miércoles, 22 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Por qué?

España en blanco y negro El hombre trabajaba en el campo; jornal, escaso. Un peón mal pagado cuando se daba. Caminata de la casa al tajo; luego, la vuelta. Comida fría; agua de cántaro, casi caldo del puchero según qué tiempo. Por las noches acudía a una escuela: las cuatro reglas, un dictado sin faltas, algunos conocimientos básicos.

El hombre se presentaba a un examen para entrar en la Guardia Civil. Llevaba, además del certificado de buena conducta del señor cura párroco una recomendación para el capellán “de allí”. En el papel el señor cura decía que era un muchacho trabajador, formal, serio y de buena familia.

El hombre fue a una Agencia. Desde la Agencia pidieron un Certificado de Penales a no sabía qué sitio que estaba en Madrid  y desde donde dijeron que además de ser adicto al Régimen, tenía una conducta sin ninguna mancha y ningún antecedente que lo hiciera contrario a ingresar en el Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil.

Un día le dijeron que había aprobado el examen y lo incorporaron a una Academia donde le enseñaron muchas cosas. Un día, también, juró ante una bandera que derramaría, si era preciso, hasta la última gota de su sangre por la Patria.

El hombre tuvo un destino en un pueblo de campiña y luego junto al mar. Conoció  calores caminando por el  campo; del cuerpo empapado de  lluvia bajo una capa que pesaba una enormidad  y del salitre que cortaba la cara en las noches de invierno de servicio en la playa… Supo que había gente buena y gente mala.

Un día al hombre le llegó un nuevo destino. Era un lugar de caseríos preciosos, con mucha raigambre y con gente muy trabajadora. Era gente que quería mucho todo lo que era suyo; era gente recia. Entre aquella gente, también, había otra gente.

A su casa – a la casa donde vivían sus padres – llegó una tarde una pareja con un telegrama en la mano. Tenían, también, la cara descompuesta. Llegó también el alcalde y mucha gente, mucha gente, mucha gente. Todos lloraban aquella tarde.


Hace unos días ha saltado la noticia. Un capitán y un puñado de guardias civiles detenidos por un montón de cosas feas, muy feas. La Guardia Civil no merece eso. En el aire flota una pregunta sin respuesta: ¿por qué?

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