lunes, 13 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El nacimiento del Río Cuervo

                         A mi amigo Antonio Espárraga con quien anduve por aquellas tierras y que ya no está entre nosotros.

En el Cerro de San Felipe nacen el Cuervo, el Escabas y el Júcar. El Cerro es pródigo en aguas. Son aguas limpias, transparentes y heladas. Buscan la salida y horadan barrancos, rocas, cárcavas y peñas.  Forman una red extensa que, unida a otras, dan vueltas y abren caminos hacia el Mediterráneo o hacia el Atlántico.

El verano allí es corto. La naturaleza se muestra llena de colorido y verdor. Los inviernos, por el contrario, largos y duros. Se prolongan de septiembre a mayo; se acortan los otoños y las primaveras.

Con el inicio de las estaciones - solo dos -, el pinar se torna enigmático, misterioso y profundo o lleno de cantos de pájaros y arrullos de palomas torcaces. Trasnochamos en Tragacete. Está el pueblo lleno de veraneantes. “Depende, me dicen, de según en qué tiempo, ahora hay gente, pero…”. Tomamos caldereta de ciervo y un vinillo rasposo y con mucho cuerpo. Sobran las explicaciones.

Es  un lugar donde  parece que no anda el tiempo. Todo pude transcurrir  en un instante, o todos los instantes son pocos para sumar tanta belleza y sinfonía. Cientos de hilos de agua brotan de la roca. Se agrupan, poco a poco, en chorros; forman una cascada. Y uno mira, contempla y escucha…

Las rocas cambian de colorido al diluirse los minerales y el musgo aporta distintas tonalidades de verde en un iris de descomposición única. Vegetación y humedad marcan el cauce: sauces y árboles de ribera abren caminos insólitos. Va, el río, entre los pinos y forma hoces hendidas y profundas.

Apenas ha llegado hasta allí el hombre. La carretera estrecha y serpenteante busca los cursos de los ríos – el Júcar hasta Tragacete; el Escabas hasta Priego, o el Guadiela hasta Beteta – y ofrece una sorpresa de naturaleza virgen y de agua cristalina en cada recodo.


El viento del pinar mece las copas de los árboles; sopla con fuerza. Agita las ramas. Aporta esos silbos largos que parecen perderse en la lejanía y a los que solo responde los ecos. A tu cuñado  Antonio y a mí nos responde el eco de tu recuerdo…

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