viernes, 27 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Morena de la sierra



A ciertas horas del día el campo es un perfume que embriaga. La primavera ha roto con todo su poder. Ya está aquí. Le ha costado  su trabajo. Los naranjos y los limoneros están ahítos de azahar. Las florecillas revientan en los bordes del camino. Todo es una sinfonía de color y olor.

Desde hace  un rato  repiquetea la música de la lluvia en el alféizar de la ventana. Se ha echado el viento. Truena en la siella, el campo  con el manto de lluvia sobre los hombros. Están oscurecido El Torcal y la Sierra del Valle. El cielo, gris. Arrecia la tormenta. Amaga con granizos pero, enseguida, se arrepiente. Vamos, da un respiro.

En los cipreses de la alberca hay jolgorio de gorriones. ¡Qué escándalo! Estos pajarillos son presa fácil de los gatos. Los gatos no pueden subir hasta lo más alto de los cipreses. Allí están seguros. Otean  el tejado, buscan cobijo en el canalón para sus nidos...

Dejan de cantar los cucos en los almendros de la solana. Los cucos llegaron hace unos días. (Otros cucos – más pájaros que estos – están instalados en lugares seguros y protegidos. No dejan de cantar a pesar de tener el buche lleno. Eso tiene otra melodía).

Los mirlos, ahora, cuando se va la tarde, despiden el día. Se refugian en los granados del vallado. Del arroyo suben otros cantos. Son los cantos de esos pajarillos diminutos: pichis, carboneros, lavanderas…  Se buscan la vida entre zarzales y carrizos. No quieren que nadie los vea; lo consiguen;  a cambio,  ofrecen notas bellísimas.

Estos pájaros tienen su intimidad. No saben leer ni conocen las Sagradas Escrituras. Hacen bueno eso que afirma: “de la abundancia del corazón habla la boca”.

Tampoco conocen que, muy lejos de aquí, en la montaña de Monserrat, la Escolanía,  hoy,  le habrá cantado a la Reina de los cielos: “rosa de abril, morena de la sierra...” y la habrán llamado ‘estrella’ y ‘lucero’, ‘alba naciente’ y ‘sol’ y ya saben…





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