martes, 14 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bodrio

El siglo XVIII  queda un rato lejos. Fue generoso en predicadores y sermoneros. Asustaban a las beatas incultas por los pueblos. No había, aldea, pueblo, ciudad, cofradía o hermandad que no buscase un predicador para gloria y loor de las efemérides local. El caso llegó a un extremo insoportable.

El padre Isla,  - Francisco José Isla – jesuita y como buen jesuita podría ser cualquier cosa menos tonto, escribió una novela para dejar al descubierto el ridículo de aquella pléyade que desde el púlpito en  sus arengas y sermones embaucaba a la gente; otros no se enteraban; se quedaban indiferentes.

El protagonista de la obra: Historia del famosos predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes es Gerundio, nacido en la localidad Campazas, en la comarca de Tierra de Campos, en León. Hijo de Antón de Zotes y Catanla Rebollo; lo apadrinó Quijano de Perote. ¡Vaya, por Dios! Algo había que pillar aunque fuese de refilón.

La novela es una crítica al gongorismo sin sentido, al palabrerío hueco y vano con demasiada cáscara y poco contenido  que hace de la verborrea una exposición continuada. La novela provoca la hilaridad – si se tiene paciencia para aguantar hasta el final – del lector.

¿Se han enterado que estamos en campaña electoral? O sea, estamos dilucidando a quiénes vamos a resolverles los problemas: sueldo, viajes, prebendas, exhibiciones, asistencias gratuitas… sentándolos en un asiento confortabilísimo. Se presentan como redentores patrios.

No he utilizado la palabra ‘político’. No; ¡por Dios!, el político es alguien honesto y serio que de verdad trabaja por unas ideas y quiere lo mejor para otros. Ese es otro cantar y ante ellos, naturalmente, ¡chapeau!.

Vorágine de información. Un ‘presunto’ aspirante a sillón – omito el nombre; no merece la publicidad –  va y dice que el tema horrible matanza del atentado en EE.UU. es por culpa del “heteropatriarcado” (La RAE no reconoce la palabra). Y se ha quedado tan pancho.


Don Antonio Machado en cuatro versos los bordó. Desdeñó romanzas de tenores huecos y coros de grillos que cantaban a la luna; pretendió, también, algo  muy difícil: distinguir las voces de los ecos… ¡Ay, don Antonio, cuánto se le echa de menos…!

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