viernes, 30 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luces

Amaneció un día glorioso. Dice la radio que hay temporal de Levante en el Mar de Alborán; el Estrecho casi cerrado a la navegación y en las zonas costeras arrecia, con fuerza el viento, y han declarado la alerta de no sé qué color  pero de esos que dicen que es mala.

El alba dio paso a la luz. El lucero, o sea el planeta Venus, cada vez más pequeño hasta que la luz lo borró. El sol apuntó por el Cerro de la Fiscala. Primero, un reflejo intenso; luego, los rayos rompían el horizonte. Se elevó y tomó su sitio.

Una pareja de mirlos saludan la llegada del día. Se hablaban entre ellos con esos lenguajes con que solo se hablan los mirlos madrugadores. Solo se entienden entre ellos. Van a lo suyo. Andarán desplegando las hojas de ruta con que cada día se desayunan los pájaros antes de buscarse la vida por la huerta.

Hace fresco al amanecer. Todavía no ha llegado el frío, aunque hace un fresco que se agradece, tonifica; tampoco han virado de color las naranjas; ya están atabacadas los pámpanos de la parra; las higueras pimpollean como quien ha hecho la labor pedida. Cada vez arrecia más el aire conforme ha entrado el día. El hombre del tiempo ve cómo se cumplen sus predicciones.

La radio del coche anuncia cosas muy feas. Da noticias que es mejor no escucharlas. Enfrentamientos entre gente que dicen que se llevaban más o menos  - más menos, que más – bien hasta casi ayer tarde como quien dice. Ellos proclamaban que querían nuestra felicidad de ciudadanos. “Madrecita de Fátima que me quede como estaba, que no vengan a salvarme, que no, que no…”


La luz se sube cada vez más sobre el horizonte. Hay ciegos – no de los privados de vista; no, esos, por Dios, no. Ustedes me entienden – que no quieren ver. El día luminoso y fresco es un horno con temperaturas elevadísimas conforme se van confirmando algunas cosas. Es un túnel oscuro para muchos; otros, ni pueden ni quieren ver… Al menos, eso parece.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Silbos de levante

Me he llegado hasta la Fuensanta. A la Fuensanta se va por una carretera estrecha y tortuosa, conforme se pasa el puerto de las Abejas – por encima de los ochocientos metros largos – después de dejar atrás Yunquera y,  antes de El Burgo, a la izquierda. La Fuensanta está casi al pie de la carretera.

Tenía ganas de echarme el otoño a la cara. Hay momentos en que los cuerpos y las almas piden cambios. Todos los ciclos tienen su fin; el verano, también. Estos calores tardíos porque vienen a destiempo y porque nos pillan hartos ya vienen muy largos.

Me he encontrado con dos sorpresas desagradables: no ha llegado el otoño y, en un país como el nuestro, de naturaleza arboricida, hallo que han talado las choperas. Los varetones nacidos en primavera ya estaban apuntando a oro viejo, y las hojas anuncian que emprenden el último viaje antes de terminar como alfombra de sotobosque y volver a la madre tierra.

Si se sigue por el carril lleva hasta el convento de las Nieves. Lo circunda un muro de piedra. Se desamortizó con Mendizábal: luego molino de aceite y un montón de peripecias con el paso del tiempo.


Los pinsapos se preparan como esperando algo grande. El viento revuelto y de levante de media tarde movía las copas de los árboles; silbaba en los cerros; los olivos están arromerados. Al volver a casa me he dado a las “Florecillas” del Poverello de Asís. Copio literalmente: “no hay aquí cosa alguna preparada por industria humana, sino que todo lo que hay nos la ha preparado la santa providencia de Dios”. Me resisto y me pregunto ¿la tala también?
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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sentimiento

Eres eso, y algo más. Eres ese sentir que no sabemos por qué ni cuándo un día apareció dentro; eres ese viento fresco que sopla en las tardes de agobio veraniego cuando el calor aprieta y el sol hace chiribitas y se forman remolinos que corren locos sin que nada, ni nadie los contenga.

Eres eso que apareció de niño y crecía y crecía. Colección de estampitas pegadas con gachuelas en un álbum de tapas gruesas. Siempre había una que se resistía; siempre había una que los pícaros comerciantes no sacaban al mercado y por más viajes al quiosco de María, “la del Guerra”, nunca estaba, porque nunca llegaba…

Eres  la ilusión de ‘rabonas’ en clase y aquella primera tarde con entrada regalada, por supuesto. El muchacho subía los peldaños y se asomó por la bocana y, entonces… entonces aparecía un mundo verde y nuevo. Los que vivíamos en el pueblo no lo habíamos visto nunca.

Eres parte del puñado de ilusiones que se acercaba a la capital una tarde de domingo.  La excursión, organizada; nosotros, como quien va a la feria, y luego, ¡ay,  luego, a la vuelta, porque como siempre, por en medio,  se andaba uno ‘de los grandes’, el regreso… “¡de la feria!”.

Eres parte de aquella aglomeración que te subía en volandas. Y llegabas y estabas de pie y lo aguantabas todo: frío, lluvia, calor, viento y… así, así se fueron pasando los días de eso que llamamos tiempo.

Y unas gotitas de alegría; demasiados contratiempos: subidas y descensos. Frustraciones como sorbos de acíbar… Y vimos, también, luego...  noches de focos potentísimos – colocados en las cuatro esquinas del campo - y figuras prolongadas, en sombras, que no se estaban quietas…

Han inaugurado una exposición. Recuerdos; setenta y cinco paneles. Parte de esa historia nos queda como fuera del alcance; es memoria. La otra… ¿la otra? Esa otra es nuestra porque la hemos vivido juntos.


Me quedo con el día que sonó el himno reservado a los privilegiados. La megafonía lo llenaba todo.  Me  acordaba de mi amigo Fernando Espíldora; yo lloraba como un niño. Ahora – como siempre mucho humo de verano – parece que sopla un viento revuelto. Tres nombres: C.D Málaga; At. Malagueño; Málaga CF…. Da lo mismo, tú eres eso, todo eso, mucho más que eso: tú eres sentimiento.

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martes, 27 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Manuel

Don Manuel – “el obispo del Sagrario abandonado” - nació en Sevilla, siglo XIX. Su familia, humilde. Su padre, carpintero; la madre se encargaba de la casa. De Antequera, a Sevilla. Buscaban otra vida.

En su casa - dejó escrito -  se carecía de casi todo, excepto de una profunda religiosidad. Forma parte en los seises de la catedral. El seminario, el sacerdocio, una experiencia en Palomares de Río. Se encuentra un Sagrario ‘con telarañas por dentro’…

El cardenal Spínola lo manda a Huelva. Tiene 28 años. “Si no puede con lo que se va encontrar, vuélvase” le dice en  su despedida. No  regresa. Hace una labor social y pastoral inmensa; lo va a llevar al episcopado.

Don Manuel encuentra en Huelva problemas enormes. El 80 % de las mujeres, analfabetas; en los hombres, el 60. Niños sin escolarizar; viviendas hacinadas; miseria, hambre, explotación… No hay trabajo. Mujeres y niños trabajan sesenta y cinco horas semanales en Riotinto. La sanidad no existe…

Dos parroquias enfrentadas. La Concepción, de los ricos; San Pedro, de los pobres. Desde Valverde  ponen orden. Entre curas, se llaman, ladrones. A su llegada a San Pedro, los niños lo apedrean…

Aparece don Manuel Siurot ‘su otro yo’. Realizan una labor soberbia. Don Manuel sabe que para llegar a Dios, antes hay que comer; después, lo otro. Crean panaderías sociales, construyen viviendas, escuelas, becas de progreso… Expande  la devoción a Jesús en la Eucaristía. La proyección social y religiosa, imparable.

En Málaga continúa la labor. Es el hombre de frases hechas: “servir a la Santa Madre Iglesia de balde y con todo lo nuestro”; “Señor, aquí está, Juan”; “he construido el seminario de Málaga con cero – y lo repite hasta los seis dígitos- cero, pesetas”…

Su confianza en la Providencia, total. Seduce; toca conciencias. Tiene, también – porque los santos, dicen que son humanos, sombras -. Huye del palacio episcopal en llamas. Mayo, 1931. Se refugia en Gibraltar. No volverá más a Málaga. Muere en Madrid tras un paso efímero por el obispado de Palencia. ¿Diócesis menor? ¿Desengaño de los hombres?


La iglesia lo va a canonizar dentro de unos días en Roma. Se han organizado actos en su memoria. Casi un desconocido para muchos; algunos, no lo perdonan; otros, casi no saben de su existencia; hay, incluso, a quienes no les interesa…

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lunes, 26 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Reflexiones

Amaneció entoldado. Espejismo y muchas ganas de ver cómo llora el cielo en este otoño que acaba de arrancar. Ni otoñada, ni un riego meteorizado, ni un poco de viento ábrego que siembre ilusiones. Luego, a medida que entraba el día todo quedó en un deseo truncado. La radio anuncia que en Córdoba hoy alcanzan los 35º Centígrados. Vamos, ¡una delicia!

Esta tarde me he acercado al campo. Entre el columbrar de las nubes y el aire de levante las hojas han cambiado de brillo y de tonalidad varias veces. Como aún no han bajado las temperaturas nocturnas, las naranjas, todavía, no han virado de color. No es el verde rabioso del verano pero siguen verdes.

 Los estorninos no han dejado de entrar y salir del nogal del tío Benito. El aire sopla a contra mano y no me he dado cuenta del paso de los trenes a pesar de la proximidad de la vía. Los estorninos están desorientados. Se les están poniendo moradas las aceitunas antes de tiempo. Los pájaros saben que las cosas  tienen un ciclo y este año parece que hay algo raro que flota y no aciertan a saber qué es.

A caer la tarde fui a Flores. La gente andaba por las orillas de la carretera. Van en grupitos de varias personas. Pasan unos ciclistas… Alguien ha tenido el buen gusto de colocar unas varas de nardos a los pies de la Virgen. Oigan, aquello no tiene nombre. Todo es olor que embriaga y uno se sienta en un banco…y, ‘echa un cigarro’, y espera. Hay un arrullo de palomas en los alféizares de las ventanas.


Las noticias que corren por otros aires sobrecogen el alma: tiroteos en sitios lejanos, muertes de inocentes – niños y más niños, demasiados niños, en esa guerra que no termina en Siria y en eso que llaman Oriente Medio – desencuentros provocados por un amor inmenso al sillón. “Ay, sillón de mis entretelas y mi cochecito oficial” ¿A que les suena?... 

domingo, 25 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sabor

Viaje relámpago a Madrid. Hago hora para el tren. Esto del AVE tan rápido es un  visto y no visto que permite ganar tiempo incluso cuando no se tiene. Un paseo por el Centro, un ir por la calles de siempre, pararse donde siempre… Sigue en obras la línea 1 del Metro…

Paso por la Casa del Libro, en la Gran Vía. Me compro lo último que tienen de Pla, y otras cosillas de las golosinas que nos gustan a los que somos aficionados a hurgar en estos sitios. De Gregorio Morán me cojo: El cura y los mandarines.

En la librería de viejo del Pasadizo de San Ginés, esquina con la calle del Arenal, encontré, Historias de una taberna de Antonio Díaz-Cañabate. Llevaba tiempo tras su búsqueda. Me dio una gran alegría por reencontrar a dos amigos: a la obra y, al autor.

Tomo un taxi para ir a la estación. El tren sale puntual. Como no puede ser de otra manera. Mi amigo Barbeito cuando se mete conmigo y me provoca me dice que tengo puntualidad de AVE… Cosas del Maestro.

En el tren abro el libro; le echo un vistazo. Tiene sabor, esencia, enjundia y casticismo. Como los vinos buenos - y va de taberna - hay autores que no pierden con el tiempo. Puede sonar a tópico. No es el caso.

A don Antonio lo ‘conocí’ cuando compraba aquellos libros de, a cinco duros, que RTVE puso en marcha para aficionar al personal a lectura. Yo me las andaba, entonces, por la Escuela Normal. Cinco duros era mucho dinero y uno fue comprándose la colección con el sacrificio propio de quien estaba a la cuarta pregunta.

El tren cruza raudo tierras resecas. En La Sagra, la gran estación de ‘reparaciones’, o sea, de mantenimiento como se llama ahora, modernamente, a estas cosas,  hay estacionados un puñado de trenes; el campo está traspillado. Esta tierra toledana tiene tanta sed como otras tierras de España.


Ponen una película. Algunos viajeros miran por la ventanilla. Hemos cruzado el Tajo, va camino de Lisboa. En el horizonte de la tarde se recorta Toledo. Cuanta historia y cuantos contratiempos encierra esta ciudad en sus piedras…El tren cruza los campos; yo, a lo mío… 

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sábado, 24 de septiembre de 2016


                                   ANA MARÍA MATUTE

Tenía el pelo largo y lacio; tenía un pelo blanco de nieve acorde con una sonrisa amplia expresiva, abierta y generosa. Sus ojos grandes; la mirada larga y abierta. Miraba y veía a su entorno como era y como ella quería verlo porque “si somos capaces de imaginar, es porque lo que imaginamos también es real”.

 Ana María nació en una familia conservadora y muy religiosa, en Barcelona. Su padre fabricaba paraguas. Vivió también en Madrid que sin embargo no aparece reflejado en su obra.

La enfermedad de pequeña la llevó al pueblo de sus abuelos, Mansilla de la Sierra donde se unen la tierras de Castilla con La Rioja antes que el pantano sepultase el pueblo primero. Allí vivió los albores de la Guerra Civil que dejó una huella profunda, como a todos los de su generación, en su quehacer literario.

Las gentes del pueblo, a las que llevó a su obra, dejaron la impronta de un realismo pesimista y auténtico. Las refleja como son; las lleva por sus páginas con la misma naturalidad con que subían los chicos desde el río, en las tardes de verano, después de darse el chapuzón oportuno.

Los años de posguerra donde conviven desencuentros y ajustes de cuentas; la pobreza y el miedo; la extrema necesidad donde la carencia estaba a pedir de mano dejaron una huella indeleble en su persona y el desarrollo de toda su obra.

De su primer matrimonio, en 1952,  y roto once años después en 1963 nace su único hijo que las leyes españolas dejan en custodia de su padre, el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea. Este hecho le acarrea serios problemas emocionales sumiéndola en depresiones profundas.

Años después se une al empresario francés Julio Brocard, al que considera el veradero amor de su vida y con quien comparte la pasión por viajar. La muerte se lo arrebata, precisamente el mismo día que ella cumple sesenta y cinco años. La depresión vuelve a hacer aparición en su vida.


Ana María Matute ocupó el sillón “K” (mayúscula) en la Real Academia Española; fue, también, la tercera mujer en obtener el Premio Cervantes. Su obra, plagada de premios es amplia y muy realista dejó el retrato de una época. Nació y murió en Barcelona, 1925-2014


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jueves, 22 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Equinoccio

Ya está aquí. Ha llegado pasada la cinco de la tarde. No ha tenido en cuenta los versos de Federico. “A las cinco de la tarde. / Eran las cinco en punto de la tarde…” Aquellos versos anunciaban algo muy trágico y muy duro. La muerte de Ignacio Sánchez Mejías… Aquí, por supuesto, se ha anunciado otra cosa.

Los que saben de estos asuntos dicen que hoy es el equinoccio de otoño – el otro, el de primavera, en marzo – donde los días tienen la misma duración que las noches. Comenzamos el camino donde la noche, poquito a poquito, acorrala la luz. Vamos algo así como un bullying contra ella.

Reculará cada tarde - por las mañanas tendrá algo de pereza para salir -  hasta que allá, por diciembre, le presente cara y diga que hasta aquí hemos llegado y esas cosas. Entra un tiempo que dicen que es de melancolía y tristeza con soles dorados que ponen las tardes de otros colores.

Como hay tanto espabilado suelto he leído que ya – hoy en algunos sitios han superado los 30º  centígrados y si eso es otoño que baje Dios y lo vea -  la gente siente el ‘cansancio propio de la estación’ y que algunos tendrán que pasar por el especialista para que les ayude a superarlo.

Pienso en los gañanes de manos encallecidas. Se echaban al campo con las primeras luces del alba, llegaban a la besana y comenzaban el zurcido de surcos, uno junto a otro, sin camellones ni almorrones, uncida la yunta y paso lento y otra vuelta, amelga más o menos…

Es tiempo de sementeras y trigos a voleo y una banda de pájaros detrás del arado,  y siempre mirando al cielo que, por cierto, avisan que vendrá parco en lluvias y generoso en calores. Vamos, lo contrario de lo que pide el campo por estas fechas. Aceitunas arrugadas, otoñada tardía…


Tienen hecha las maletas los pájaros de emigración. Hay otra emigración; viene en sentido contrario. El Mediterráneo no sabe de cambio de estaciones. Cada día es un cementerio más poblado bajo el azul de sus aguas… Ahí, hay bastante menos poesía, y tanta tragedia como en los versos de Federico.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Albaycín chiquito

Es chiquito y está ahí. Blanco e íntimo; sugerente y misterioso. Pespunteo de bordado de ángeles; recostado en la ladera desde siempre. Un chorreo de Vía Láctea que se vino a vivir a la tierra y encontró su encame al pie de la ladera; al socaire de vientos que venían de otras tierras y dieron por quedarse.

Fue una prolongación del caserío que se hacía grande, a medida que los años de tensión y guerra fueron pasando. Primero, asiento de gentes, que cuando venían los tiempos malos, buscaban el resguardo de las murallas cercanas del castillo.

Al otro lado, como si fuese un canto al nuevo tiempo que llegaba, construyeron la mole soberbia del templo. La iglesia de la Encarnación dijo que la otra, la primitiva, la que había dentro del castillo se había quedado pequeña y que allí, en su sitio nuevo estaba ella. Tardaron casi un siglo en levantar sus muros.

Luego, vino el campanario coronado con un último cuerpo,  como levantado con bulla, porque les apremiaba un no sé qué extraño, y colocaron las campanas que tocaban a misa, a fuego, a gloria, a enterrito de niño chico, a agoni, a muerto, a rezos de novena, de triduos, quinarios y septenarios; a vísperas y a ángeulus…Ya se sabe cómo hablan como solo saben hacerlo, para las ocasiones, las campanas de los pueblos.

Y ahí sgue él. Impertérrito. Ve cómo pasan los días y eso que damos en llamar tiempo y cómo sus gentes se van y vuelven en busca de los recuerdos que se han quedado por las esquinas, en los aleros, en los alféizares de las ventanas como quien mira al hijo pródigo que viene de lejos, de muy lejos.


Viejo barrio blanco. Cuna de sueños que buscaron otros cielos y que siempre lo llevaron dentro porque marcó con ese sello indeleble del lugar donde nacemos, que enraíza dentro. El Barranco, o el Albaicín nuestro, que para el caso es lo mismo y que esta tarde Felipe Aranda ha desplegado, desde el objetivo de su cámara,  como abren la muleta los grandes maestros y  ha dicho: ahí queda eso…

martes, 20 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sueños

He subido  a los molinos eólicos de Sierra de Aguas. Los molinos, en sí, tienen poco que ver pero no lo que se divisa: por oriente, Sierra Nevada, Tejera y Almijara; las estribaciones de la Sierra de Cabra, la laguna de Fuente Piedra y la Camorra, al norte; al oeste, Zaframagón y la Sierra de las Nieves con prolongación por la Serranía de Ronda; al sur, Málaga, a pies de la mar, que porque el día estaba claro, se muestra azul hasta la línea del horizonte.

A los molinos se llega desde Álora por la antigua carretera de Carratraca  - por cierto, le han dado un lavado de cara, a los molinos, no; a la carretera - conforme se corona el Puerto de Lucianes, a la derecha, por un camino terrizo, entre pinares.

El campo está traspillado. El hombre del tiempo dice que llueve en media España. O sea, en la otra, en la que no nos toca y, además, está tan lejos que ni llegan por aquí algunos ramalazos escapados.

No llueve, desde abril y, en serio, ni me acuerdo. Para una zona donde superar los cuatrocientos litros es una proeza, esta situación es de las que encoge el alma. Cuando se oye cómo opinan algunos responsables -los que debieron tomar medidas hace diez años- de conservar en los embalses la poca agua que tenemos,  uno se acuerda de los cínicos.

Pero no, la variante de la doctrina socrática era muy superior a esta pléyade de ineptos que nos toca aguantar. Y si no ¿cómo se entiende que lo más trascendental es oponerse a una política hidráulica coherente y racional? ¿Y a una administración consensuada de la poquita riqueza hídrica que tenemos?

Juan Blanco se ha escapado a las estribaciones de Sierra Nevada. A Güejar. Dice, para envidia de los que nos quedamos aquí, que la fuente del pueblo echa un agua fresquita, vamos, algo así como casi helada. (Seguro que no es para tanto, pero por tal de darnos envidia…)


Leo a Paulo Coelho, en “El Peregrino de Compostela”, “El hombre nunca puede cesar de soñar. El sueño es el alimento del alma, como la comida lo es del cuerpo. Muchas veces, en nuestra existencia, vemos nuestros sueños deshechos y nuestros deseos frustrados, pero es necesario seguir soñando”.


lunes, 19 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Soledad

Lo dejó escrito Juan Ramón Jiménez: “como los hombres tristes, siendo tantos, cada uno solo”. Dicen los que estudian sociología que la soledad es una de las enfermedades calladas más importante de los finales del siglo XX y los comienzos del XXI…

Dicen, también, que se muestra por síntomas de tristeza y desilusión, desencanto. Va a más; raya con la depresión. Los gobiernos son conscientes de la realidad que avanza. A partir de los sesenta años aumenta el número de hombres y mujeres que no tienen con quien compartir sus días. Todo es una rutina en la sucesión de fechas del calendario…

Hay varias clases de soledades. La buscada. Pasajera, necesaria y, en cierto modo, imprescindible para la creación en los distintos campos del arte o la realización personal. Dicen que es la más efímera, y por consiguiente un canto de ida y vuelta.

La soledad en compañía se ve en las grandes concentraciones de masas. Ejecutivos comiendo solos un bocadillos en un banco de la calle, en la sombra o al sol - depende de la estación del año –  del parque, en la ‘cocinilla’ de la oficina. La soledad entre miles de espectadores en un campo de fútbol…

Hay otra soledad. Es más puñetera. A muchas personas un viento brusco les segó parte de su vida. Todo cambió. La casa se hizo grande, los amigos se fueron yendo, los hijos vivían, lejos, en otras ciudades, los amigos…

La señora del pan ve que cada mañana compran menos pan. La de la frutería y la cajera del supermercado observa cómo el carrito no va tan lleno; el del bar ya no lo ve con asiduidad de antes; el camarero del restaurante…

La estadística sube con una velocidad alarmante. Los porcentajes crecen y crecen. En algunos países los gobiernos – en el nuestro, no; aquí, están ocupados en otros menesteres – se preocupan. Han creado, ya rizando el rizo, una unidad de bomberos. Acuden a los domicilios para ‘examinar’ el riesgo de  incendios.


 Dicen que no es cierto. La información la tienen por la estadística.  Buscan censar a las personas que viven solas pero palpando su realidad en la que están inmersos. Soledad, soledad… El New York Times ha publicado un informe demoledor. No hace falta que lo diga el periódico. Si se abren los ojos….
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domingo, 18 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de septiembre

La tarde, todavía, no se ha vestido de luz de otoño. Refresca por las mañanas desde que apunta el alba; el sol calienta al mediodía, y por las tardes aligera la marcha – ya anochece casi una hora antes – pero sin ese deje de melancolía y poema sin terminar con que se adorna en otoño.

Es un septiembre de recuerdos infantiles. La escuela llamaba. Reordenaba los días. Llegaba el horario y la pérdida de la libertad. Atrás quedaba  un verano de toleos en la ‘nerisca de Lería’, en la ‘playita’, en la ‘argamasa’, en los ‘remolinos’…

El ‘llanillo’ se quedaba en silencio; no había niños jugando a la pelota. Se acababan las visitas furtivas a las higueras de la Cuesta del Río, a los ciruelos tardíos. Ya no quedaban almendra;  no estaban en sazón las ‘almencinas’

Aquella escuela ya no existe. En su solar sembraron unos árboles. Los niños de entonces se hicieron hombres; se echaron a andar por los caminos de la vida. Algunos han vuelto, durante unos días, al pueblo y, después, como cada año,  han regresado, a ese lugar lejano donde se establecieron por aquello de ganarse el pan de cada día.

Septiembre se ha vestido de otros escolares en la calle. Los niños tienen la misma edad; ya no están los maestros aquellos: don José, don Juan, don Gonzalo; don Sebastián…¿cómo se llamaba aquel que vino nuevo? Ah…no me acuerdo.

Han cerrado con vallas y alambradas los contornos de los colegios. A la libertad le ponen rejas… Septiembre ahora parece una contradicción. ¿Dónde habré deshojado yo mi Enciclopedia?

Todo está en estado de espera. Hay un no sé qué – como anunciaba San Juan de la Cruz -  que flota y dice que va a cambiar el tiempo. Se irán los pájaros a otras tierras. Un día cualquiera la noche se llenarán de sonidos raros: anuncian el paso de las grullas que llegan; ya no arrullan las tórtolas en las alamedas del río…


Dice el periódico que los políticos siguen a lo suyo, o sea, “al todo para mí y la nada para el resto” Jarcha lo dejó clarito: “Bienaventurados, madre / los políticos de oficio / que trabajan para el pueblo / si ello les da beneficio”. No se ha vestido la tarde, todavía,  de luz de otoño; la vida sigue…

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sábado, 17 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Concha de Albornoz

Nació en Luarca (Asturias), en 1900. Muere setenta y dos años después en Ciudad de México. Fue una víctima más del exilio tras la guerra civil. Una víctima más de una España convulsa y dividida.

Amiga personal de Rosa Chacel, fue su vecina en la plaza de Tirso de Molina en Madrid antes de comenzar ambas su peregrinar por otras tierras. Concha fue testigo en la boda de Rosa con con el pintor Timoteo Pérez. Estuvo casada con Ángle Segovia Burillo de quien se divorció posteriormente. Fue, amiga personal del poeta Luis Cernuda.

Hija del diplomático Alvaro Albornoz de quien fue su secretaria. Vivió un tiempo en París, cuando su padre ocupó el cargo de Embajador de España durante el Gobierno Provisional de la II República.
Al finalizar la Guerra Civil y cesar su padre en el destino diplomático marchó a Grecia. Encontró amparo en el escritor Nikos Kazantakis quien años después publicaría la obra sobre Alexis Zorbas y que se conoció en el mundo de la literatura como Zorba, el Griego.

En Grecia vuelve a coincidir con Rosa Chacel. Después pasó por Ascona en Suiza y Cuba donde enseña Literatura Española en la Escuela Libre de la Habana. Allí conoce a Lezama Lima. Continúa el exilio en México donde conoce a Ramón Gaya…

En 1944 fue profesora en la Universidad Mount Holyoke en Massachusetts. Hasta allí llegó de la mano de Eleanor Roosevelt. Tiene contactos con exiliados notable españoles que viven fuera de su tierra. Se vuelve a encontrar con Cernuda con quien sigue el contacto en México.

En 1952, en compañía de otros españoles exiliados viajan por Europa. En Roma visitan a María Zambrano en su apartamento en la Piazza del Popolo… Vuelve  a coincidir con Rosa Chacel en Nueva York donde está becada por al fundación Guggenheim para escribir ‘Saturnal’.


En 1960 sufre un gran deterioro físico. Es un aviso. Es el preludio de lo que, años más tarde, le causará una parálisis cerebral que le llevará a la muerte, en México, febrero de 1972

viernes, 16 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Rafaela Zamudio

Rafaela Zamudio Márquez nació en Álora en 16 de septiembre de 1916. Casada con Andrés Vázquez Díaz. Entroncada con el acerbo cultural de su pueblo a través del folclore, la literatura y el mundo cofradiero.

Devota de la Virgen de Flores (más de cuarenta años camarera y gran benefactora) y de la Virgen de los Dolores. Participó activamente en el arreglo y adorno de sus tronos, tarea que comenzó en 1946 de la mano de doña María Teresa Berlanga, hasta “que otras personas más jóvenes me han sustituido”.
Protagonista directa en la salvación de la imagen de la Virgen de Flores en los aciagos acontecimientos de 1936. Por casualidad escucha cómo tienen intención de ir a la iglesia para su profanación. Se adelanta y en compañía de su amiga Amelia Morales Marín consigue que un maestro “ que se llamaba Don José nos bajase la imagen…”

El año 1984 es Madrina de la Coronación Canónica de la Virgen de Flores, conjuntamente, con el Hermano Mayor de Encinasola, Andrés Jiménez. La Coronación la lleva a cabo don Emilio Benavent, Vicario General Castrense.

En Osuna conoció al poeta Pedro Garfias, que frecuentaba la casa de su tío Camilo González de Caldas; en Algeciras a José Carlos de Luna quien le confiesa haberse inspirado en la voz del sacerdote de Álora don Miguel Díaz para componer la misa del “Padre Miguelito”; amiga de González Marín, de Sebastián Souvirón con quien coincide en un hospital malagueño; de Ángel Caffarena, y de Castillo Burgos, fundador de la revista malagueña “Estela”

Durante años regentó la Administración de Loterías nº 1 (Prolija en premios). Con  Pepe Rosas participa como jurado en un programa de Villancicos en Canal Sur donde aparece una jovencísima estrella: Pasión Vega, que se iniciaba en el mundo de la música.


Persona entrañable; de la afabilidad  ha hecho bandera y gala. Muchas tardes en su  casa me contó, mientras anotaba la información, cosas oscuras de nuestra pequeñas historia. “Pero eso no se publica, Pepe” Por supuesto, pero ahora aunque nunca se deba decir la edad de una mujer, sí puedo decir que hoy, precisamente hoy, el calendario dice que ha cumplido ‘solo’ cien años.



jueves, 15 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El hombre

El hombre es mayor; muy mayor. Se apoya en un bastón. Camina despacio; tiene  inseguridad. El hombre, de joven, fue un buen mozo. Estatura por encima de otros hombres. Tiene ligeramente encorvada la espalda.

El hombre nunca lleva compañía. Se deduce – no sé porqué – que vive solo. Se quedó alicortado un día de no se sabe cuándo y desde entonces su vida es una rutina diaria. Las mismas cosas; los mismos horarios; los mismos sitios…

El hombre acude cada mañana al bar. Casi a la misma hora. Ni temprano ni tarde. Los viejos son madrugadores. Él ha debido ver las primeras luces del alba desde el alféizar de su ventana. Sale a la calle un poco más tarde…

Se sienta en la mesa donde se sienta cada día. La chica que sirve en el bar, le pregunta: “¿qué va a ser?”. Y contesta: “lo de siempre”. Al rato la chica que es muy joven comparada con la edad del hombre le sirve  un café con leche, una tostada de pan, una aceitera con una botella de aceite y otra con vinagre y sal.

El hombre sabe de lluvias de otoño que riegan los campos. Son las lluvias que si vienen pronto adelantan la otoñada y maduran la aceituna para el verdeo y ponen el tempero en su punto para que los barbechos se conviertan en sementeras.

Sabe de arroyos sin agua y ríos secos y campos agostados y rastrojos lambidos por los ganados apurando los últimos pajotes. Sabe que ya se levantaron las eras; las almendras están recogidas; las uvas esperan la mano que las lleve al pasero; las higueras dejaron de madurar sus frutos. Las abejas liban en sus ombligos azucarados…

Sabe el nombre de los pájaros que van y vienen, con su tiempo medido, con sus plumas nuevas, con sus espacios que los esperan al otro lado del mar cuando Alguien diga que ha llegado la hora y, entonces, emprenden el vuelo.


El hombre espera también la hora de su vuelo. Hay otro mar; hay otros campos; hay otros pájaros que cantan de otra manera y allí dicen que esperan los que se echaron a andar antes y, el hombre, silencioso, piensa y piensa…

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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un día cualquiera

Se va el verano. Mal contado quedan pocos días; alguno más que dedos tiene una mano. Pero pocos. Se va el verano como los toros malos: pitado en el arrastre. Un verano sin pedigrí, con mucho ‘no’ - ¿suena de algo?- suelto, y con demasiado político queriendo hacer ver que lo blanco es negro.

Se va el verano, por ahora, con el agua escasa. Cuatro gotas mal contadas. Ni la meada del gato que cuenta el Maestro Barbeito, en su artículo de hoy, que ha supuesto el paso  por su tierra de la cacareada borrasca. Por aquí, ni eso.

Esta mañana en la papelería de enfrente las madres hacían acopios de ‘material escolar’. Oigan, de susto. Vi cómo pagaban y les miraba a la cara de soslayo. Seguro que en más de una casa algunos de los grandes se privan de algo para que no les falten ‘algunas’ cosas a los más chicos.

Sé de un maestro que pedía a sus alumnos como material: un portabloc de recambios para que se fuese rellenando conforme se gastaban hojas, un diccionario y un lápiz. De aquellas aulas salieron trabajadores magníficos para el campo, para las soluciones a los problemas del día a día, para ocupar puestos de responsabilidad…

Ahora los chiquillos van cargados con unas mochilas que llevan mucho material dentro. Ya saben el material que amuebla las cabezas es ese que no se toca con las manos. Un material ‘inmaterial’ que,  ¡miren por dónde! no se vende ni en las librerías ni en las boticas que dicen que es donde se vende de todo.

Se va el verano en el mes de septiembre como todos los años. Los olivares sedientos; el campo reseco; las puentes – afortunadamente, algunas siguen en su sitio – no escuchan cómo corre bajo ellas el agua, y están secas la fuentes. Hasta el refranero se las anda de cabeza a ver cómo puede enderezar el entuerto.


He echado un garbeo con un amigo por los alrededores de la fuentes de Paredones. Me comentaba que se va a quedar sin actualidad el mensaje del Dúo Dinámico. Le digo que no, que no. Nos resuena, todavía, aquello de “el final del verano, llegó / y tú partirás…” Y hurgamos en el pasado que ya nos va quedando demasiado lejos. Y, entonces, pasó una banda de tordos y se posó en el nogal de Palacios…

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martes, 13 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Margaritas

Vienen desde no sé dónde hasta esta calle donde dicen que termina el verano. Bueno las batatillas que sembré por febrero sí sé de dónde vienen. Me las regaló mi primo Pepe García, ‘el de Flores’, - que no deja de ser una redundancia – y que es tan malaguista como yo.

A mi primo, y a mí,  nos gustan muchas cosas en común: somos sufridores del Málaga, nos gustan las medias verónicas de Morante cuando hace que la capa sea seda en el calor de la tarde, y queremos el toro de verdad en la plaza. Digo el toro y no ese bichito de ‘torifactoría’ con que los ganaderos se han empeñado de echarnos de las plazas y lo van a conseguir. Al tiempo.

Ahora las margaritas han florecido. Son unas margaritas amarillas, intensas, tan briosas como los amores maduros que llaman a la puerta conscientes que su vida es muy efímera. Siempre florecen - las margaritas, vayamos por partes; ¿lo otro? sin fecha - cuando el verano recuenta jazmines, las damas de noche apuran el aforo de estrellas y la yerbaluisa está ahíta de semillas.

Han sembrado el aire de color amarillo. Estas margaritas carecen de olores. Sublimes, atractivas desde la lejanía… Preciosas de colorido pero carentes de olor. ¡No se puede tener todo en la vida!
El reborde del camino es un crisol de amarillos intensos. Está de ensueño; otras, las que buscan el sol con más ahínco se han subido trepando para alcanzarlo antes en la altura y ponen pinceladas escapadas de una paleta sublime.

Preludia otoño la tarde. Dice el hombre del tiempo que llueve en muchos lugares de España. La borrasca viene del Atlántico. Ha entrado por esa punta verde de España que se llama Galicia. Siento cochina envidia por los que ahora disfrutan del olor a tierra mojada; del chisporroteo de gotas en los cristales, de los cielos grises…


Ellos no tienen la suerte que tengo yo. No pueden disfrutar de esta fila de margaritas amarillas, no pueden sentir cómo el aire ábrego le urge a las abejas para que terminen de libar en los ombligos azucarados de los frutos, los frutos tardíos de las higueras…

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lunes, 12 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Juan, "el Capitán"

Lo dice el Maestro Alcántara. “Hay gente que se muere y gente que se nos muere”. A mí, en un puñado de días, se me han muerto dos. Los dos se llamaban Juan; los dos tenían más humanidad de cuerpo; los dos son de la gente que deja huella; los dos, Juan Rivas y Juan Martín Vargas, “el Capitán”…

Me avisó hace unos días su sobrino Miguel. Me dijo que su tío andaba, bueno, no andaba… El médico había dado una esperanza muy corta. Me dije: tengo que ir, tengo que ir a verlo. Y no fui. Esta maldita bulla de llevar demasiadas cosa para adelante; esa vorágine que todo lo acapara… Ahora, no sé si lo mejor habrá sido que no haya habido despedida…

Juan Martín Vargas, “el Capitán de los Mixtos” que ese sí era su título de verdad. Ha sido el mejor que ha sabido sacarle toda la esencia al pandero de Verdiales. Siempre tocó por el estilo Almogía…Hombre honesto, cabal, integro. Auténtico me lo definía Alfonso Queipo de Llano Jiménez. Un genio. Equilibrio y ponderación; Amigo (con mayúscula).

Como buen lagareño remanecía ‘de más abajo de las Cruces”. “En el arroyo Rabanero/ el dinero es el que pita / se echa una novia un obrero / viene un rico y se la quita”. La letra la acuñó él. Nos reíamos cuando me lo contaba entre buches, porque sus buchitos al aguardiente era cortitos y frecuentes, - “tientos callados”-  calada y calada al cigarro y una carcajada sorda y personal…

Llevó los Verdiales a las cotas más elevadas. Bailó y cantó en el Albert House de Londres; en Madrid, y en tantos puntos de España que sería un listín telefónico su relación. Con Juan se cumple: “Detrás de una gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Concha, es eso, y mucho más. Concha, mujer excepcional…

Una Panda, sin pandero,  porque "el pandero era su recuerdo", en palabras de Salvador Pendón,  le ha tocado por Verdiales en su despedida desde el tanatorio a la puerta de la iglesia. Como los maestros Grandes, a hombros. ¡Menuda Panda habrán formado cuando haya llegado a las Alturas! ¿Componentes? ‘El Pinche’, Antonio Fernández ‘Povea’, Pepe Rosas…, porque éste es de los que han sentado  muy cerquita del que lo dispone todo. ¡Dejuro!


Don Antonio Machado dejó dicho: “Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra”.  Don Antonio no los conoció personalmente; don Antonio se quedó corto.



domingo, 11 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Romería

“… Los cascos de tu caballo / cuatro sollozos de plata” Lo rescató Federico; lo cantó La Argentinita. Era 1931. Todavía la guadaña no había bajado aquella noche por los barrancos de Víznar. Lo rescataron del folclore andaluz. El Zorongo no es ningún palo del flamenco; el Zorongo es algo nuestro.

Cascos de caballo han resonado como estrellas bajadas con la alborada hasta la calle. Han madrugado los caballista; ellas, morenas de ojos negros y flor en el pelo; ellos, elegancia sobre la jaca. Corceles de bríos, animales totémicos; relinchos; belfos de espuma, braceo de ensueño…

Aquí no tenemos pinos que lloran cuando ven el paso de las carretas; ni arenas; ni marisma con garcetas… El calor tórrido; paupérrima la sombra del olivo. Se ha echado el levante. Palmas, cantos, gente guapa; más gente guapa, y más….

Espero la llamada que afirma y pregunta. “La Guardia Civil ha cortado la carretera, ¿dónde aparcamos?” La llamada no llega, como aquella copla de los Machado. Entre tanta gente, “la isla se queda sola”. Hay otros puertos; hay otros mares.

Y bullicio y más palmas y más gente y carrozas engalanadas; caballos, bueyes, gente que va a pie y, en los balcones, mantones de seda bordado con rosas rojas; mantones de Manila a modo de oración de despedía: Madre, hasta el año que viene… si Tú quieres, claro.

Y viene Ella. La carreta trae el andar cansino que marca el carretero. Trae el boyero los ayudantes de siempre. ¿De siempre? Sí; todos están aquí. Periquito, “Periquito, el de las vacas” hace años que se asoma a las barandas del cielo… Bueno, Periquito y los otros… Me resuena la voz de mi madre: “niños no os vayáis a meter debajo de la carreta” ¡Ay, mi madre!


Y viene Ella con manto beige y bordados de oro viejo y liliums y gladiolos: amarillos, rosas, naranjas, morados…, y un campanilleo que ponen otra música. Hoy hace el camino al revés: de la tierra al cielo. Y se va la comitiva; poco a poco, con caminar lento: Esta es mi gente; éste es mi pueblo…“Pasó el día, pasó la romería” Eso dicen que dice el refrán…

sábado, 10 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Antonia Contreras

Dicen que la belleza navegaba en góndola con encanto de violines por los canales de Venecia. Vilvaldi la cazó al vuelo, se deleitó y compuso Las Cuatro Estaciones. El cura pelirrojo aportó una página esencial a la Historia de la Música.

Dicen que el embrujo subió por el río de las marismas entre campos de arroz y toros negros que comen margaritas entrecortando chorros de plata en las noches de luna llena, y cuando llegó a la Puebla…, Morante  le citó de frente, hizo un bucle de seda y se sacó de la manga la media  marca de la casa.

El pellizco del cante, el duende y el quejío andaban sueltos, perdidos… Buscaban un refugio donde acunarse y una voz de terciopelo. Lo encontraron y dieron por salir de la garganta de una mujer con talle de junco de río y…

Primero, la garra del Amor Brujo. Falla, en su voz por tierras de Francia y Canadá;  luego, bajo una noche de estrellas, en La Unión, se rasgaron muchas cosas en el cante por Mineras: “Es negro como el carbón /el futuro en esta mina / aquí se pierde la estima / aquí sufre el corazón / ¡ay!, aquí se acaba la vía…”Antonia Contreras ponía su firma al pie de página en la Historia del Flamenco.

De la entraña de la tierra / como el duro mineral / adentro de mí tú estás / tan firme como la piedra / que no se pué barrená”. Antonia  canta por Malagueñas, Tangos, Rondeñas, Verdiales, Guajiaras; domina las Granaínas: “Los tercios de granaína / se me agolpan cuando canto/ tus recuerdos encanto / que dejé por las esquinas / por quererte yo a ti tanto”.

Hecha a sí misma. Autodidacta. A su casa, a la radio de su casa, llegaban las ondas de unas emisoras lejanas. Traían aires de cantes, de otros cantes; la reclamaban para darle sitio propio en el Cante Grande. Su vida ha sido un camino con espinas; demasiadas. Nadie le regaló nada. Todo a pulso: “Con mucha constancia, cuidando todos los detalles”.


La Lámpara Minera buscaba un techo para colgarse. Lo hizo en el lugar más cercano al corazón: en el pecho de Antonia Contreras.  Ella puso el cante;  Juan Ramón Caro, la guitarra; Paco Acosta, la letra. ¡Grande, Antonia, grande!,  y además, de las nuestras.

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viernes, 9 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El tren

Andrés do Barro era un cantante gallego de finales de los años sesenta – ¡qué lejos queda todo eso! - del siglo pasado. Andrés lanzó al mercado  un disco; se acompañaba de un coro y una guitarra: “O tren”. Contaba y cantaba, en gallego, un viaje, en tren, por Galicia. Romanticismo y adelanto de lo que vendría…

El viajero, entonces, era un muchacho con muchos pájaros  – ahora, también –   y ganas de aventuras en la cabeza. Sacó, con un amigo, un kilométrico de los que regulaba el interventor, a bordo del tren, cortando cupones de los kilómetros andados.

Sacaron – la economía no daba para más – uno de tres mil; de regreso en Madrid necesitaron  un ‘extra’ de cuarenta y tres; habían fundido el resto por los caminos de hierro de España.

El viajero entró en Galicia por el curso del río Sil. Partió de León al caer la tarde. Llovía a ratos. El paisaje oscuro del carbón se alternaba con el verdor de los montes; el río se remansaba a ratos en embalses pequeños y… vuelta a empezar.

En Ponferrada subió un mendigo; pedía limosnas con voz lastimera; parecía escapado de una obra de Valle-Inclán. En Astorga, uno que vendía mantecadas. En La Rua-Petin se bajo la niña más bonita que el viajero ha visto nunca en un tren…

El tren llegó a Sarria con noche cerrada. Pernoctó en una fonda de estación; recorrió un paisaje que se antojaba enigmático y lleno de leyendas porque por Sarria pasa el Camino que los peregrinos usan para ir a Santiago…

El viajero llenó las alforjas. Se trajo recuerdos que  perduran con una frescura por la que no ha pasado el tiempo. En la Colegiata del Sar, torre de Pisa gallega, leyó, a la sombra de los muros del claustro a Rosalía: “Era apacible el día / y templado el ambiente, / y llovía, llovía / callada y mansamente; / y mientras silenciosa…”


Ha saltado la noticia de un accidente de tren en O Porriño. El tren iba a Oporto. El tren llevaba un puñado de viajeros con sus ilusiones dentro. La muerte le ha salido al encuentro… Escribo antes que los buitres y carroñeros sobrevuelen la tragedia. Me quedo con aquel tren cantado por Andrés do Barro.

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jueves, 8 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aeropuerto

No es el título de aquella película de hace muchos años. No. Allí, en la película nos hacían pasar un mal rato hasta que el problema se solucionaba. Un avión tomaba tierra en unas circunstancias extremas. Todo al final se arreglaba. Ya se sabe, entonces, en el cine ganaban los buenos. Nacía el cine especialista en desastres.

Esta mañana  he ido al aeropuerto de Málaga. Ha tenido muchos nombres: El Rompedizo, San Jualián; ahora, Pablo Ruiz Picasso. Los  nuevos accesos dejan a uno en el lugar que más o menos quiere. O sea: llegadas o salidas. Coches, autobuses, letreros y más letreros; información en castellano y en inglés. Mensajes gráficos…

Trasiego infernal. Gente de todos los pelos – algunos hasta rapados, tatuados y con crestas –  iban y venían. Maletas. Aglomeraciones. Colas para embarcar; oleadas que salían. Tableros electrónicos. Informaban de las direcciones a los aeropuertos a los que se dirigían los pájaros de acero. En las llegadas, obviamente,  las procedencias: Londres, París, Estambul, Oslo, Berlín, Roma…

El aeropuerto de Málaga, hace un par de fines de semana, en la mediación de agosto, cuando arreciaba por aquí esa ‘ola de frío siberiano’ que nos barrió ¿se acuerdan?… tuvo una circulación de cuatro mil operaciones, avión más o avión menos; tampoco viene al caso ponernos a contarlos por si se escapa alguno.

A lo que iba. Los detractores dicen que en España hay muchas cosas que van mal. Vale. Hay muchas cosas que van mal. Otras: trenes, aviones y comunicaciones dicen lo contrario.  A la experiencia de esta mañana me remito. En medio del caos infernal, todo se arreglaba; seguía su orden. Alguien, digo yo, tendrá ‘algo’ de culpa…


Vamos en cabeza, en ese punto, de eso que se llama progreso. Termino con un apunte irónico. En el fin de semana del que hablaba antes  una cadena televisiva, en su telediario estelar informa: “El aeropuerto de Málaga, uno de los más importantes de Andalucía…” Y me pregunto, inocentemente, ¿cómo será el más importante?

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El río

Primero, cambió la luz. ¡Oh luz de Dios! y lo que era noche cerrada se fue haciendo claridad. Y, luego más; y, un poco más. El lubricán recortó en el horizonte una tenue visión; parecían montañas. No eran montañas porque la marisma es llana. Un velo de nubes, el vaho de la noche, desprendía una cortina de gasa vaporosa.

Los árboles de la ribera: eucaliptos, sauces, alisos… “árboles de la ribera / tened compasión de mí / estoy queriendo de veras / a quien no me quiere a mí / ni una pizca siquiera”, testificaron su presencia. Dijeron que están allí. Desde hace mucho tiempo; desde siempre.

El agua del río comenzó a ser espejo. Espejo que deja ver la cara de las mujeres guapas; espejo que no engaña y dice a lo bello, que es bello, y a lo otro, pues eso… Ustedes me entienden.

De orilla a orilla, el río es un remanso de paz. Por sus profundidades van peces que vienen de otros sitios. Los peces se cuentan, entre ellos, cómo andan las cosas, río abajo o río arriba y como la superficie está como está,  prefieren que nadie les vea la cara de horror que se ponen cuando se enteran de algunas cosas.

No han subido, todavía, los barcos que vienen de los mares lejanos; no han bajado, tampoco, los que, por el río, van a esos sitios que les llaman con nombres raros o hacia aquel lugar donde se suspiraba por la fortuna que aquí había vuelto la espalda. La gente buscaba “hacer las Américas”.

“Para los barcos de vela / Sevilla tienen un camino…” Lo escribió Federico. Ahora, por el río de Sevilla navegan otros barcos. No son barcos de vela. Llevan  mercancías. Otros transportan otras cosas que enriquecen a algunos y aniquilan… Esos navegan de noche.


¡Ay, el río! Belleza suprema y única. Quietud y marcha. “’no te mires en el río / que me haces padecer”. ¡Ay, río de Sevilla y de la Puebla y de Coria y de los sueños que… se despiertan cuando sol, como en la fotografía de Pilar, escala por el horizonte y deja ver la mano de Dios en un amanecer cualquiera!