jueves, 16 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Exámenes

Anda la gente joven inmersa en los exámenes de selectividad. Nervios; preocupaciones. Dice el periódico que la situación es comparable con los últimos de Filipinas. ¿La culpa? Tanto cambio en las Leyes de Educación. Comentarios de textos: Valle-Inclán o Almudena Grandes; Kant o Descartes; Isabel II o Guerra Civil…

Me bullen los recuerdos; un montón. Primeros y últimos exámenes. Curioso, más vivos los primeros. ¡Dios, qué lejos, todo!

En Antequera fue el arranque. Ahora recuerdo a Antequera ciudad en la que dormí, en pensión de pueblo, la primera noche que lo hacía fuera de mi casa como una ciudad muy grande. No había Instituto en el pueblo; íbamos por ‘libre’. Acudíamos al examen de Ingreso. El instituto se llamaba y - se llama - Pedro de Espinosa.

El mixto nos dejó en la estación; era noche cerrada. Subimos, por la cuesta,  andando. Unos niños jugaban en torno a una hoguera junto a una iglesia enorme. Años después supe que aquella era la iglesia de Los Trinitarios. Las imágenes de la infancia no se borran.

 La habitación era desproporcionada; destartalada; las paredes encaladas, los techos altos y balcones grandes. En un rincón, cerca de la puerta de entrada, había un palanganero, con un jarrón y toallero. Estaba de adorno. El servicio -si se le podía llamar así- se ubicaba al fondo del pasillo. Del techo pendía una bombilla de luz pálida y tenue. Aquella noche dormí muy mal.

Después, he vuelto muchas veces a Antequera. Admiro la monumentalidad que encierra. Siento sana envidia de tanto y tan bueno como atesora dentro y, en ocasiones, tan desconocido.

Hace unos años que no acudo al Cristo de las Aguas ni bajo a San Juan, a donde el Señor, ni a la Virgen de la Espera ni  a Santa María la Mayor… Hay que hacer algo; no se pueden perder las buenas costumbres.

Desde Santa María la ciudad parece echada a sus  pies; se extiende blanca con pinceladas ocres en los tejados. Pedro Espinosa, libro en mano, petrificado, duda si seguir la lectura, admirar un balcón ahíto de geranios de la calle de enfrente o pasear la vista por tejados, espadañas y campanarios.


En la lejanía siempre ahí, en su sito, la Vega y la Peña de los Enamorados y la Sierra de la Camorra y la pincelada, en el horizonte, blanca…¿Qué es aquello? Es Mollina…

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