viernes, 24 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Hacho

La mañana estaba luminosa; clara. La brisa acariciaba la cara; luego, a medida que entró el día, tomó más cuerpo. Era el aire de ‘arriba’, - porque aquí al viento que viene del norte se le llama así – que ponía el cielo azul, de un azul intenso y casi provocativo.

Conforme pasamos la Fuente de la Higuera tomamos el carril a mano izquierda. Ascenso lento, suave, agradable. En primer plano, bajo nuestros ojos, el Convento de Flores; a media distancia, el río caracoleando por el Hoyo del Conde, por la Vega Redonda…; en la lejanía: El Torcal, los Montes de Málaga, la Sierra del Valle.

Todos los caseríos tienen nombre y apellido: allá abajo, en la falda de Sierra de Aguas, la Hedionda – por lo de las aguas cargadas de sulfuros y olor a huevos podridos -, aquí el Sabinal y los Cortigüelos y allí, aunque aquello es tierra de Casarabonela, Los Cantareros con espadaña de capilla y recuerdos de otro tiempo.

“Esta encina, me dice Juan Blanco, tiene las bellotas más dulces y más carnosas de todo el contorno”. Y seguimos camino arriba y, ya en la cumbre, giramos a la derecha y nos vamos hacia el Monte Redondo y recordamos de cuando niños que veníamos a “ver” el mar… Y, ahí abajo, la fuente de Pedro Sánchez, que aparece en el Libro del Repartimiento.

Huele a tomillo, a romero. Están en flor el almoradux, los cantuesos, matagallos y las aulagas. Se han vestido los olivos de trama y brotes tiernos. Los almendros tienen a medio madurar el fruto. Mueve el aire las remanas; se enrisca en las palmas. Se oyen, pero no se ven, las cencerras de las cabras. Huele a campo.

Dejamos para otro día el Toril, y el Hoyo de Aurioles y los Peñones de Juan Díaz, y la Miguela y la Cuesta del Verrón…Por ahí, por encima del Baece, me dice Juan, estaba la cueva donde murió, muy niño, ‘el  Macareno” y recuerda que un milagro salvó a su hermano Alonso aquel día.

Y de allí nos fuimos a la Cruz del Hacho. Y uno cuando llega allí no piensa en nada, Respira hondo y da suelta a muchas cosas… ¡Dios mío cuanto belleza! El pueblo abajo. Suben ruidos del pueblo, sube la vida, a modo de vaho que busca otras alturas; en la media distancia, la vega abierta, a los dos lados del río; en el horizonte los montes que recortan el cielo… Después arreció el viento.

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