viernes, 10 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calima

La tarde está tórrida. Tremenda. El termómetro hace un rato marcaba ‘solo’ 36º… Dicen que la culpa la tiene el aire de terral. Al mediodía, el cielo tenía como un velo de gasa. No dejaba que se recortasen en el azul las sierras de enfrente,  y eso es levante. No sé de qué parte puede estar la razón.

Una amiga, Pilar, ha colgado una foto de una pintura del gran canal de Venecia. Es una maravilla. Brillan las aguas; rema un gondolero: los edificios majestuosos se asoman a la orilla. Venecia es única. La imagen no puede ser más apropiada para el día y la hora.

Pongo y escucho – no puede ser de otra manera – a Charles Aznavour. Este hombre, dice el calendario, que tiene noventa y dos años. La voz, de cuando tenía cincuenta menos. Debe ser el aire de las montañas de Armenia que le dio toda la frescura y la poesía que necesitaba.

Aznavour nos recuerda la nostalgia de una Venecia sin el amor entregado. Él habla de una Venecia más triste y más gris. Añora el ayer y la soledad que nos acompaña al atardecer y el amor que fue y ya no está y ese tiempo que, por perdido, creemos que fue mejor.

Recuerdo una Venecia de finales de julio; hace unos años. Fueron, también unos días horribles de calor. Entonces se hablaba de una ola sofocante. Prometí no volver más en verano. Bajo el puente de Rialto, aquella era otra Venecia. Además la aglomeración de gente la hacía irrespirable…

De muchacho cuando leí las aventuras de Marco Polo me imaginaba ‘otra’ Venecia. Ahora está plagada de turistas. Hablan de regulaciones. Nosotros usábamos el vaporetto. Venía del Lido… Y Venecia estaba allí esperando.


Tengo otro recuerdo de Venecia. Me viene de la mano de José María Javierre. Escribió la biografía de Merry del Vall a la sombra del Papa Sarto; otro Papa, Roncalli, ya está, también,  en los altares; el tercero, Albino Luciani, espera que la justicia del tiempo aclare muchas cosas... ¡Qué lejos está el ayer esta tarde de calima!

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