miércoles, 29 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tagardinas

El muchacho bajaba por la colá que viene desde la Realenga, bordea las tierras de rozas y llega al pozo en la cañada de las Caballerías, antes de que llegue - la cañada - a encontrarse, frente a las tierras de la casa de  ‘Machaco’, con el arroyo Jeva.

El muchacho tiene esa edad frontera en la que se deja la adolescencia y se está a la entrada de la edad madura. Tenía el pelo largo  y lacio caído sobre la frente; la barba, de varios días y un par de arrugas incipientes en ambas mejillas. El muchacho venía sudoroso y embarrado.

El chaparrón que se había presentado a media tarde le sorprendió en campo abierto sin ningún lugar donde guarecerse. Todo el aguacero primaveral le había caído sobre su cuerpo. El muchacho estaba empapado.

Calzaba unas botas recias que le recubrían hasta los tobillos. Las botas tenían grandes plastas de barro en la suela y lo hacían andar con pasos oscilantes; el pantalón presentaba salpicones que ya se habían secado pero que le daban un aspecto aún más sucio.

Llevaba un zurrón de cabrero, de piel, viejo y forrado de pellejo de conejo y que con el paso del tiempo se había pelado por los laterales; estaba un tanto raído. El zurrón colgaba en bandolera y por entre la tapa y las esquinas asomaban un puñado de tagardinas frescas y chorreando gotas de agua.

El muchacho llevaba en la mano derecha una navajita pequeña para cortar, entre dos tierras, las que encontraba por el camino. Me dijo que las había cogido en el Lomo Frío, “porque allí están sencillas”. Las tagardinas crecen en los terrenos baldíos, en los bordes de los caminos, en los lugares donde se labra poco.

Según qué sitio la llaman de manera diferente: tagannina, cardillo, almirón, chicoria, lechocino… Me dijo que había tiendas de verduras que se las compraban y que era una manera de ayudarse en estos tiempos.

La targardina  tiene las hojas recubiertas de espinas pequeñas. Se pelan, arrastrando la  uña del dedo pulgar con cuidado para no hacerse daño. Se come, a modo de berza, en olla con guarnición recia, a saber tocino, algo de morcilla, un trozo de chorizo… Por cierto, la mejor que me he comido, últimamente, en los ‘Atanores’, frente a los lavaderos del Valle de Abdalajís…

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