lunes, 16 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Papas aliñás




Anda el juicio entre la decepción de la gente con vergüenza y el silencio cómplice de los buches llenos. Uno, en su ingenuidad, creía que en los juicios  lo que resplandecía era la verdad. Pues no, ahora resulta que lo que de verdad sale a la luz es el poco conocimiento que de los asuntos tratados tenían algunos. No sabían nada. Oigan, nada de nada.

En mi pueblo hace un montón de tiempo un señor funcionario se compró un camión. Ni había camiones ni trabajo que pudiese pagar el importe de las letras que debían venir en sus vencimientos mensuales. ¿Y dónde va a meter el camión? En el Ayuntamiento, contesto el interlocutaro. ¿Y allí cabe? La respuesta no se hizo esperar. ¿Y no ha salido de allí?

Naturalmente esto podía estar más en consonante con la envidia pueblerina que con la realidad. El Ayuntamiento  y la posible gestión que se hiciesen de sus fondos probablemente no alcanzaría a un montante de tanta importancia en aquel tiempo.

Dicen que si subvenciones de mucho dinero, dicen que si funcionarios que al parecer estaban en la escalda del Lelo porque hacían lo que les daba la gana sin que los superiores se enterasen de nada, dicen que el dinero se ha perdido como los caramelos a voleo a la salida de un bautizo.

Algunos llegan un poco más lejos. Hablan de un chalet prestado donde la mar azul deja que sus olas acaricien la playa y la brisa refresca la cara – no piensen mal, por favor, no he hablado de durezas y esas cosas – no, solo que refresca la cara para mitigar ese calor sofocante que produce el verano.

Un amigo entrañable, querido, y al que veo menos de lo que deseo, me invitó un día a unas papas aliñás en su casa. Las papas aliñás requieren, además de la calidad de los ingredientes, la ‘gracia de las manos’ del que las hace. Pues bien siendo algo tan sencillo era lo mejor que he comido y será difícil superarlas en mucho tiempo. Ya ven, no hacen falta ni subvenciones ni chalet de playas para gozar de la amistad. ¡Qué cosas pasan, Dios mío!





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