miércoles, 18 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Excursionistas



Llegaron a esa hora en que la mañana ya está cercana al mediodía. O sea, el sol en lo alto; la luz cambiada y algunas nubes coronaban la suavidad de las cumbres del Monte Redondo – ¡que bien tiene puesto el nombre! – y dejaban entrever el cielo azul.

Era el primer día, de verdad, de primavera. La otra, la que dice el calendario que entró hace un puñado de días, es otra cosa. El sol calentaba, la brisa suave, una caricia y, en ocasiones,  como una mano de terciopelo que ondulaba los trigos. La lomas, verdes. El campo, un sembrado de flores en las lindes.

La pinta los delataba. Me preguntaron por cómo ir al castillo. Les indiqué. Antes le dije que mirasen cómo el filo del cuchillo de El Hacho es una reminiscencia de la Efigie de Gizeh. Se quedaron asombrados por el parecido y por cómo la naturaleza tiene cosas así.

Se echaron a andar. El grupo, poco numeroso. Casi tomaban una de las acera de la calle. Los vi pararse en esa esquina, ese suspiro de belleza y arte, ese anhelo de poesía derramado en flores que un día alguien decidió sembrar, a modo de jardín colgante en la bifurcación de Cantarranas y Algarrobo. Una calle, enfila a cielo abierto; la otra, a las intimidades, largas, seguidas, profundas del pueblo…

Al rato, - yo me las andaba por la Fuentarriba - regresaban un poco sudorosos. La cara, eso que dicen que es el reflejo del alma anunciaba satisfacción. El esfuerzo había merecido la pena. Me dijeron y se reafirmaban que les había encantado.

“No saben cuánta belleza tienen ustedes ahí”. Le dije que sí, que sí lo sabíamos y, que desde un tiempo, se había apostado de manera decidida, entre autoridades y vecinos, por recuperar el embrujo, el encanto y la belleza que encierra el barrio. Todavía faltaba. Se está en los inicios pero se va recuperar todo el arrabal del castillo y…

Me preguntaron por el nombre. Les dije: “El Barranco” pero algunos  les dije - los llamamos nuestro ‘Albaicín chiquito’. Les gustó el nombre. Me dejaron un encargo: “si puede, dígales a cuantos hacen posible esa belleza que la mimen, que no saben qué tienen”.

Les prometí que lo haría; ellos, que volverían…




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