…


Y he pensado en la gente que entre tanta belleza lo estás pasando mal porque le vinieron contrarios los tiempos; y me cuerdo de los que tuvieron que irse cuando éramos niños y dejaron vacíos los asientos de los pupitres en la escuela y en los que se van ahora… ¡Qué quieren! Con estas cosas se siente un pellizco por dentro…

martes, 14 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de la tarde gris

Era a esa hora en que la luz ya ha cumplido y va de retirada. Ni tarde, ni temprano; a la hora precisa. En ese momento en que puede ocurrir cualquier cosa pero nunca pasa nada porque  parece que se ha parado el tiempo y dejó la prisa olvidada no se sabe dónde.

No había nadie en la calle. Estaba desierta. Ni coches, ni gentes, ni esos niños que encuentran la libertad liberados de la mirada protectora. No había salido ninguna señora a pasear el perrito; no había ningún hombre ocioso que no va a ningún parte.

Había cesado la lluvia. Plegaste el paraguas, por cierto azul, para que todo fuese en armonía y que te servía como contrapunto de equilibrio mientras mirabas a un punto fijo. A ese punto por donde tiene que llegar lo que estabas esperando. Pero mira por dónde – cosas que pasan – también era una ausencia larga, un vacío, un algo que flotaba lejos.

Te inclinaste, hacia adelante, sobre la punta de los pies. Los tacones de tus zapatos casi no tocaba, el suelo. Había un hálito especial. Era una manera más de prolongar la mirada hacia el lugar exacto, preciso, deseado, esperado… Era por donde tendría que aparecer en cualquier momento.

Tu cuerpo atlético, tu boca de admiración entreabierta con un suspiro que no sale, con un ¡oh! que no llega. Una cintura de bailarina, unas piernas en tensión y un pelo lacio y suave que decía de ti que eras de una belleza poco corriente.

Una baldosa un poco levantada, casi justo donde te has apoyado en el borde, habla de la irregularidad del acerado. Se pierde la calle difuminada en la lejanía. Un árbol frondoso pone una pincelada verde a la armonía de tu manera de vestir, a la placidez de la tarde, a la belleza de tu cuerpo…


Todavía  no sé si esperabas a alguien - ¿quién podría ser ese alguien? -  si debía llegar un taxi o si te asomabas para ver lo traspuesto - porque te pareció bien - a eso que todos damos en llamar vida.

lunes, 13 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El nacimiento del Río Cuervo

                         A mi amigo Antonio Espárraga con quien anduve por aquellas tierras y que ya no está entre nosotros.

En el Cerro de San Felipe nacen el Cuervo, el Escabas y el Júcar. El Cerro es pródigo en aguas. Son aguas limpias, transparentes y heladas. Buscan la salida y horadan barrancos, rocas, cárcavas y peñas.  Forman una red extensa que, unida a otras, dan vueltas y abren caminos hacia el Mediterráneo o hacia el Atlántico.

El verano allí es corto. La naturaleza se muestra llena de colorido y verdor. Los inviernos, por el contrario, largos y duros. Se prolongan de septiembre a mayo; se acortan los otoños y las primaveras.

Con el inicio de las estaciones - solo dos -, el pinar se torna enigmático, misterioso y profundo o lleno de cantos de pájaros y arrullos de palomas torcaces. Trasnochamos en Tragacete. Está el pueblo lleno de veraneantes. “Depende, me dicen, de según en qué tiempo, ahora hay gente, pero…”. Tomamos caldereta de ciervo y un vinillo rasposo y con mucho cuerpo. Sobran las explicaciones.

Es  un lugar donde  parece que no anda el tiempo. Todo pude transcurrir  en un instante, o todos los instantes son pocos para sumar tanta belleza y sinfonía. Cientos de hilos de agua brotan de la roca. Se agrupan, poco a poco, en chorros; forman una cascada. Y uno mira, contempla y escucha…

Las rocas cambian de colorido al diluirse los minerales y el musgo aporta distintas tonalidades de verde en un iris de descomposición única. Vegetación y humedad marcan el cauce: sauces y árboles de ribera abren caminos insólitos. Va, el río, entre los pinos y forma hoces hendidas y profundas.

Apenas ha llegado hasta allí el hombre. La carretera estrecha y serpenteante busca los cursos de los ríos – el Júcar hasta Tragacete; el Escabas hasta Priego, o el Guadiela hasta Beteta – y ofrece una sorpresa de naturaleza virgen y de agua cristalina en cada recodo.


El viento del pinar mece las copas de los árboles; sopla con fuerza. Agita las ramas. Aporta esos silbos largos que parecen perderse en la lejanía y a los que solo responde los ecos. A tu cuñado  Antonio y a mí nos responde el eco de tu recuerdo…

domingo, 12 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Tajo y (III)

Nace en el Tajo en Fuente García, cerca de Frías de Albarracín en los Montes Universales de la  Serranía de Cuenca; otros, le buscan cuna un poco más allá. No importa. Nace humilde, casi pidiendo disculpas; luego se echa a andar por parajes bellísimos y únicos.

El río Cuervo nace en la Muela de San Felipe. El paraje es único, va al Guadiela que es afluente del Tajo. Las cosas de la vida. Quien naciendo humilde llega a ser de gran importancia; quien teniéndolo todo, acaba en el más grande de los anonimatos, o sea en la nada.

El Tajo es consustancial a Toledo. El uno y el otro se dan la mano. Describe el río una hoz profunda y pronunciada. Garganta milenaria por la que llegaron a la ciudad aires nuevos o por donde se fueron en busca de otros mundos.

El Puente de Alcántara (hay otro, con el mismo nombre, pero está muchos kilómetros más abajo cuando casi ya se llega a Portugal) se agarra fuerte a las dos laderas. Campo y ciudad. Campo de cigarrales retamas, encinas y olivos escuálidos; ciudad que acuna cultura de siglos.

Desde la lejanía se le ve llegar manso, como quien quiere porque le es obligatorio la reverencia; luego bordea y se pierde camino de otras tierras donde el adobe se hará alfarero en Talavera o en Puente del Arzobispo, que debió ser un señor muy importante, por lo del nombre del pueblo. La historia dice que se llamó en vida Pedro Tenorio y fue arzobispo de Toledo…

Cuando cae la noche el silencio se adueña de Toledo. Del Tajo sube un rumor que ya no tiene el encanto de la poesía de Garcilaso. El río no está del todo limpio. Se han empeñado en quitarle la poesía de las aguas ‘nemorosas’.


Va camino del Atlántico. Cruza por tierras muy despobladas aunque con mucha historia en sus entrañas. En ellas desde tiempo inmemorial el hombre dio en llenar su existencia con eso que damos en llamar su propia vida. Y yo, también,  sigo mi  camino…

sábado, 11 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La noche (II)

Un puñado de estrellas se derraman por el cielo. Palpitan distantes, frías y lejanas; el cielo se ha tornado oscuro. Un velo roto por la contaminación luminosa de la ciudad oculta un mundo detrás de él.  Han desaparecido los contrastes de colores que al atardecer hacían un ascua de tinte y luz.

Se han encendido algunos faroles solitarios. Los rótulos de las esquinas aparecen anonadados y mañana cuando la avalancha turística vuelva a Toledo – porque estoy hablando de Toledo – invadirá las calles y cobrarán vida efímera sus indicaciones.

A la “Casa del Greco”, a “Santa María la Blanca”, a la “Sinagoga del Tránsito”…Ríos de gente variopinta sube y baja por sus calles. Casi todo tiene pinta de zoco. Venden y venden y venden. ¿Compran? Hay de todo.

Se irán éstos; mañana vendrán, otros. Una masa ingente ocupa la calle, pasa, miran, sacan fotos y siguen camino. Me asomo a la barandilla de la terraza en el pequeño jardín de la casa de Victorio Macho. La vista es esplendida.

Me da por pensar en muchas cosas. Dicen que aquí, en Toledo, donde había ‘muchos’ traductores, que formaron Escuela, el Rey Sabio, o sea Alfonso X, mandó traducir  - o ¿lo escribió él? - el Calila e Dimna. Era por el 1252. Siglo XIII…

Recuerdo a Fray Hortensio de Paravicino, a doña Jeromina de las Cuevas, a Jorge Manuel Theotocopuli, al cardenal Tavera; a otros cardenales: Mendoza, Cisneros, Segura, Pla y Deniel, don Marcelo…Cualquiera, uno solo de ellos llenaría páginas en la Historia de España.

Es noche cerrada. Me siento en la plaza del Zocodover. Recuerdo que el amor por esta ciudad me vino de la mano de don Gregorio Marañón y… por los ojos de una mujer. Leí a don Gregorio con verdadera fruición. Vuelvo cada vez que puedo. Siempre me siendo invadido por una enorme satisfacción interna.

Toledo posee un sabor especial. Se palpa en sus calles. Es esencia recóndita que solo se detecta en estas ciudades, mitad piedra, mitad historia. Evoca la sustancia de la vida misma.


Figuras fatasmagóricas flotan en el ambiente. Descienden asidos por manos irreales bajan hasta las sinagogas, a la catedral, a San Juan de los Reyes. ¿Irán al Entierro del Señor de Orgaz? Enfrente, al otro lado del Tajo, dormitan los cigarrales…

viernes, 10 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Toledo

Toledo tiene el encanto de las ciudades viejas. Se ha detenido el tiempo. No hace falta el reloj para perderse al amparo de sus sombras. Sus calles angostas suben y bajan. Toledo es un crisol de culturas: visigodos, musulmanes y judíos.

Figuras de la Historia, de la Iglesia o de la cultura anduvieron por Toledo: Recaredo y sus Concilios cuando nacía algo que luego se llamaría España; Almutamid y Alfonso IV; El Greco y Paravicino; don Gregorio Marañón y Galdós…

El sol del crepúsculo dora arreboles sobre los cerros cercanos. Son colinas pardas, levemente onduladas. Parece que desprende un polvillo de siglos que enmarca la ciudad  en un velo vaporoso y difuminado. Se asientan con la luz de la tarde los Cigarrales.

Las torres de sus iglesias compiten con la solidez del ladrillo. Son tarjetas de visita que dejaron los mudéjares y los mozárabes, que parece que son los mismos y no lo son. Son torres cuadrangulares con ventanitas simétricas. Cortan el espacio. Lo limitan, lo fragmentan.

Mosaicos azules, blancos, verdes…y, sobre todos ellos se levanta la aguja gótica de la catedral. Enorme, descomunal, signo de hegemonía pretérita. Llama a la reflexión las piedras del Alcázar y Santa Cruz y Santo Tomé, y la Sinagoga del Tránsito,  y Santa María la Blanca y el Hospital de Afuera…

Cae la noche. Se han ido los turistas. El silencio se adueña de la ciudad. Sube, penetra, deambula por las calles: allí un farol en una esquina; la puerta cerrada de un convento. ¿Dónde dormirán ahora los pícaros del Siglo de Oro?


Ya no llaman maitines las campanas de madrugada; no hay pasos de hombres embozados envueltos en capas largas y espadas enfundadas. Podrían aparecer como sombras que se escapan al amparo de la noche. Pero no, no. Toledo conserva el encanto de las ciudades viejas. Cierro los ojos y sueño…

jueves, 9 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Refrescón

Hacía falta un refrescón. Vino anoche de la mano de una borrasca que nació en el Atlántico y se las anda medio espantada, medio atolondrada, como los toros abantos que no encuentran el capote que le dé la lidia que piden.

Estaba el campo yéndose poco a poco. Cuando digo el campo, digo los trigos subidos, las cebadas tempranas, los yeros, las tramas de los olivos que van de ensueño, los habares que ya granan, las higueras que se visten con traje nuevo, las parras…

Ya mismo los racimos serán de mesa de Corpus y sangre de un Cristo humano y nuestro que mendiga algo de  amor por las esquinas. A ese Cristo se le hace poco caso. Estorba más de lo que ellos piensan. Solo en los comedores de Caritas y en ese ejército de personas anónimas que se dan sin pedir nada no les ponen malas caras.

Hay, también otro dolor; otros dolores. El dolor de los hombres parece que ha aflorado estos días de una manera diferente: un avión estrellado en los Alpes; dos hombres que buscaban aventuras muertos en un barranco del Atlas; Kenia; ese Oriente tan cercano…

Por aquí el campo está que llama desde lejos. Alguien dijo que la primavera solo es pacífica en la mente de los poetas. Es verdad. Todo está revuelto. Anoche tronaba al filo de la media noche y descargó un chaparrón. Ni corto ni largo, preciso, justo, apropiado…

Esta mañana las lavanderas – llevan ya varios días en la faena – seguían haciendo su nido bajo el puente de la vía del tren. Las veo cada año. Cuando corre el arroyo el agua le da la protección ante los que no quieren mojarse los pies, pero este año, el arroyo no ha corrido. No sé qué puede pasar dentro de unos días cuando las descubra algún hijo de Satanás…


Ha venido bien, muy bien el refrescón. Habrá pasto para el ganado ahora que entramos en los meses mayores. Estarán ahítas las dehesas y algún toro pedirá la media verónica del maestro Morante, para que otro maestro, Barbeito, le escriba aquello “Si esto es una media, Dios mío cómo será un entera”. Más o menos.

miércoles, 8 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los cementerios también se mueren

                              

Los cementerios se mueren solos… o los ‘mueren’. O sea, se los llevan a otro sitio. No hay nada que estorbe más que un muerto. Hasta el refranero lo tiene clarito: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

El de Álora ha sido especial. Algo así como de ida y vuelta.  El primer dato histórico que se posee del cementerio de Las Torres lo sitúa junto a la parroquia  en el castillo. Aparece en el Libro del Repartimiento; finales del siglo XV.

Dice, el Libro, que Diego Fernández de Montemolin “tiene una casa que hizo en un solar, que ha por linderos, con el cementerio de la iglesia e con la plaça”. Martín Gonçález de Villatoro “tyene una casa que hyzo en un solar, linderos Gonçalo Martín y el cementerio”. El vecindario como que no era la alegría del barrio. Vamos, pienso yo.

Permanece allí hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Después, lo trasladan junto a la sacristía de la nueva parroquia en la Plaza Baja. En 1799 no está terminado. Inhuma el cadáver de Tomás Estrada Brazas. Había sido uno de sus impulsores. ¡También el destino juega unas pasadas! Al lugar, desde entonces, se le llamó: “el panteón”.

Carlos III  prohíbe enterrar dentro de iglesias y poblaciones. Se construyen cementerios en las afueras. Dificultades económicas y arraigo de enterrar en “lugar sagrado” pospone la orden en el tiempo.

 En 1812 Álora padece una hambruna. Demasiados fallecimientos. Se habilita  una fosa común en “la hoyanca”, en la calle Ancha. En 1818, el despoblamiento de la parte alta, junto al castillo es generalizado. Se ve como solución para el ‘nuevo’ cementerio.

Se habilita el solar de la iglesia destruida por el terremoto de Lisboa. El castillo suministra espacio para  ampliaciones. En el Libro de Defunciones aparece que Juan Reinoso Oviedo, el 24 de julio de 1820 fue el último inhumado en la Plaza Baja. El de Las Torres lo ‘estrena’ Juana García, el 3 de agosto de 1820; el último, Alonso Márquez cuando casi toca a fin el siglo XX.


El 1 de noviembre de 1997 se inauguró uno nuevo - no iba ser viejo, digo, yo - con nombre de San José. La primera inhumación fue la de  Inés Cardosa. Se llevó a cabo el día 6 de noviembre de 1997 ¿Dónde buscarán sitio para el próximo? Ah, “y, nosotros que lo veamos” es lo más sano.