lunes, 30 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Peregrino




El peregrino llegó a Saint Jean Pied de Port pasada la media tarde. Fue al lugar de hospedaje. Solucionó los trámites y, luego, se dedicó como quien consume horas porque no va a ninguna parte,  a deambular por el pueblo. Anduvo por la calle larga llena de artesanos, tiendas de recuerdos para turistas y de otras que ofrecían viandas, bollería, pastelillos rellenos de crema. Estuvo en la orilla del río Errobi y se apoyó en una de las barandillas del puente…

El peregrino se había retirado temprano. No concilió el sueño hasta bien entrada la noche. Bullían pensamientos. Iban y venían. Todo en su interior era una caldera. Casi aún con oscuridad se levantó. Tomó los enseres, algo de comida, se echó a la calle y se puso en camino.

Dormitaba la ciudad. Otros peregrinos comenzaban también la etapa. Cruzó el puente. El agua corría lenta. Un leve rumor delataba su presencia. Tuvo un momento de paz interior y pensó qué podía significar aquel cruce del puente sobre un río a esas horas en que las tiniebla de fuera son más intensas que las que están por dentro.

Casi a las afuera de la ciudad una señal anuncia el comienzo del camino: ‘Chemin de Saint Jacque de Compostelle’. Miles de ojos habrán visualizado esa señal. Miles de personas desde la Edad Media han pisado la misma tierra que ahora pisa el peregrino. Todas las elucubraciones posibles se albergan en los momentos iniciales.

Un poco más adelante un cartel, otro cartel,  indica una vía alternativa. Va por Arnègy y Valcarlos. El desvío está a la derecha. Por ahí fue por donde había bajado la tarde antes cuando vino desde el otro lado de la cordillera. Ahora iniciaba el sentido contrario. O sea, ahora era el comienzo de adentrarse en todo lo extraño que se abría y a dónde había llegado impulsado por algo interior.

Con las luces del día se veían las colinas coronadas de niebla. Todo a su alrededor era verde. Los árboles tenía un verde más intenso, los prados un verde más delicado, más sutil. Pastaban ovejas y caballos en las laderas. Repechos, rampas, curvas de herradura… Una fuente, un respiro. Abajo, Saint Jean Pied de Port, enfrente, la suave orografía de Aquitania…







domingo, 29 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suela del cuaderno de bitácora. Por romero y por amor



Están las encinas arracimadas de floración. Hacen competencia a la flor de la jara en la dehesa y  exhiben sus flores moradas los cantuesos, el almoradux y los matagallos. Están en sazón los jaguarzos y torviscones. Hay prados de yerbecillas a los pies de las retamas, espigado el esparto y, las aulagas en flor…, tiene el campo la bendición de Dios.

Los lentiscos muestran hojas brillantes. Las aguas de estos días han limpiado el aire. Viene limpio. Mueve las nubes que, desde hace unos días, cada tarde amenazan con tormentas en la sierra y la festonean el cielo azul con puntadas como plumas desprendidas de las alas de los ángeles.

Están las laderas del Hacho con la manzanilla en florecida. Esa que dicen que solo tienen propiedades terapéuticas para los perotes…, esa, la otra, la que se vende en sobrecitos con una cuerdecita larga para que flote en el vaso de agua caliente, pues no sé. ¿Qué quieren que les diga?

Se visten los pueblos de Cruces de Mayo. Se echa la fiesta a la calle. Cante en las gargantas y belleza en niñas guapas con sus mejores galas. Moñas de claveles en el pelo y en el rosal una rosa olvidada que espera un ojal.

Se han espigado lo trigos. Tienen las cebadas ese color propio que anuncia fin de ciclo. Todo sigue su curso en el campo. En la vida, esta vida, que se empeñan algunos en torcerla cada día, también. Solo hay que dar una vuelta por la sentencia de Navarra, el silencio de Alicante, el gallinero del otro lado del Ebro…

Dice el periódico que el PP se desmorona. Después de lo de Madrid tampoco hay que ser un lince para ver que por algunos sitios las cosas no están tan hermosas como el campo en primavera. He leído una sentencia terrible: “si buscas venganzas, clava dos fosas”. Esto huele a eso que nació en Sicilia, se extendió por medio mundo y tiene nombre propio.

Echo mano a Juan Ramón. Me quedo con sus versos. “Vámonos, vámonos al campo por romero, / vámonos, vámonos / por romero y por amor”. ¡Mira que si me haces caso y te vienes…!





sábado, 28 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Carmen Martín Gaite



Reposan sus restos en El Boalo, casi al pie de la Pedriza en la Sierra donde Madrid le toma la mano a Castilla. Allí, donde el aire del Guadarrama le dio cobijo en sus últimos años, y había vivido con su hija Marta, muerta a los 29..., también murió ella. Una calurosa tarde del mes de julio del 2000 recibió sepultura.

Venía, Carmen Martín Gaite, de una familia muy culta. Hija de notario. Tanto su abuelo como miembros de su familia tuvieron una relación estrecha con el mundo del saber. Su infancia la pasó en Salamanca (nació en 1925) donde recibió una formación muy libre. Su padre no quiso que acudiese a los centros religiosos de entonces. Educada con profesores particulares y por él mismo muy aficionado a la Historia.

En la Universidad de Salamanca tiene como compañero y amigo a Ignacio Aldecoa quien, años después, cuando regresa de Cannes donde estuvo becada y se traslada a Madrid la introduce en el mundo literario de la capital. Conoce – entre otros  - a Rafael Sánchez Ferlosio con quien se casa, y de quien se divorció en 1970. Tienen dos hijos – Miguel, muerto de niño de meningitis – y Marta, a quien se llevó un cáncer

En Salamanca es alumna de Rafael Lapesa, Salvador Fernández Ramírez, Antonio Tovar y Alonso Zamora Vicente…. En Madrid, la generación del 50, la del Medio Siglo, o sea, la suya  la va a consagrar dentro de una pléyade de escritores magníficos.

Es  una de las escritoras más importantes de la segunda mitad del siglo XX en España. Le llegan los mayores reconocimientos. No solo por su obra sobre la investigación histórica sino la propia novela de la que es una de las fuentes a las que hay que acercarse a  beber.

En su elenco de distinciones están el  Premio Nacional de la Literaruta en narrativa (la primera mujer que lo consigue), Premio Café Gijón, Premio Nadal, Premio Anagrama de Ensayos… Y muchas más. Donde mejor se conoce a esta mujer es su obra. Si hubiese que entresacar algunas sin duda aparecen : ‘El cuarto de atrás’, ‘Entre visillos’, ‘El balneario’ o, ‘Usos amorosos del dieciocho en España’…




viernes, 27 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Morena de la sierra



A ciertas horas del día el campo es un perfume que embriaga. La primavera ha roto con todo su poder. Ya está aquí. Le ha costado  su trabajo. Los naranjos y los limoneros están ahítos de azahar. Las florecillas revientan en los bordes del camino. Todo es una sinfonía de color y olor.

Desde hace  un rato  repiquetea la música de la lluvia en el alféizar de la ventana. Se ha echado el viento. Truena en la siella, el campo  con el manto de lluvia sobre los hombros. Están oscurecido El Torcal y la Sierra del Valle. El cielo, gris. Arrecia la tormenta. Amaga con granizos pero, enseguida, se arrepiente. Vamos, da un respiro.

En los cipreses de la alberca hay jolgorio de gorriones. ¡Qué escándalo! Estos pajarillos son presa fácil de los gatos. Los gatos no pueden subir hasta lo más alto de los cipreses. Allí están seguros. Otean  el tejado, buscan cobijo en el canalón para sus nidos...

Dejan de cantar los cucos en los almendros de la solana. Los cucos llegaron hace unos días. (Otros cucos – más pájaros que estos – están instalados en lugares seguros y protegidos. No dejan de cantar a pesar de tener el buche lleno. Eso tiene otra melodía).

Los mirlos, ahora, cuando se va la tarde, despiden el día. Se refugian en los granados del vallado. Del arroyo suben otros cantos. Son los cantos de esos pajarillos diminutos: pichis, carboneros, lavanderas…  Se buscan la vida entre zarzales y carrizos. No quieren que nadie los vea; lo consiguen;  a cambio,  ofrecen notas bellísimas.

Estos pájaros tienen su intimidad. No saben leer ni conocen las Sagradas Escrituras. Hacen bueno eso que afirma: “de la abundancia del corazón habla la boca”.

Tampoco conocen que, muy lejos de aquí, en la montaña de Monserrat, la Escolanía,  hoy,  le habrá cantado a la Reina de los cielos: “rosa de abril, morena de la sierra...” y la habrán llamado ‘estrella’ y ‘lucero’, ‘alba naciente’ y ‘sol’ y ya saben…





jueves, 26 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hojas nuevas



Se ha vestido la higuera con el traje para pasar el verano. Primero, fueron los frutos en las ramas despobladas; reventonas, las yemas. Los frutos como pezoncillos primerizos,  y luego, tomaron el grosor propio. Después, vinieron las hojas nuevas. Era un triunfo sobre lo que parecía inerte.

Están los pámpanos de la parra vendiendo vida. Verdes rabiosos. Reventaron las yemas, y ellos siempre tan solícitos fueron tomando su cuerpo y a lo largo del sarmiento han ido festoneando con puntadas de verde primavera. Vendrán los racimos para el altar del Corpus y serán uva, y mosto, y Sangre de Cristo.

Ya se han vestido los granados del vallado. El camino parece otro. Es un verde intenso. Esperan dar cobijo a esas granadillas que terminarán en rubíes dentro del fruto maduro. Los granados tienen cubiertas las espinas y las tapan con hojas de verde intenso. Cuando llegue el otoño alfombrarán el suelo de oro viejo.

Están los ciruelos como niños con zapatos nuevos. Sus hojas verdes están preparadas para dar cobijo cuando se descuelguen los calores de rigor a las ciruelas, ahora, diminutas, casi imperceptibles. Esperan el momento de madurez. Todo será un reventar de azúcar y néctar.

Se cubrieron los membrillos de pétalos blancos. Las hojas han tomado su sitio. Esperan – porque todavía no han aparecido – los frutos que darán color y sabor a los meses cuando el sol decline más temprano y la noche se eche encima más pronto. Ahora, ellos maduran en silencio el fruto ebúrneo y carnoso.
Están a pedir de mayo los celindos. Han vestido su esqueleto enclencle con hoja verdes y llenas de vidas. Hay un revuelo de yemas esperando el momento en  que tienen que dar perfume a las noches de primavera. Todo será sensual. Todo será una llamada a los sentidos ávidos de colores y olores.

Están vestidos los jazmines. Son hojas diminutas, pequeñas. Son las hojas que aguantaran a la humildad de la flor que forma la biznaga – “más que una flor y menos que una estrella, que dijo el Maestro Alcántara -  y que solo tendrá la vida de un día y toda la noche por suya. Es tiempo de hojas nuevas.




miércoles, 25 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(President Tarradellas. Obtentor: Pere Dot. La Palma de Cervelló, Barcelona)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Juanico, el de Bonela




Hoy he pasado por la calle Juan Naranjo. En los papeles viejos, aparece también como calle ‘de los Naranjos’ porque padre e hijo por quienes le pusieron nombre a la calle coincidían en nombre y apellidos. Lo primero, un azar; lo segundo, algo normal.

Es una calle recta y llana. De principio a fin. Cuando yo era niño tenía calzadas en su acera derecha conforme se avanzaba desde el Camino Nuevo hasta la calle del Viento. La primera calzada era la de Chivanes. Personaje típico que dejó huella de muchas cosas.

En la calle Juan Naranjo también vivió un hombre muy especial. Se llamaba Juan Martín del Río. Era un hombre alto, cargado de espaldas. Caminaba con los brazos entrecruzados, por detrás, asiéndose entre sí,  las manos. A Juan Martín se le conocía por Juanico, ‘el de Bonela’.

Solía acudir a todos los entierros. Entonces, los entierros seguían al cura, al sacristán - canturreando latinazgos -   y a tres o cuatro monaguillos. Detrás del difunto, los dolientes masculinos - en aquel tiempo no acudían las mujeres - , un séquito de hombres,  y un poco más atrás, con babuchas, Juanico ‘el de Bonela’.

Regentó una gran tienda de comestibles. Una de las emblemáticas del pueblo. A los niños nos encantaba ir a su tienda por los mandados. Siempre tenía un caramelito de anís para mandadero… Era un comercio muy completo. Siempre repleto de existencias. Acudía, como clientela, mucha gente del campo. Amarraban las bestias en las rejas de las casas colindantes…

La casa era grande y espaciosa. La puerta principal daba a la calle Juan Naranjo, por las traseras al corral. Allí se almacenaban de los comestibles. Se podía acceder desde otros corrales y vivienda colindantes.

Una noche escuchó ruido. Se acercó. Encontró a los ‘visitantes’…

-         Hijos, salid por la puerta, no volváis a saltar por la tapia que os podéis hacer daño…. Descorrió el cerrojo, y los dejó ir.

He seguido calle abajo. Antes de llegar a la esquina me he parado. He recordado la panadería de ‘Faroles’ con olor a pan caliente y retamas  para caldear en la puerta… y, luego, ¿luego?… me he dejado llevar por la calle del Viento. ¿Habrá nombre más sugerente para una calle?




martes, 24 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Polvo del desierto



Abril le ha cambiado el color a la piel voluble del campo. Lo ha vestido de verde. Ha puesto una sinfonía de colores y pugnan entre sí amapolas, siemprevivas, crisantemos de orillas de caminos, espigas tempraneras… Todos quieren sobresalir para mostrar el esplendor de su belleza.

Una tormenta inoportuna ha venido a estropear la fiesta. Dicen que trae polvo en suspensión que viene del desierto, ha cruzado el mar y en compañía de goterones y aguaceros fuertes ha festoneado de barro todo lo que tocado.

Poco le importa a abril que Manuel Valls que se fue al otro lado de los Pirineos vuelva ahora con ideas diferentes a las modas dominantes para implantarlas en la ciudad de Barcelona, una de las ciudades más hermosas, más bonitas de España y que, sin embargo, la tienen en la picota.

No sabe abril, tampoco, de ese muchacho loco de Toronto. Bueno, los papeles viejos de los periódicos dirán si es que para dentro de unos años se escriben las noticias en papel, que un chaval que decían que era buen estudiante, la lío y sembró de muerte una ciudad que lloró amargamente lo ocurrido.

Un premio Cervantes, el reciente premio Cervantes, un señor de Nicaragua, de donde era el ‘padre Rubén’ de quien  yo leí algunas cosas cuando era joven, y a quien ahora saludo en su  glorieta cuando bajo las escalerillas para tomar el metro… decía, que le ha dedicado el premio a un montón de gente que ha muerto en las revueltas de su país…

Abril no tiene la culpa del hambre que impera allí – el segundo país más pobre del mundo, cuentan después de Haití – ni de los malos gobernantes que lo han sangrado con sangre del cuerpo y sangre del alma en aras a no sé qué cuento de una revolución y una prometida salvación que no ha llegado.

Abril apunta a final. Al revolver del calendario tenderán un puente, el puente de mayo , y los niños jugarán con cubos y palitas en la arena de la playa y la gente se tostará al sol que ya calienta y ni  se acordarán de la tormenta que tiñó de barro las rosas más bellas – ‘rosa de abril / morena de la Sierra’- en la impotencia ante las inclemencias que se les vinieron encima.




lunes, 23 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Mesón del Negro




El viajero anda por la ciudad. El viajero tiene concertado un encuentro con gente amiga en uno de los rincones que hablan de la historia – de su gloria y sus miserias – en una ciudad única, singular. El viajero sabe que en la calle Albareda se encontrará con gente entrañable a la hora convenida.

El cielo de Sevilla – el viajero viste una chaqueta azul y sin una rosa roja en el ojal de la  solapa – está gris. Es un  gris sucio.  Amenaza lluvia, y a ratos, deja caer un chaparrón estentóreo que hace que la gente busque cobijo bajo los toldos, al amparo de un portal o en el interior de un establecimiento.

Se las andan – va al encuentro en compañía de gente amiga – por la calle Tetuán, esa que dicen que es tan cara como Serrano en Madrid, Larios en Málaga o la Quinta Avenenida en Nueva York – por Sierpes, por el Salvador donde una estatua en bronce recuerda a Juan Martínez Montañés al que se llevó la tremenda epidemia de peste, en 1649; el autor de Jesús de Pasión, del Cristo de la Clemencia, de… sí, sí, ese, ese.

Se encuentran. Se sientan. Hay bulla de gente en la calle y poco sitio. La amabilidad del camarero los coloca en un lugar primero, luego, al revolver la esquina, en otro. Es más amplio, más desahogado, menos agobiante.

El grupo está sentado en la Casa de la Viuda. Ocupa el lugar – eso dicen los papeles – del Mesón del Negro. Entonces, cuando el Mesón, era el siglo XVII. Sevilla ya había dado el paso atrás. Que si el comercio se había ido a Cádiz por mor de la barra de Sanlúcar que no dejaba pasar a los barcos de gran tonelaje que en aquel tiempo eran 400 toneladas, en lugar de las 70 del XVI, que si la peste…

Una placa en la fachada lo recuerda. Cambian los tiempos tanto, tanto, que de aquello una lápida en la pared; de ahora, un recuerdo, ‘Casa de la Viuda’, para doña Rita García Ruiz, natural de Ruiloba en la Montaña y como otros que entraron con pie propio en la Historia de Sevilla; de ahora, unas viandas de calidad excepcional. De la compañía y el rato, de eso no hablamos, imposible ponerle nombre.




domingo, 22 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Saxofón




¿Te imaginas? Noche de verano, una terraza junto al mar. La brisa acaricia y besa tu cara. Deja que se mueva suave tu pelo. Se te viene, rebelde, una y otra vez porque va a su antojo y capricho que es como manda la brisa de la mar.
Las estrellas todavía no han aparecido. Las velan unas nubes lejanas, altas, distantes.  Ahí en su sitio, donde siempre, como siempre pero esta noche de una manera más especial. Las sabemos en lo más alto parpadeantes y, de pronto, un solo saxofón…

Algo único… irrepetible. Algo para entornar los ojos y soñar…  porque sabes que el espigón lejano se adentra entre la bruma hacia la mar profunda y,  aquí, al alcance de la mano un puñado de olas de nácar que vienen a dar en la orilla que las espera y luego, la besan y se van…

¿Te imaginas? Ya se han ido las gaviotas. Han buscado el pico del acantilado donde pasan cada noche. Otras, han sobrevolado los veleros del puerto. Han escogido un mástil y, allí,  en lo más alto han decido que van a esperar las primares luces de alba que a ellas les va a llegar antes…

No hay barcos en el horizonte. Aquellos barcos lejanos que, en las distancia, parece que están parados pero que marcan un más allá del tiempo. Son los barcos que van a alguna parte. Como la vida que pasa, cada día, y la dejamos que se escape…

¿Te imaginas? La felicidad, eso que se compone de pequeños momentos que llama, inesperadamente, esta noche y se acerca y dice que está a un palmo y en el fondo, como desganado y lángugio, el saxofón que toca, en su solo , esa melodía eterna e inmortal. Alguien le puso letra, decía, “bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la útima vez…”

¿Te imaginas que se parase el tiempo y, entonces,  un  rumor olas de nácar, y la brisa lejana, y próxima,  nuestra… y un bamboleo de almas entonando la misma melodía del saxofón…?




viernes, 20 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Amanecer




El río baja, como cada mañana a su morir, que es la mar. Nosotros vamos a compás del río pero parece que no nos queremos dar cuenta. Nosotros marcamos otro ritmo, a veces ruidoso, a veces formando un tropel que se enteran hasta en la otra orilla.

Los pájaros – los pájaros del campo, se entiende – son muy sigilosos. A lo sumo dejan que escuchemos su canto pero casi siempre ellos se camuflan entre la hojarasca, se mimetizan  con la hierba o se hacen del color de la tierra para pasar desapercibidos.

Hay quien tiene una manera de actuar muy diferente. Se van a las páginas de un periódico y largan y largan y, como en ellos les va la vida, no tienen el menor inconveniente en poner contra las cuerdas desde el poder judicial hasta todas las altas instituciones del Estado. De todas formas como ellos saben más que nadie y encima lo exponen al pregonero…

Hay, también, quien se lava las manos. Dicen que las filtraciones no las han hecho ellos. Uno ingenuamente se pregunta. ¿Qué es más importante el fuero o el huevo? Quiero decir, el texto que se da a conocer o que el asuntillo se sepa.
No queda ahí la cosa. Un pájaro  - otro pájaro – se adelantó y tanteó una posibilidad de negocio compartido ofreciendo el encabezamiento de lista  para las próximas municipales a la señora que ahora ocupa la Casa Grande frente a Cibeles…

¿Qué pensarán los que chupan banquillo en ese equipo, el oferente,  esperando la oportunidad de saltar al campo? En este asunto me asalta, además, otra duda  -  uno,  a veces piensa cosas muy raras - ¿habrá declarado a Hacienda lo cobrado cuando daba clases de ‘apoyo’ de matetámitacas ? Vamos, las clases particulares de toda la vida, porque el hombre se había quedado en tercero de carrera…

Los pájaros de la orilla del río conocen su propia canción. No quieren ni enterarse de los cantos de esa otra banda de pájaros que vuelan por otras orillas. Me quedo con el sol que nace, me quedo con las orillas el río en la Puebla y en  Coria y en todos los pueblos ribereños porque en esas orillas, al amanecer, cantan otros pájaros con cantos, infinitamente, más bellos…



jueves, 19 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Heráclito



Nació en Éfeso una ciudad lejana. Está en Jonia, o sea, en Turquía, a orillas del mar Egeo por donde navegaron corrientes de la filosofía griega. De Éfeso sabemos, también, por la carta de Pablo – a los efesios – y por Juan. Se las anduvo por allí antes de ser deportado a Patmos…

 Heráclito vivió casi quinientos años antes. Lo conocieron como  el “oscuro de Éfeso.  Dejó dicho aquello de que nadie puede bañarse dos veces en el agua del mismo río… que es algo así como admitir la evolución constante de las cosas.
Todo es una pura mutación. Todo cambia. La geografía de las ciudades, más. Tan es así que las calles de hoy no se parecen en nada a las de ayer y serán otra cosa bien distinta a las de mañanas. Algunas, tan cambiadas que algún antepasado nuestro no las reconocería.

Las calles del pueblo ya no huelen a pan caliente al amanecer. Las panaderías desaparecieron. En los despachos de pan, ahora, calientan en una máquina eléctrica algo prefabricado que hacen en un polígono industrial… A veces, cuando pasan unas horas uno ya no sabe si come chicle o pan.

Algo parecido ha ocurrido con las tabernas. Una vez escuché al obispo Buxarrais – este sí es de los obispos que creen en Dios, que puso mar de por medio, renunció al boato y se fue a Melilla a la Gota de Leche con los que no quiere nadie – que la taberna era la verdadera casa del pueblo.

¡Cuánta sabiduría! ¡Cuánto encierra la barra de un bar! Yo era del café mañanero en El Potro hasta que Pepe cerró. Allí había una verdadera universidad popular. Hacer la lista de aquellos catedráticos de barra  - por cierto, todos tenían el mejor de los másters, el de la vida – imposible. Se aprendía de aquellos hombres con surcos en la cara y aspereza en las manos.

Luego le tocó a Mateo. Todo pulcritud.  El bar más limpio que he pisado en mi vida. La enfermedad pudo con él. La bajada de persianas nos dejó a muchos como pajarillos voleteros buscando una rama…

Ahora, Antonio Gil, ‘Lo de Antonio’, dice que también echa la corredera. Se acabó el mejor vermú. Se une a la lista de Asaura,  Salamero, La Balita, Periquete, Tito Pepe, Chávez,  Salvador…Ya nada será igual.  Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Lo dijo Heráclito.




miércoles, 18 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Excursionistas



Llegaron a esa hora en que la mañana ya está cercana al mediodía. O sea, el sol en lo alto; la luz cambiada y algunas nubes coronaban la suavidad de las cumbres del Monte Redondo – ¡que bien tiene puesto el nombre! – y dejaban entrever el cielo azul.

Era el primer día, de verdad, de primavera. La otra, la que dice el calendario que entró hace un puñado de días, es otra cosa. El sol calentaba, la brisa suave, una caricia y, en ocasiones,  como una mano de terciopelo que ondulaba los trigos. La lomas, verdes. El campo, un sembrado de flores en las lindes.

La pinta los delataba. Me preguntaron por cómo ir al castillo. Les indiqué. Antes le dije que mirasen cómo el filo del cuchillo de El Hacho es una reminiscencia de la Efigie de Gizeh. Se quedaron asombrados por el parecido y por cómo la naturaleza tiene cosas así.

Se echaron a andar. El grupo, poco numeroso. Casi tomaban una de las acera de la calle. Los vi pararse en esa esquina, ese suspiro de belleza y arte, ese anhelo de poesía derramado en flores que un día alguien decidió sembrar, a modo de jardín colgante en la bifurcación de Cantarranas y Algarrobo. Una calle, enfila a cielo abierto; la otra, a las intimidades, largas, seguidas, profundas del pueblo…

Al rato, - yo me las andaba por la Fuentarriba - regresaban un poco sudorosos. La cara, eso que dicen que es el reflejo del alma anunciaba satisfacción. El esfuerzo había merecido la pena. Me dijeron y se reafirmaban que les había encantado.

“No saben cuánta belleza tienen ustedes ahí”. Le dije que sí, que sí lo sabíamos y, que desde un tiempo, se había apostado de manera decidida, entre autoridades y vecinos, por recuperar el embrujo, el encanto y la belleza que encierra el barrio. Todavía faltaba. Se está en los inicios pero se va recuperar todo el arrabal del castillo y…

Me preguntaron por el nombre. Les dije: “El Barranco” pero algunos  les dije - los llamamos nuestro ‘Albaicín chiquito’. Les gustó el nombre. Me dejaron un encargo: “si puede, dígales a cuantos hacen posible esa belleza que la mimen, que no saben qué tienen”.

Les prometí que lo haría; ellos, que volverían…




martes, 17 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¡Feria!




Por un casual ¿ustedes se han enterado que en Sevilla están de feria? Por mera curiosidad, ¿ustedes saben algo de uno que se las andaba de juerga y diversión y se le ha muerto el  caballo porque el animal no había comido ni bebido en todo el día? ¿Ustedes saben que se dieron leña de la buena en una caseta, una de las pocas que están abiertas, a todo el público? ¿Ustedes saben que hay gente que se divierte y no molesta a nadie?

Me decía un amigo que ha ocupado un puesto de mucha responsabilidad en una entidad financiera muy importante,  de las que mueven la economía de la región y de las que de verdad mandan y manejan los hilos… que hay tres clases de sevillanos .

Los normales. Trabajan y acuden a su puesto cada día. Es gente normal. Ama a su tierra y hacen que los demás también la amemos y que valoremos todo lo que encierra, que es muchísimo dentro de su historia, de su patrimonio, de su cultura. Es gente admirable que quiere y se hace querer.

Los tiesos. Son los pijos que aparecen cada día en la puerta de la caseta con el catavinos en la mano para que los vean. Se han comprado el traje – este año dicen que azul y ellas con volante a ras del suelo – con la tarjeta del Corten Inglés para pagarlo al mes siguiente, claro. Presumen de señoritos cuando el dinero donde está es en Jerez.

Los miarmas. No se les cae la palabra de la boca. Están a gorrazos para colarse de gañote. Se las pirran detrás del plato de jamón, del plato de langostinos y del que venencia la manzanilla. Te quieren como no te han querido nunca, a saber por el abrazo que te dan cuando huelen que pueden traspasar el umbral de una caseta…. Son inaguantables.

Dicen que un líder a nivel nacional se ha presentado sin corbata por el Real y ella – la que perdió las primarias- iba hecha un pincel con un traje de lunares y dos claveles rojos en el pelo. Le ha dado sopas con hondas. Dicen, los que vieron la corrida, que el Juli, ayer en la Maestranza, lo bordó con “orgullito”, de Garcigrande, al que indultó… Esa también es la Feria.





lunes, 16 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Papas aliñás




Anda el juicio entre la decepción de la gente con vergüenza y el silencio cómplice de los buches llenos. Uno, en su ingenuidad, creía que en los juicios  lo que resplandecía era la verdad. Pues no, ahora resulta que lo que de verdad sale a la luz es el poco conocimiento que de los asuntos tratados tenían algunos. No sabían nada. Oigan, nada de nada.

En mi pueblo hace un montón de tiempo un señor funcionario se compró un camión. Ni había camiones ni trabajo que pudiese pagar el importe de las letras que debían venir en sus vencimientos mensuales. ¿Y dónde va a meter el camión? En el Ayuntamiento, contesto el interlocutaro. ¿Y allí cabe? La respuesta no se hizo esperar. ¿Y no ha salido de allí?

Naturalmente esto podía estar más en consonante con la envidia pueblerina que con la realidad. El Ayuntamiento  y la posible gestión que se hiciesen de sus fondos probablemente no alcanzaría a un montante de tanta importancia en aquel tiempo.

Dicen que si subvenciones de mucho dinero, dicen que si funcionarios que al parecer estaban en la escalda del Lelo porque hacían lo que les daba la gana sin que los superiores se enterasen de nada, dicen que el dinero se ha perdido como los caramelos a voleo a la salida de un bautizo.

Algunos llegan un poco más lejos. Hablan de un chalet prestado donde la mar azul deja que sus olas acaricien la playa y la brisa refresca la cara – no piensen mal, por favor, no he hablado de durezas y esas cosas – no, solo que refresca la cara para mitigar ese calor sofocante que produce el verano.

Un amigo entrañable, querido, y al que veo menos de lo que deseo, me invitó un día a unas papas aliñás en su casa. Las papas aliñás requieren, además de la calidad de los ingredientes, la ‘gracia de las manos’ del que las hace. Pues bien siendo algo tan sencillo era lo mejor que he comido y será difícil superarlas en mucho tiempo. Ya ven, no hacen falta ni subvenciones ni chalet de playas para gozar de la amistad. ¡Qué cosas pasan, Dios mío!





domingo, 15 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aquella tarde de abril...


La estación era un hervidero. La gente iba y venía. La luz de media tarde dejaba entrever que se iba el día. Era una luz distinta; era otra luz a la que yo había visto al amanecer que traspasaba las vidrieras de la catedral y daba aquella ascua doraba, azul, verde, anaranjado del rosetón.

Un rato antes, Ordoño II marcaba con su dedo. Hacía bueno el dicho leonés: “A quien no le guste León, ahí tiene la estación”. No era el caso. Había paseado por las orillas del Bernesga, por las calles, por San Isidoro… El viajero, ávido de sensaciones procuraba llenar la mochila interior.

El tren partió lento. La gente retornaba a sus casas después de haber echado el día en la capital y había arreglado – y si no lo había conseguido, al menos, estaba el intento – sus cosas. Algunos tenían cara de cansados.

En Astorga subió al tren un mendigo. El hombre parecía escapado de una obra de Valle-Inclán. Recorrió el pasillo central. Les dieron algunas monedas y desapareció por la portezuela del final del vagón con su poncho harapiento y un sombrero raído. Luego pasó un hombre con un canasto grande. Vendía mantecadas. Le compraron; sobre el dulce sobresalía un envoltorio de papel ocre.

El tren cruzó los campos del Sil. A ratos llovía; a ratos salía el sol. La luz de la tarde, espléndida. Era esa luz que se filtra en el alma y uno aprehende y no quiere perderla porque siempre la va a recordar. Embalses junto a la vía; escorias de material. Campos verdes alternaban con caseríos de tejados pizarrosos.

 En la Rúa,  el tren paró. En la Rúa te apeaste tú. Te bajé la maleta, una maleta pequeña con las esquinas reforzadas. Te vi alejarte por el andén de la estación. Te recuerdo ahora, como recuerdo tú nombre y tus ojos negros detrás de unas gafas de colegiala. Volvías a casa… Partió el tren, sobre el frontal del edificio de la estación un letrero: Rúa-Petín.

El tren llegó a Monforte de Lemos con noche cerrada. La tarde de abril, aquella tarde abril se cerraba entre aguaceros, el Sil jugaba al escondite con la vía y de vez en cuando el agua remansada en un embalse. Las luces de la estación eran mortecinas y de color ámbar. El viajero buscó donde pasar la noche.