jueves, 30 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Guateque

Era la bocanada de libertad. Era el aire fresco en una atmósfera que nos envolvía. Era el escape (¿?) en una España de represión. Llegaba el domingo por la tarde. Venía de la mano de un pick up pagado a plazos y un puñado de discos donde el sueño volaba – como siempre – mucho más allá de la realidad.

Adamo nos ponía los dientes largos. Repetía, una y otra vez aquello de mis manos en tu cintura y la niña que de cintura y de manos, nada de nada; de codos, un montón y… Los Brincos hablaban de un sorbito de champan y de un nuevo amor. Frente a Palacio seguían Los Pekenikes y había hasta noche de Relámpagos y…

 Raphael decía algo tan bonito como que tu amor llegaba con la de noche. La realidad de cada día se empeñaba en lo contrario. Confirmó que  un claro día se fue…, y que el sol se llevó juramentos y fe; el sol, ¡puñetero sol¡ siempre achicharrando.

De aquellas cinturitas, ¡ay, Dios!... Algunos peinan canas; la mayoría hemos optado – no voluntariamente, claro – por la ‘permanente’; nos sobran peso y palos en la vida. A veces hay reencuentros, y entonces va, y te dice: “¿te acuerda cuando me pedías salir a bailar y  yo que no y que no…? Y va y te confiesa que se la comían, por dentro, las ganas de decir lo contrario.

Era la estrategia. Cuantos caminos se han torcido por culpa de algunas estrategias. Sería el destino. Vaya usted a saber qué. España acaba de pasar por las urnas. Se escuchan declaraciones y más declaraciones. Todos – sálvese quien pueda –  sumidos en la estrategia.

¿Se los estarán comiendo las ganas, por dentro,  de hablar, de dialogar, de llegar a entendimiento, y la estrategia lo impide? Y digo yo, y ¿si aplican lo del filósofo de mi pueblo: “todos heridos y, ninguno, muerto”?


Sería una lección sublime guardar los codos, dejar que la mano se posen en la cintura y que todos sepamos que nada es igual desde aquel día porque todos soñamos un nuevo amor aunque ya no haya tardes de guateque.

miércoles, 29 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lágrimas

Dice el tópico que alrededor del diez de agosto el cielo se llena de estrellas fugaces: ‘lágrimas de San Lorenzo”. Corren por el cielo del verano. Son tan efímeras en su velocidad desintegradora que casi no da tiempo a pedir esos deseos que dicen que se piden y algunas veces hasta se cumplen.

Este año la fecha y el hecho se han trastocado. Las lágrimas no son del diácono, mártir en Roma y  que para más ‘inri’ lo asaron en una parrilla. No, las lágrimas son de gente impotente ante la barbarie.

¿La fecha? Finales de junio, cuando las eras están llenas de gavillas y se trillan las parvas; la higuera con frutos que chorrean néctar; los frutales de verano en plena madurez y los aeropuertos llenos de personas que van y vienen a cualquier parte del mundo.

Estambul que sabe de sobra de otros atentados de locos sueltos – “guiolos el diablo, / que es un mal guión”, que dice Berceo - no iba a ser una excepción. Hablan de tres terroristas suicidadas y un montón de muertos y más montón de heridos en sus cuerpos y en sus almas.

Cuando yo daba clases de Geografía en la extinta EGB solía colocar a los alumnos ante el mapa. En la pizarra escribía los versos de Espronceda: “Y ve el capitán pirata / cantando alegre en la popa / Asia a un lado, al otro lado Europa / y allá a su frente Estambul”. Después venía la pregunta: ¿por dónde navega el capitán pirata? Las respuestas, sabrosísimas.

Muchos años después  vuelve Estambul. El sábado pasado una amiga me comentaba: “hemos volado Osaka, Estambul; Estambul, Málaga…” Ay, Mari Carmen como me he acordado esta noche de ti…
Los datos que llegan son escalofriantes; las cifras, aterradoras… ¿La solución? Me temo que no… Otra amiga ha colgado la marina que ilustra el artículo es de: Ivan Konstantinovich Aivazovki, pintor ruso, de ascendencia armenia.


Me refugio, como cuando era joven y enseñaba a amar la Geografía, otra vez en Espronceda: “La luna en el mar riela / y en la lona gime el viento / y alza en blando movimiento / olas de plata y azul”.

martes, 28 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora: Tito Livio

Tito Livio Patavino era un historiador romano nacido y muerto en Padua - de ahí lo de ‘patavino’ - que escribió una historia de Roma. Desde los orígenes hasta Nerón, poco más o poco menos. Casi todos los libros perdidos, algunos han llegado a nosotros. La Historia la tituló:  Ab urbe condita.  O sea, “Desde la fundación de la ciudad”.

A mí me tocó traducir – lo de ‘traducir’, obviamente es un presunción -  a Cicerón, Ovidio, Cesar, Virgilio… y compañeros mártires. Quien realmente me marcó fue Tito Livio. Por él supe que hubo una segunda guerra púnica – aquellas de 'Cartago delenda est' (Cartago debe ser borrado del mapa) – y que había unos sitios llamados Macedonia, Galia cisalpina, Asia Menor…

Todo eso eran otros lópeces. Hoy viene aquí otro Tito Livio. Del que les hablo tiene el pelo gris,  caminar sigiloso y ojos que ven lo traspuesto. Su independencia está por encima de cualquier opinión. Tito Livio se las anda por el caballete del corral, por los tejados…

Tito Livio busca los gorriones que se recogen para pasar la noche entre los pámpanos de la parra. Su vida, como buen gato, tiene mucho que ver con la noche. Por las mañanas cuando llego al campo casi siempre dormita después del ajetreo. Otros días no le veo el pelo. Tito Livio va a los suyo.

En cierta ocasión leí que los gatos, los felinos más domésticos, llevan un montón de años junto al hombre pero no hemos conseguido ni su fidelidad ni su aprecio como han hecho otros animales por ejemplo el perro. “Antes o después te clavará un día las uñas”. Parece que es algo muy certero.

España está que araña desde lejos. No hay más que acercarse a un telediario, abrir un periódico o sintonizar cualquier emisora de radio. Según qué tendencias chorrean miel o deshilan hiel. Se parecen pero no son la misma cosa.


Me pregunto. ¿Se habrá enterado Tito Livio, el mío, de todo el trajín de estos días? Al igual está indiferente ante la cohorte de expelotas que ahora piden la destitución de Del Bosque. ¡”País, paisaje, paisanaje”! Eso, lo dijo, don Miguel de Unamuno…

lunes, 27 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Garbanzos

El calor durante el día, asfixiante. En las horas de la siesta, o sea de mediodía arriba se para el campo. Se echan los pájaros. No transita nadie. Dormitan las cabras en las  sombras de las encinas de la cuesta del pozo. Las adelfas del arroyo están cuajadas de flores.

De vez en cuando un pequeño, minúsculo tornado recorre el campo. El tornado corre como alocado que no va a ninguna parte. El aire a esas horas de la tarde está caliente. Las distintas capas de temperatura provocan que no esté quieto.

Asoma, despacio, la tarde. El sol tiene menos fuerza; baja poco a poco en el horizonte. Se retoma la actividad. El campo se despereza del sopor y espera que llegue la noche. En estos días de verano la noche llega muy tarde. Cuando  el sol hinque la cresta, de la tierra subirá, todavía, parte del calor acumulado.

Los que van a arrancar los garbanzos se levanta de madrugada. Los garbanzos no se siegan; se arrancan, mata a mata. La arranca de garbanzos pone casi el punto final al agosto. Ya se han segado los trigos y las cebadas; se han barcinado a la era y el grano tiene su sitio en los ‘atrojes’.

Los hombres arrancan los garbanzos aprovechando la ‘blandura’ de la madrugada. Esperan la primera brisa del levante. Es casi noche oscura. La mata de garbanzos está suave, maleable, los cascabullos en su sitio, casi se dejan acariciar. Se forman pequeñas gavillas. Una piedra sobre ellas le da estabilidad. Cuando sople el aire quedarán ahí quietas…

El garbanzal superó las lluvias de abril; creció verde y no ‘rabió’;  el oídium no pudo hacer de las suyas. Ahora, sobre las angarillas los mulos los llevan despacio a la era. Los mulos tienen taponados los cencerros; avanzan con paso seguro. La marcha hace que la carga ofrezca un bamboleo suave a lado y lado.


Las bestias, formada la parva, pisotean las gavillas deshechas. Se rompen los cascabullos;  los garbanzos son un granero de leguminosas que esperan un destino seguro. Los primales en proceso de ceba, al amparo de la era, hozan en las granzas…

domingo, 26 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sinfonía

Y un día la luz se echó a andar  por la calle. No era un día cualquiera. Una sinfonía de primavera había dejado una música especial por el aire y un manto verde a los pies del castillo. Era el verde del inicio de los meses mayores en los que la yerba dice que ya llegó a dónde le marca su ciclo.

No sube ni baja nadie; la calle está desierta. ¿Dónde está la gente? La calle es pendiente; la calle tiene encanto, misterio y una  pregunta ¿qué habrá ahí, ahí mismo, al revolver la esquina? No da la respuesta. Invita a la curiosidad. Insta a que se avance y se asome la cabeza, y…. Todo está por descubrir por uno mismo.

Hay un balcón. El balcón está lleno de flores. Las flores tienen el mejor sitio de la calle. Son flores de colores suaves, sensuales, precisos. Son flores plantadas, regadas, cuidadas   por una mano – o ¿son dos? – anónimas. Las flores se asoman al balcón y a la calle, y ¿luego?… luego a la baranda que delimita la calle con otra calle.

El testero de enfrente, el que está al otro lado de la baranda,  es un frontón blanco. Está entrecortado por seis balcones. Los balcones, cerrados. Las persianas bajadas guardan celosas una intimidad escondida dentro. Un mosaico de tejados pone una pincelada de color ocre…

Corona el cerro - el Cerro de las Torres - el castillo. Entre el castillo y los tejados un puñado de casas apiñadas; se asoman ante tanta belleza. Es una punta - como espigón que se adentra en otro mar -  de ese albaicín, blanco y nuestro. Lo llamamos ‘Barranco’. Reverbera la cal;  poesía de la arquitectura popular hecha barrio.

El cielo, azul celeste. Un azul de amor de otro tiempo, de siempre. Se recortan la espadaña,  los restos de la antigua parroquia, el campanario, la torre del homenaje, la muralla. El castillo está ahí, en su sitio, desde hace tanto tiempo…


Un puñado de nubes viene de alguna parte. Van… ¿adónde irán esas nubes que pasan sobre el Cerro de las Torres?

sábado, 25 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Ana Caro

El Guadalquivir lo propiciaba casi todo. De Sevilla partían los barcos que iban a América, a Génova o a Flandes. A Sevilla, acudía, también, mucha gente. Normal, la presencia de genoveses, florentinos y alemanes. Era la Sevilla de otro tiempo.

Por el río llegaba el dinero. Entonces  se le llamaba con otro nombre: se conocía por  oro, plata, mercancías. Era el primer puerto de España. Vienen pícaros y pedigüeños. Se llenaron los atrios de las iglesias de mendigos…

Calle de la Troya, de la Carnicería, de la Gallinería, Güerta del Rey, el ‘malbaratillo” y la Puerta del Arenal... Cervantes las reflejó en su obra.  Dejó dicho: Allí no manda el Rey; manda el hampa”.

En ese ambiente, finales del XVI nació Ana Caro Mallén de Soto.  Desacuerdo de si en Sevilla o en Granada. La emparentan con  Rodrigo Caro y con Juan Caro Mallén de Soto, caballerizo de doña Elvira Ponce de León. La consideran, también, “esclava prohijada por Gabriel Caro de Mallén, procurador de la Real Audiencia de Granada”. No hay discrepancias en una cosa: fue la mejor dramaturga del Siglo de Oro.

Luis Vélez de Guevara, en su obra: “El diablo cojuelo”; la llama “la décima musa sevillana”. Obtuvo favor y protección del Conde Duque de Olivares; amiga de la novelista María de Zayas con quien pudo tener un amor lésbico.

Asistió a la Academia Literaria del Conde de la Torre. Percibió emolumentos por su obra. Es una ‘profesional’ en el mundo de las letras. Escribió poemas sobre celebraciones y fiestas,  algún auto sacramental y obras teatrales (“Valor, agravio y mujer” y “El conde Partinuples”) de enredo, lances y encantamientos.


Invierte  los personajes en sus obras; convierte a las mujeres en hombres y trató el mito  el “Don Juan”. Se abrió paso en un mundo dominado por la escritura masculina. Vivió en Madrid donde estaba en 1637; en 1645, aún permanecía allí. Murió cinco años después…

viernes, 24 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Carné

La casualidad pone en mis manos el carné de identidad de mi abuela María. Está expedido en 1955. Mi abuela María nació en 5 de febrero de 1882. Un simple papel plastificado sirve para transitar a caballo entre tres siglos. ¡Y, qué tres siglos!

En uno, España – bueno, España; no, algunos españoles -  a mamporrazos entre sí. Como nos pintó Goya. Guerras; España, en la ruina. En el XX, tres guerras ‘oficiales’ y el hombre  que dicen que llega a la luna. En el XXI, se impone la prisa, el día de mañana, ya es pasado.

Hurgar en documentos viejos, a veces, lleva a encontrarse con  obviedades. En España reinaba Alfonso XII; gobernaban, con alternancia, Cánovas y Sagasta. En el campo, la Mano Negra; se fundan los Altos Hornos de Baracaldo: En Roma, de Papa, León XIII, el de la Rerum Novarum... ¿Qué queda de todo aquello?

El electorado español está convocado para mañana, último domingo de junio, a las urnas. Es la España democrática inmersa en una Europa Unida que no lucha entre sí, sino consigo misma. Es una Europa vieja en contraposición a la vieja Europa. ¡La que han formado los hijos de la Gran… Bretaña!

Nos mandan al rincón de pensar. Hay que reflexionar. Tenemos que decidir a  quiénes vamos a prestarle nuestro votar. Ellos - los políticos - piensan otra cosa; creen que es suyo. Así nos va.

El gallinero patrio está alborotado; mucho cacareo. El debate, donde está de verdad  es en el ‘porqué’ Del bosque no sacó a Iker, y dejó que el penalti lo tirase Ramos y que si Pedro, y que si…

Y digo yo. ¿Dónde están los valores de una sociedad que se gasta una fortuna en mascotas y pone concertinas en la valla de Melilla? ¿Qué camino lleva con tropecientos mil ricos más en un período de crisis? ¿Adónde va una sociedad que se desayuna pitufos de jamón y aceite – del bueno, claro – mientras la mar de enfrente se traga a miles de personas?. Ha han cometido el delito de huir del terror.


Hace calor. El ruido de las motos imposibilita abrir los balcones. Otra manera de contaminación. Los jazmines siguen floreciendo al anochecer; las damas de noche, las yerbaluisas, los sampedros dejan sus tarjetas de visitas en las noches del verano que da los primeros pasos de niño pequeñito… ¡Qué lío, Dios!

jueves, 23 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ciudad violeta

El hombre perdido en el desierto sueña con agua, con palmeras y con una sombra acogedora y reconfortante; el hombre perdido en el desierto busca el oasis. Todo es arena; todo es un cielo inmenso; todo es una eternidad que está quieta. Ahí. Ni espera ni se va…

La ‘Ciudad Violeta’ es una obra excelsa. La ha escrito un poeta. Les confieso que la he leído – la ciudad y el libro – dos veces. Porque me he echado a andar y me he querido perder por el aire de  la ciudad violeta…

Juan Gaitán me ha llevado de su mano. La mano amiga, entrañable, única y diferente. Me ha llevado hasta enseñarme ese árbol loco que se viste de flores cuando no es su tiempo; hemos buscado los pájaros que vuelan y vienen de no sabemos qué cielos, y he visto las últimas flores del jazmín; me ha llevado donde otra gente de la mar empeñaba  su cuaderno de bitácora...

Una campana de unas monjitas tocaba con su badajo de cristal. Pero ¿si hace muchos años que las monjitas se fueron del barrio cómo tocan, esta tarde, de esa manera? Juan me ha dicho que es un tropel de ángeles de la guarda de cien leguas a la redonda. Lo creo.

Oteo el horizonte de montes violetas y el vino malva y esa sombra junto a las rocas de la playa cercanas a la arena. ¿Soy yo? ¿Somos nosotros? ¿Mira que si es un nido de golondrinas del olvido? ¿Qué fue de la abadía del otro lado del río y de… ¿qué fue de todo en la ‘Ciudad violeta?

Los vientos de las ciudad son tan suyos como la ciudad misma. Los días impares de terral y su ausencia y el vacío y ese alivio que surge de pronto cuando se va. Y el Levante que muerde la orilla y las olas, siempre las olas, allí, enfrente de nosotros, y tú y yo, aquí. Y ¿en el horizonte? En la lejanía “una claridad vaporosa que deja un aroma de sal y espuma…”


El hombre perdido en el desierto ha llegado al oasis y, él sin saberlo,  lo ha encontrado en  la “Ciudad violeta”.

miércoles, 22 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Por qué?

España en blanco y negro El hombre trabajaba en el campo; jornal, escaso. Un peón mal pagado cuando se daba. Caminata de la casa al tajo; luego, la vuelta. Comida fría; agua de cántaro, casi caldo del puchero según qué tiempo. Por las noches acudía a una escuela: las cuatro reglas, un dictado sin faltas, algunos conocimientos básicos.

El hombre se presentaba a un examen para entrar en la Guardia Civil. Llevaba, además del certificado de buena conducta del señor cura párroco una recomendación para el capellán “de allí”. En el papel el señor cura decía que era un muchacho trabajador, formal, serio y de buena familia.

El hombre fue a una Agencia. Desde la Agencia pidieron un Certificado de Penales a no sabía qué sitio que estaba en Madrid  y desde donde dijeron que además de ser adicto al Régimen, tenía una conducta sin ninguna mancha y ningún antecedente que lo hiciera contrario a ingresar en el Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil.

Un día le dijeron que había aprobado el examen y lo incorporaron a una Academia donde le enseñaron muchas cosas. Un día, también, juró ante una bandera que derramaría, si era preciso, hasta la última gota de su sangre por la Patria.

El hombre tuvo un destino en un pueblo de campiña y luego junto al mar. Conoció  calores caminando por el  campo; del cuerpo empapado de  lluvia bajo una capa que pesaba una enormidad  y del salitre que cortaba la cara en las noches de invierno de servicio en la playa… Supo que había gente buena y gente mala.

Un día al hombre le llegó un nuevo destino. Era un lugar de caseríos preciosos, con mucha raigambre y con gente muy trabajadora. Era gente que quería mucho todo lo que era suyo; era gente recia. Entre aquella gente, también, había otra gente.

A su casa – a la casa donde vivían sus padres – llegó una tarde una pareja con un telegrama en la mano. Tenían, también, la cara descompuesta. Llegó también el alcalde y mucha gente, mucha gente, mucha gente. Todos lloraban aquella tarde.


Hace unos días ha saltado la noticia. Un capitán y un puñado de guardias civiles detenidos por un montón de cosas feas, muy feas. La Guardia Civil no merece eso. En el aire flota una pregunta sin respuesta: ¿por qué?

martes, 21 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de los ojos bellos

                                                                                  ¡Va por Usted, amiga mía!

La temperatura estaba muy agradable al amanecer del día del solsticio de verano. Desde muy temprano sopló el aire de Levante. En otros sitios, de la cordillera arriba donde no llegan las brisas que vienen de la mar,  al Levanten le ponen otro nombre. Lo llaman ‘solano’ o ‘granaíno’. Allí es un viento cálido;  despeina los olivares; revuelca las gavillas; lo achicharra casi todo.

La primavera hacía unos días que se había vestido de verano. O sea, que se había ido.  El campo estaba agostado. Las cebadas y los trigos granados; arrancadas las habas y las arvejas y solo quedaban en pie los garbanzales tardíos que se habían salvado de la ‘rabia’ en las aguas de mayo.

 Las zarzamoras de los vallados estaban provocativas y reventonas de sensualidad; se habían puesto su corona de sépalos rojos las granadas del pimpollo y las brevas eran una provocación de sensualidad para las abejas y para los pájaros golosos.

El aire corría fresco y agradable por la calle. El aire venía con traje nuevo. En  los naranjos que el Ayuntamiento había sembrado por las aceras, las naranjas agrias de la cosecha del próximo año era un muestrario de botonadura de gabanes que se aprestaban para pasar el verano antes que el calor riguroso les hiciese pasar el quinario.

Las naranjas agrias de las huertas tenían más suerte. Tendrían riego abundante; su abonado; una lucha contra las plagas y cuando llegasen los fríos de enero cuadrillas de hombres entrarían con una tijerita especial en  la mano y las cortarían, una a una, sin dañarlas porque luego las harían mermelada para la hora de los pasteles con té, para el desayuno, para la merienda de los niños.

Con el final de la primavera la chicha de los ojos bellos cazó sin saber ni cómo ni por qué una conjuntivitis que la apartó del quehacer diario. El oftalmólogo le dijo qué colirios debía ponerse para atajar la infección, qué debía y que no podía hacer…


La chica de los ojos bellos el amanecer del día del solsticio de verano se resguardó detrás de unas cristales ahumados y convivió con la penumbra de la habitación, ¡ella que era todo luz!, y esperaba y esperaba…

lunes, 20 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lindes

La primavera ha corrido las lindes con el verano. Se han secado las florecillas del camino y las espiguitas y las malvas y todo ese ejército de yerbecillas que hace solo unos días eran verdor y exuberancia, ahora,  muestran a todo el que quiera verlo que han llegado al final del su ciclo.

Por lo alto de la loma retumba un motor monocorde y rutinario. Detrás lleva una nube de polvo. La cosechadora  no se cansa. Soporta el sol y cuando llegue la noche seguirá, todavía, en la faena. La cosechadora le ha quitado el sitio a los segadores y a las hoces y a los mandiles y al agua caliente del cántaro…

No hay quien cante aquello de “segar de los secanos / ya vienen los segadores…” Eran tiempos muy duros. Trabajo de sol a sol y el jornal, ¿el jornal? ¡Qué preguntas, hombre! Eran otros tiempos. Chorreaba el sudor de la frente. Había otro riego a la madre tierra que se mostraba tan dura, tan implacable como casi siempre.

Zurean las palomas en el pozo. Se han acercado al pilar. Beben en los charquitos de agua que quedaron entre los ladrillos macizos que sirven de base. Los tabarros revolotean de manera incesante y también ellos se bajan a beber. Arrulla una tórtola en la lejanía.

Hace un rato que no pasa nadie por el camino. En estas horas del mediodía todo está en calma. Todo se ha parado; todo está quieto. Cuando aparece alguien las palomas levantan el vuelo y se suben al brocal como quien quiere poner distancia por medio.

Las encinas tienen cuajadas las bellotillas tiernas. Las encinas tienen sobre sí toda la cosecha para cuando llegue el invierno y los zagales canten a los pastores que bajan de los montes y los peces se emborrachen en el río y la lavandera se quede con sus manos heladas de tanto frío. Ahora, no. Ahora lo que aprieta es el calor asfixiante.


Ya está aquí el solsticio de verano; la primavera ha corrido las lindes. Los olivos se peinan de plata y grises cuando sopla algo de aire en estas horas donde eso se agradece tanto como un regalo  divino…

domingo, 19 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desde el Alto Guadalhorce

La luna vestida nácar cabalgaba sobre las Sierras de Gibalto y Camarolos. Todavía no dormitaba El Torcal. La luna que es muy curiosa y lo escudriña todo se asomó al bosque de piedras y vio como se había remansado el agua en la Fuente de los Cien Caños y luego, entre alisos, álamos y choperas buscaba las tierras llanas de la Vega.

La luna sabe de la cercanía del solsticio de verano. Quiso decir que ella tiene un solsticio propio. Bueno, exactamente, no es así. Cada veintiocho días dice que en las noches de olivares y piedras calcáreas la luz tiene su horario propio y hace que las encinas – que ya tienen fruto – sean otra cosa… y hace lo que le da la gana.

Casi a esa misma hora, José Manuel Martos – a su vera un hombre joven, alcalde de su pueblo, Villanueva del Trabuco – abrió el horno donde habían cocido un pan especial, regalo de dioses, crujiente, apetitoso…

Un grupo de panaderos han amasado ese pan de cultura. Francisco Campos, Gerásimo Arjona, Álvarez Curiel, Antonio Santiago, Manuel Benítez, Gracia García, Luis Utrilla, Francisco López… Muchas manos hincando los puños en una artesa con una levadura excelente; mejor trigo, y el agua del Guadalhorce.

Presentaban “Desde el Alto Guadalhorce” Ellos dicen que es una ‘revista’. Pienso que más. Algo como un compendio de trabajos monográficos – en este número le dan especial protagonismo a Antequera – excepcionales. Oigan. Bueno, bueno, bueno; de verdad.

Han llegado al número 6. Tienen – como las cosechas buenas – carácter anual y la edita el Servicio de Publicaciones de Diputación. La maquetación para quitarse el sombrero - los que usamos sombrero, claro – y las fotografías, auténticos documentos que ya  en sí son un tratado de calidad.


Hasta ahora he acudido a la cita de cada año. En el primer número me asaltó la duda: ¿podrán continuar con algo tan bueno? Llegan al sexto, se disipan todas las posibles interrogantes. Cuando se tiene la levadura con el fermento apropiado, buena harina de trigo, agua de un río que acaba de nacer y estos panaderos…

sábado, 18 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Victoria Kent

Su nombre es algo más que un letrero en una estación de ferrocarril. Su nombre está unido a  la lucha de la mujer del siglo XX  por recuperar la dignidad. Es, también, sinónimo de sufrimiento y  profundo silencio hacia su obra.

Victoria Kent es algo más que un lugar donde se separan las líneas Una  y Dos del tren de Cercanías. Uno, va a la Costa del Sol; el otro, por las tierras de interior, orillando el Guadalhorce, en la provincia de Málaga. ¿Escenificación de su distanciamiento con Clara Campoamor? ¡Tan juntas; luego, tan distantes…!

Victoria Kent nació en el barrio de la Victoria, Málaga, casi cuando acababa el siglo XIX. Hija de padre, de ascendencia inglesa, liberal, casado con María Siano. Del matrimonio nacen cinco hijos. Victoria la única niña. Su madre le enseña las primeras letras.

De tez morena, pelo recogido y lacio; rictus serio y mirada lejana, como perdida. La boca grande; tenía una pequeña verruga por encima del labio superior. La seriedad de cara ofrecía un esfuerzo al sonreír…

Estudió Magisterio en Málaga; luego vivió en Madrid. Fue  la ‘primera’ mujer en casi todo: primera mujer colegida como abogada; primera mujer que participa en la defensa en un consejo de guerra; primera mujer Directora General de Prisiones…

Decidida; la vitalidad enorme. Defiende a los más débiles; si son niños, más. Clama por las otras mujeres. Curiosamente se opone al voto femenino. Piensa en la mujer inculta sometida a la iglesia, a los prejuicios y al marido; la considera con poca formación – años treinta del siglo XX – como para dilucidar por sí misma. Le cuesta el acceso al Parlamento.

En Madrid entra en contacto con María de Maeztu. Hacen una labor encomiable en la Residencia de Señoritas, versión femenina de la Residencia de Estudiantes. Don Niceto Alcalá-Zamora la nombra Directora General de Prisiones. Rompe moldes; elimina grilletes y cadenas; funcionarias para atender a las reclusas; busca la inserción y no el castigo. Humaniza y dignifica…


Después de la guerra, el exilio. En París – en el Bosque de Bolonia – protegida por la Cruz Roja vive con identidad falsa. Luego, México, EE.U. y la defensa siempre de los más débiles, de los más indefensos. La muerte la encuentra en Nueva York. Tenía noventa años; estaba recién entrado el otoño de 1987…

viernes, 17 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Azul vacaciones

La luz cada día madruga más. La luz estos días cercanos al solsticio se levanta muy pronto. Tanto que casi  le puede el pulso a  la noche. Las estrechas no tienen tiempo a su paseo  diario y salen en tropel y llenan el cielo.

Hay una hora en la madrugada en la que gira la oscuridad. Ya no es noche cerrada. El lubricán manda recogerse a las estrellas. Cantan las alondras en los rastrojos; hay una ligera sinfonía de pájaros que saludan al día que viene; despierta, de nuevo, la vida.

La mar se pone de un azul diferente. El maestro Alcántara dice que es “azul vacaciones”. El maestro siempre tiene razón. La mar está preciosa; se llenan las playas de bañistas. ¿Hay arena para todos? Las sirenas - las sirenas de Ulises - se retiran mar adentro. Ponen agua de por medio. Lo ven todo desde la lejanía.

A media mañana la luz juega al escondite por entre los pámpanos de la parra, entre las hojas de las higueras y entre el ramaje de las buganvillas. Se asoma como quien tiene recato de sí misma por las equinas de la mañana. El hombre que trae el pan avisa de su llegada. Toca el claxon de la furgoneta…

Los colegios están a punto de echar la llave por fuera. El sol teclea, también, su mensaje en puntos blancos, intermitentes, a través de las persianas. Aulas vacías, polvo en suspensión, libros quietos en los armarios. Se aburren las moscas…

Los zagales no se aguantan ni ellos mismos. Los de tierra adentro  piden, a gritos, otra actividad y quieren salir con la bicicleta al polvo de los caminos, a las higueras maduras o al remanso del río...; los del rebalaje se mimetizan con la espumas de las olas que se quedan a medio romper.


Gente  tumbada en las hamacas, algún transistor pasado de volumen. Dentro nos nace el deseo de abrazarnos  como el año pasado, como el otro y el otro, a algo que este año parece que es hasta más nuevo; o sea, el “azul vacaciones”.

jueves, 16 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Exámenes

Anda la gente joven inmersa en los exámenes de selectividad. Nervios; preocupaciones. Dice el periódico que la situación es comparable con los últimos de Filipinas. ¿La culpa? Tanto cambio en las Leyes de Educación. Comentarios de textos: Valle-Inclán o Almudena Grandes; Kant o Descartes; Isabel II o Guerra Civil…

Me bullen los recuerdos; un montón. Primeros y últimos exámenes. Curioso, más vivos los primeros. ¡Dios, qué lejos, todo!

En Antequera fue el arranque. Ahora recuerdo a Antequera ciudad en la que dormí, en pensión de pueblo, la primera noche que lo hacía fuera de mi casa como una ciudad muy grande. No había Instituto en el pueblo; íbamos por ‘libre’. Acudíamos al examen de Ingreso. El instituto se llamaba y - se llama - Pedro de Espinosa.

El mixto nos dejó en la estación; era noche cerrada. Subimos, por la cuesta,  andando. Unos niños jugaban en torno a una hoguera junto a una iglesia enorme. Años después supe que aquella era la iglesia de Los Trinitarios. Las imágenes de la infancia no se borran.

 La habitación era desproporcionada; destartalada; las paredes encaladas, los techos altos y balcones grandes. En un rincón, cerca de la puerta de entrada, había un palanganero, con un jarrón y toallero. Estaba de adorno. El servicio -si se le podía llamar así- se ubicaba al fondo del pasillo. Del techo pendía una bombilla de luz pálida y tenue. Aquella noche dormí muy mal.

Después, he vuelto muchas veces a Antequera. Admiro la monumentalidad que encierra. Siento sana envidia de tanto y tan bueno como atesora dentro y, en ocasiones, tan desconocido.

Hace unos años que no acudo al Cristo de las Aguas ni bajo a San Juan, a donde el Señor, ni a la Virgen de la Espera ni  a Santa María la Mayor… Hay que hacer algo; no se pueden perder las buenas costumbres.

Desde Santa María la ciudad parece echada a sus  pies; se extiende blanca con pinceladas ocres en los tejados. Pedro Espinosa, libro en mano, petrificado, duda si seguir la lectura, admirar un balcón ahíto de geranios de la calle de enfrente o pasear la vista por tejados, espadañas y campanarios.


En la lejanía siempre ahí, en su sito, la Vega y la Peña de los Enamorados y la Sierra de la Camorra y la pincelada, en el horizonte, blanca…¿Qué es aquello? Es Mollina…

miércoles, 15 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gorriones

Granada está a caballo entre la resaca del Corpus y el verano que llama a la puerta. El calor golpea ya, sin ningún rubor, con los nudillos en los cristales de la ventana. Los últimos retazos de nieve parecen un pespunteo de vainica doble en las cumbres de la Sierra.

Granada está preciosa. Se han vestido las acacias; hay un tintineo de hojas ovaladas entre las ramas de los tilos en la calle Tablas; la gente se emborracha de sombra en la plaza de la Trinidad; un gato dormita indiferente y va a lo suyo al amparo del fresco de los arrayanes de los parterres de la plaza.

Hay un hervidero de gente en la calle Mesones. Están a tope, ‘El Cunini’, los establecimientos de Marqués de Gerona, plaza de la Pescadería y la plaza de las Romanillas. Todo es bulla y apretujones. Hay un deseo externo de mitigar la sed.

Están en su sitio la librería de la calle Fábrica Vieja (por cierto, bien surtida, pero no tiene lo que busco) y la Alcaicería con turistas que van y vienen. Fotografías en la plaza de las Pasiegas. Está abierta la catedral.

Siguen ahí las tiendas de especias con olores penetrantes, fuertes, ‘suyos’ y que solo ahí, en su sitio, tienen ese olor propio que las diferencia de otros establecimientos. En sacos de yute ofrecen una mercancía que parece traída de tierras de muy lejos.

Un grupo de horteras (ellos y ellas) confunden la alegría con vociferar por la calle.  Rompen el encanto que tienen las ciudades en esas horas de la siesta cuando parece que por un rato todo se echa al sopor…

Sigue en su sitio el Alhambra Palace pero con otros inquilinos. No están ya ni el lectoral de la catedral  Pablo Carvaja y Ximénez Enciso ni la baronesa de Halora, ni don Manuel de Falla espera a nadie en la estación. No están, tampoco, Fernando de los Ríos ni Federico García Lorca, ni Rubinstein…


Un rasgueo de evocación de Agustín Lara son el preludio de lo que viene. En el reloj de ayuntamiento cuatro campanadas dicen que avanza la tarde; en el Gran Café de Bib-Rambla sirven un blanco y negro con leche rizada. Los gorriones juegan entre las ramas de los plátanos en la plaza de los Lobos…

martes, 14 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bodrio

El siglo XVIII  queda un rato lejos. Fue generoso en predicadores y sermoneros. Asustaban a las beatas incultas por los pueblos. No había, aldea, pueblo, ciudad, cofradía o hermandad que no buscase un predicador para gloria y loor de las efemérides local. El caso llegó a un extremo insoportable.

El padre Isla,  - Francisco José Isla – jesuita y como buen jesuita podría ser cualquier cosa menos tonto, escribió una novela para dejar al descubierto el ridículo de aquella pléyade que desde el púlpito en  sus arengas y sermones embaucaba a la gente; otros no se enteraban; se quedaban indiferentes.

El protagonista de la obra: Historia del famosos predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes es Gerundio, nacido en la localidad Campazas, en la comarca de Tierra de Campos, en León. Hijo de Antón de Zotes y Catanla Rebollo; lo apadrinó Quijano de Perote. ¡Vaya, por Dios! Algo había que pillar aunque fuese de refilón.

La novela es una crítica al gongorismo sin sentido, al palabrerío hueco y vano con demasiada cáscara y poco contenido  que hace de la verborrea una exposición continuada. La novela provoca la hilaridad – si se tiene paciencia para aguantar hasta el final – del lector.

¿Se han enterado que estamos en campaña electoral? O sea, estamos dilucidando a quiénes vamos a resolverles los problemas: sueldo, viajes, prebendas, exhibiciones, asistencias gratuitas… sentándolos en un asiento confortabilísimo. Se presentan como redentores patrios.

No he utilizado la palabra ‘político’. No; ¡por Dios!, el político es alguien honesto y serio que de verdad trabaja por unas ideas y quiere lo mejor para otros. Ese es otro cantar y ante ellos, naturalmente, ¡chapeau!.

Vorágine de información. Un ‘presunto’ aspirante a sillón – omito el nombre; no merece la publicidad –  va y dice que el tema horrible matanza del atentado en EE.UU. es por culpa del “heteropatriarcado” (La RAE no reconoce la palabra). Y se ha quedado tan pancho.


Don Antonio Machado en cuatro versos los bordó. Desdeñó romanzas de tenores huecos y coros de grillos que cantaban a la luna; pretendió, también, algo  muy difícil: distinguir las voces de los ecos… ¡Ay, don Antonio, cuánto se le echa de menos…!

lunes, 13 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un asunto en Granada

Alguien dijo – no que sé quién – que todo es posible en Granada. Llevaba razón. Por unas cosas y por las que hoy me traen a estas líneas para esbozar, a vuela pluma, un puñado de consideraciones.

Verán. Hace unos meses un amigo me habló de Giralda , novela de Alfonso Grosso. Le dije que no la conocía; me la recomendó. La busqué en la Casa del Libro, en librerías de Antiguo y en los amigos libreros de Soria que siempre me han solucionado el problema. En unos sitios me dijeron: ‘descatalogada’; en otros, agotada; en otro, no ha habido respuesta.

Hace unos días mi amigo y yo nos vimos. Vino; departimos un rato; paseamos; dos cañas y un espeto junto al mar; un almuerzo compartido… Mi amigo me trajo la novela. Está dedicada por el autor. “Para Antonio con mi sincero afecto y amistad”. Mi amigo, me dijo también, que cuando se la dedicó, Alfonso ya estaba muy grave…

La novela es soberbia. A la riqueza narrativa (engancha desde la primera página) une un manejo de vocabulario inusual. Conoce y sabe de lo que habla. Lleva al lector embebido. Mi amigo me dijo que había que tener el diccionario al alcance de la mano…

¿La trama? Años veinte del siglo pasado; una Sevilla que vive detrás de las rejas de los palacios y en la calle; en las iglesias y en los burdeles;  en la sociedad acartonada de criados, cocheros y lacayos; dinero y terratenientes; putas, chulos y ‘gente singular’.

Alfonso Grosso utiliza la metáfora con una sutileza inusitada: “culebrinas azuladas”, “uñas de medio luto”, “la noche se acercaba a paso de gallo por las cumbres” Y llega al culmen de la descripción: “no por perfumado y lubricado menos agrio en su olor y sabor  cual moneda de cobre lamida por la boca de un niño”.

Antológica la fotografía de Don Manuel de Falla. Pasea, en espera, por el andén de la estación: “vestido de negro, las manos en la espalda, sosteniendo  un paraguas cerrado, con una larga bufanda sobre el cuello de terciopelo del abrigo que le protegía del frío…”


El nudo de la esencia, en Granada. Todo lo anterior y el final, antecedentes o consecuencias de una grandísima novela. Me pregunto ¿alguien sabe si, por un casual, aún salen vapores para las Antillas?


domingo, 12 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Locos de remate

¿Será por las calores que anuncian que viene el verano? ¿Será porque algún cable se ha desenganchado? ¿Será porque la sociedad, en su momento, no sabe o no quiere ponerse en su sitio? ¿Por qué puñetas será?

Los telediarios están como para apagar el televisor. Lo mismo se puede decir de la radio o de los periódicos. Cualquier medio da noticias; indefectiblemente, malas. Si no lo fuesen, no serían noticias. Triste, muy triste.

Un ciudadano aparentemente normal acude, hace par de noches, a un concierto. La cantante  - veinte y do años - firma autógrafos. La chica, dicen, había ganado un concurso de esos que buscan nuevos artistas… No media palabra. Y va el tío, le pega unos  pocos tiros; la mata. Y, luego, se mata él… (Ya sé lo que pensamos, yo también lo he pensado)

Anoche, en Orlando, otro ciudadano  - veintinueve años - que no es de allí se va a un club donde la gente se divierte. No entro en detalles. Son de sobra conocidos. Se lleva por delante, por ahora, veinte vidas. Entre otras, la suya. Dicen que es oriundo de Afganistán y que todo es por motivos xenófobos. ¡Vaya usted a saber!

Marsella está a la orilla del mar. El mar de aguas azules por donde navegaron fenicios, griegos y la cultura que dio pie a lo que se llama Civilización Occidental. Campeonato de fútbol. Copa de Europa. Un motón de borrachos y drogados: rusos y británicos (el orden de los factores no altera el producto…) se lían entre ellos. Batalla campal. La Policía francesas impotente…


No queda ahí la cosa. En Badalona, un fulano mata a otra mujer y ¿van… ? Escribo a vuela pluma. Escribo más llevado por la impotencia y por la indignación que por el sosiego de una reflexión tranquila. ¿Qué puñetas pasa con tanta violencia? ¿Alguien lo sabe?

sábado, 11 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Garbiñe Muguruza

Es joven, pelo castaño, ojos no muy grandes y un poco rasgados. Esbelta, tiene poca – ninguna- grasa y mucho músculo. Potencia en su brazo y boca grande. La barbilla con mentón pronunciado; cuando sonríe se le hacen dos hoyitos en la mejilla…

No tenía ni idea de su existencia. La televisión dice que ha ganado Roland Garros, que según los que saben que es algo muy importante en el tenis sobre tierra batida. Le permite ser la primera española que alcanza el número dos en el entorchado del tenis femenino a nivel mundial…

Manuela Domjap da un toque de alarma. Va y dice: “Una mujer española ha ganado el Roland Garros y nadie comenta nada?” No lo sabe. Me ha dado pie para el artículo de “Las nuestras”. Me pongo a la faena. Me medio informo.

Me entero que nació en una ciudad de Venezuela, Guatire, en el Estado de Miranda. A su ciudad, que se formó de manera diferente a como lo hicieron otras ciudades coloniales,  llegan aires del  Mar Caribe. También llegó allí, desde Eibar, su padre. Se casó con  una venezolana.

 Garmiñe, tiene la doble nacionalidad, por nacimiento y por padre. Se formó en Barcelona; vive en Suiza. Escoge competir con España y va y se emociona cuando gana, no por la hazaña del triunfo sino porque le ponen tierna las notas del Himno Nacional español. ¡Chapeau!

A lo largo de su trayectoria de campeona se han cruzado: Vera Zvonariova, Flavia Pennetta, Siniaková, Anastasia Pavliuchékova, Klara Zakopalová, Serena Williams… No es el listín de nombres raros; no. Simplemente los he copiado de lo que dicen que es su  palmarés.

Afirman los periódicos especializados que ‘casi ya va’ a ser la número uno de ese deporte. Cuestión de tiempo y estadísticas; calidad, sobra. Sus enfrentamientos se cuentan por victorias. Y, además ella, no se conforma. Declara que quiere más.


La cosa no queda ahí. Resulta que una niña, de doce años, va y gana el infantil, también allí en París. La niña es de Almería; se llama María Dolores López Martínez. Dicen que tiene problemas para financiar sus entrenamientos. A ver, a ver, si no se nos queda por el camino por culpa del maldito parné…

viernes, 10 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calima

La tarde está tórrida. Tremenda. El termómetro hace un rato marcaba ‘solo’ 36º… Dicen que la culpa la tiene el aire de terral. Al mediodía, el cielo tenía como un velo de gasa. No dejaba que se recortasen en el azul las sierras de enfrente,  y eso es levante. No sé de qué parte puede estar la razón.

Una amiga, Pilar, ha colgado una foto de una pintura del gran canal de Venecia. Es una maravilla. Brillan las aguas; rema un gondolero: los edificios majestuosos se asoman a la orilla. Venecia es única. La imagen no puede ser más apropiada para el día y la hora.

Pongo y escucho – no puede ser de otra manera – a Charles Aznavour. Este hombre, dice el calendario, que tiene noventa y dos años. La voz, de cuando tenía cincuenta menos. Debe ser el aire de las montañas de Armenia que le dio toda la frescura y la poesía que necesitaba.

Aznavour nos recuerda la nostalgia de una Venecia sin el amor entregado. Él habla de una Venecia más triste y más gris. Añora el ayer y la soledad que nos acompaña al atardecer y el amor que fue y ya no está y ese tiempo que, por perdido, creemos que fue mejor.

Recuerdo una Venecia de finales de julio; hace unos años. Fueron, también unos días horribles de calor. Entonces se hablaba de una ola sofocante. Prometí no volver más en verano. Bajo el puente de Rialto, aquella era otra Venecia. Además la aglomeración de gente la hacía irrespirable…

De muchacho cuando leí las aventuras de Marco Polo me imaginaba ‘otra’ Venecia. Ahora está plagada de turistas. Hablan de regulaciones. Nosotros usábamos el vaporetto. Venía del Lido… Y Venecia estaba allí esperando.


Tengo otro recuerdo de Venecia. Me viene de la mano de José María Javierre. Escribió la biografía de Merry del Vall a la sombra del Papa Sarto; otro Papa, Roncalli, ya está, también,  en los altares; el tercero, Albino Luciani, espera que la justicia del tiempo aclare muchas cosas... ¡Qué lejos está el ayer esta tarde de calima!

jueves, 9 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El regreso

Mi pueblo  vestido de verano;  yo me he ido unos días fuera. Las cebadas agostadas, se encañaron los trigos; ya maduran las brevas. Vestidas de verde las acacias; la Avenida está hecha una mocita como niña con ropa nueva.

Sigue el río su curso. Yo que acabo de envidiar, al Ebro, al Tajo, y al Duero, y al Guadiana cuando pasaba por tierra manchega y él, el mío, sigue ahí…Espera  que baje a echar un cigarro y le cuente esas cosas nuestras.

Y el Guadalquivir, en Cazorla, borbotones de la piedra; por Andújar, olivos de trama nueva; un regate, por Montoro y por Córdoba aleluyas de geranios, como pirotos en los balcones que  Lina  quiere poner  en nuestra tierra. Seguro que lo consigue… ¡Lo que esta  mujer no pueda…!

Y el río se fue a Sevilla con sus torres que no son de Alhambra; no. Son de Oro y de Giralda, de cielo azul y plata, de Maestranza  y Macarena; de malva y toros…; de Indias lejanas y habaneras y golondrinas y niñas de claveles en la feria.

Y, luego a Coria que sigue en su sitio con su puerto camaronero. Tierra de genios: Ruiz-Sosa, Cardo, Rogelio...  “Rogelio, corra, usted”, le increpó, un día, el húngaro de nombre raro, “míster, correr es de cobardes”, dicen que contestó el coriano...

Y, a La Puebla, cigarrera y marismeña, ¿Se mira en el río, La Puebla? No. La Puebla se mira en la Media (con mayúsculas, por Dios, que como él no…) de Morante de la Puebla. Rejoneo, Peraltas, Enrique Lora y el río que busca mar abierta…

Está mi pueblo blanco. Se ha celebrado el Corpus. Cuerpo y Sangre de Cristo y los racimos pidiendo vez para ir detrás de las espigas. Crucifixión en el Barranco, espera aires de Albaicín. Llegan de Granada,  que el premio lo ganó un arquitecto venido de aquellas tierras.

Y Pepe Rosas, - soberbio, genial, único – con sus refranes y sus sentencias: “El Hijo, las trae; la Madre, se las lleva” Se refería a las siestas. Adorable vicio que si es sano en invierno, ¿cómo no va a serlo en el infierno que nos espera?

 Está mi pueblo… El viaje tiene tres partes: el sueño de programarlo, realizarlo y, luego, que otros lo sepan. Lo he intentado. Remato con estas letras. Han salido a vuelapluma, ripios sueltos de aprendiz…


 Ustedes, ya saben, ¡perdón y clemencia!

miércoles, 8 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La catedral

La catedral es umbrosa y oscura. Apenas entra un poco de luz de la mañana. Fuera hace un día radiante. La brisa mueve las copas de los álamos. Los álamos orillan el río al otro lado de la carretera pero la catedral es  húmeda y fría.

El viajero baja unos escalones de piedra, degastados y  lamidos por el paso del tiempo. El viajero tiene que adaptarse a la oscuridad. El viajero entra en la catedral por la puerta trasera que es la puerta principal y es la única que está abierta.

En otro tiempo, a esa hora, en el coro deberían estar cantando Tercia; eso ya pasó. Suena un artilugio mecánico. Parece algo así como un martillo hidráulico; no cesa. Alguien  pulsa el gatillo; pule y lima la piedra. La catedral está en obras. Un andamio cubre el fondo del trascoro; una red protege de posibles caídas de cascotes.

En la catedral se une una amalgama de estilos arquitectónicos. Del  gótico al barroco. Cada tiempo puso su sello. Retablos llenos de polvo; capillas de devociones a advocaciones diversas. San Judas Tadeo tiene cofradía propia. Anuncian y llaman al culto. Imágenes con más o menos fortuna en el ingenio de los artistas que las plasmaron…

Hay un recuerdo memorable a Emeterio y Celedonio, mártires de cuando los romanos. Dicen que ajusticiados en el mismo sitio que ocupa la catedral. En esta tierra nació, también,  Quintiliano, retórico y poeta.

El viajero espera encontrarse a algún canónigo viejo y orondo con andar cansino que vuelve del altar a la sacristía para desvestirse de los ornamentos sagrados, precedido por un monaguillo que toca una campanilla y lleva una sotana roja y un roquete con lamparones…No es el caso.

Varias parejas están de visita. Dejan unas monedas en una cajita y se enciende la iluminación del coro, de algún retablo…Hay pequeñas cartelas escritas en dos idiomas; explican el motivo y el altar.


Encuentra muchas lápidas en el suelo. Confirman que, la catedral,  es cementerio de obispos y personajes ilustres. Perpetuaron su recuerdo con inscripciones en latín: “Hic iacet…” El viajero sale con la certeza que el alabastro fue muy usado en otro tiempo. ¡Ah!, pongamos que hablamos de la catedral de Calahorra…