viernes, 10 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Toledo

Toledo tiene el encanto de las ciudades viejas. Se ha detenido el tiempo. No hace falta el reloj para perderse al amparo de sus sombras. Sus calles angostas suben y bajan. Toledo es un crisol de culturas: visigodos, musulmanes y judíos.

Figuras de la Historia, de la Iglesia o de la cultura anduvieron por Toledo: Recaredo y sus Concilios cuando nacía algo que luego se llamaría España; Almutamid y Alfonso IV; El Greco y Paravicino; don Gregorio Marañón y Galdós…

El sol del crepúsculo dora arreboles sobre los cerros cercanos. Son colinas pardas, levemente onduladas. Parece que desprende un polvillo de siglos que enmarca la ciudad  en un velo vaporoso y difuminado. Se asientan con la luz de la tarde los Cigarrales.

Las torres de sus iglesias compiten con la solidez del ladrillo. Son tarjetas de visita que dejaron los mudéjares y los mozárabes, que parece que son los mismos y no lo son. Son torres cuadrangulares con ventanitas simétricas. Cortan el espacio. Lo limitan, lo fragmentan.

Mosaicos azules, blancos, verdes…y, sobre todos ellos se levanta la aguja gótica de la catedral. Enorme, descomunal, signo de hegemonía pretérita. Llama a la reflexión las piedras del Alcázar y Santa Cruz y Santo Tomé, y la Sinagoga del Tránsito,  y Santa María la Blanca y el Hospital de Afuera…

Cae la noche. Se han ido los turistas. El silencio se adueña de la ciudad. Sube, penetra, deambula por las calles: allí un farol en una esquina; la puerta cerrada de un convento. ¿Dónde dormirán ahora los pícaros del Siglo de Oro?


Ya no llaman maitines las campanas de madrugada; no hay pasos de hombres embozados envueltos en capas largas y espadas enfundadas. Podrían aparecer como sombras que se escapan al amparo de la noche. Pero no, no. Toledo conserva el encanto de las ciudades viejas. Cierro los ojos y sueño…

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