A ciertas horas del día el
campo es un perfume que embriaga. La primavera ha roto con todo su poder. Ya
está aquí. Le ha costado su trabajo. Los
naranjos y los limoneros están ahítos de azahar. Las florecillas revientan en
los bordes del camino. Todo es una sinfonía de color y olor.
Desde hace un rato repiquetea la música de la lluvia en el
alféizar de la ventana. Se ha echado el viento. Truena en la siella, el campo con el manto de lluvia sobre los hombros.
Están oscurecido El Torcal y la Sierra del Valle. El cielo, gris. Arrecia la
tormenta. Amaga con granizos pero, enseguida, se arrepiente. Vamos, da un
respiro.
En los cipreses de la alberca
hay jolgorio de gorriones. ¡Qué escándalo! Estos pajarillos son presa fácil de
los gatos. Los gatos no pueden subir hasta lo más alto de los cipreses. Allí
están seguros. Otean el tejado, buscan
cobijo en el canalón para sus nidos...
Dejan de cantar los cucos en
los almendros de la solana. Los cucos llegaron hace unos días. (Otros cucos –
más pájaros que estos – están instalados en lugares seguros y protegidos. No
dejan de cantar a pesar de tener el buche lleno. Eso tiene otra melodía).
Los mirlos, ahora, cuando se va
la tarde, despiden el día. Se refugian en los granados del vallado. Del arroyo
suben otros cantos. Son los cantos de esos pajarillos diminutos: pichis,
carboneros, lavanderas… Se buscan la
vida entre zarzales y carrizos. No quieren que nadie los vea; lo consiguen; a cambio, ofrecen notas bellísimas.
Estos pájaros tienen su
intimidad. No saben leer ni conocen las Sagradas Escrituras. Hacen bueno eso
que afirma: “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Tampoco conocen que, muy lejos
de aquí, en la montaña de Monserrat, la Escolanía, hoy, le
habrá cantado a la Reina de los cielos: “rosa de abril, morena de la sierra...”
y la habrán llamado ‘estrella’ y ‘lucero’, ‘alba naciente’ y ‘sol’ y ya saben…
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