martes, 28 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alcaciles

Crecen, como crece todo lo que es hermoso, a su aire. Cada año tienen su cosecha. No le hacen asco al frío de las mañanas de invierno. Cuando llegan los calores del verano se secan. Orillan las realengas y los caminos y nacieron cuando el otoño roció de Gracia de Dios, o sea de lluvia, los campos sedientos del estío.

Se coronan con un ramillete, a modo de pompón o de moño, de color lila. Cuando se forma el fruto sus puntas son agudas y finas. Hieren como los amores mal correspondidos y desdeñados. Como hieren los desengaños  y hacen daño, mucho daño.

Los cocineros que se precian los buscan para las exquisiteces de sus platos. Dicen que compiten con la alcachofa  - con la de huerta - que es la señorita; el alcacil, el hermano pobre. Sus cabezas daban un sabor especial a las cazuelas de arroz con colas de bacalao y… alcaciles.

Los que saben dicen que vinieron de África. Los trajo el viento una mañana cualquiera que soplaba del sur, pasó las aguas azules del Estrecho y los dejó caer – las semillas – por los bordes de los caminos, en las lindes de los cercados donde los toros  comen margaritas, jaramagos y cerrajas y en los baldíos.

Dicen, que también tienen otra finalidad. Es el hito, puesto allí, en su sitio, para que los jilgueros se posen y, entre ellos, compitan a ver quién tiene los trinos más hermosos, se reten y levanten, cuando lo tengan a bien, el vuelo.

Claro que al igual las alondras les presentan competencia desde el mismo suelo. Y, entonces, entran en juego, el canto de los pájaros y el color. Y el campo rompe en esa sinfonía de amanecer que solo ofrece en estos días.

Espárragos, setas, collejas, tagardinas, collejas…Barbeito escribió de ellos: “Alcaucil o alcachofa, según quieras, que por mi zona se le llama alcaucil al de huerta y alcachofa a la borriquera, por más que las dos pertenezcan al género botánico de las cynaras” y si el Maestro lo dice así…

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