miércoles, 8 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los cementerios también se mueren

                              

Los cementerios se mueren solos… o los ‘mueren’. O sea, se los llevan a otro sitio. No hay nada que estorbe más que un muerto. Hasta el refranero lo tiene clarito: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

El de Álora ha sido especial. Algo así como de ida y vuelta.  El primer dato histórico que se posee del cementerio de Las Torres lo sitúa junto a la parroquia  en el castillo. Aparece en el Libro del Repartimiento; finales del siglo XV.

Dice, el Libro, que Diego Fernández de Montemolin “tiene una casa que hizo en un solar, que ha por linderos, con el cementerio de la iglesia e con la plaça”. Martín Gonçález de Villatoro “tyene una casa que hyzo en un solar, linderos Gonçalo Martín y el cementerio”. El vecindario como que no era la alegría del barrio. Vamos, pienso yo.

Permanece allí hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Después, lo trasladan junto a la sacristía de la nueva parroquia en la Plaza Baja. En 1799 no está terminado. Inhuma el cadáver de Tomás Estrada Brazas. Había sido uno de sus impulsores. ¡También el destino juega unas pasadas! Al lugar, desde entonces, se le llamó: “el panteón”.

Carlos III  prohíbe enterrar dentro de iglesias y poblaciones. Se construyen cementerios en las afueras. Dificultades económicas y arraigo de enterrar en “lugar sagrado” pospone la orden en el tiempo.

 En 1812 Álora padece una hambruna. Demasiados fallecimientos. Se habilita  una fosa común en “la hoyanca”, en la calle Ancha. En 1818, el despoblamiento de la parte alta, junto al castillo es generalizado. Se ve como solución para el ‘nuevo’ cementerio.

Se habilita el solar de la iglesia destruida por el terremoto de Lisboa. El castillo suministra espacio para  ampliaciones. En el Libro de Defunciones aparece que Juan Reinoso Oviedo, el 24 de julio de 1820 fue el último inhumado en la Plaza Baja. El de Las Torres lo ‘estrena’ Juana García, el 3 de agosto de 1820; el último, Alonso Márquez cuando casi toca a fin el siglo XX.


El 1 de noviembre de 1997 se inauguró uno nuevo - no iba ser viejo, digo, yo - con nombre de San José. La primera inhumación fue la de  Inés Cardosa. Se llevó a cabo el día 6 de noviembre de 1997 ¿Dónde buscarán sitio para el próximo? Ah, “y, nosotros que lo veamos” es lo más sano.

2 comentarios:

  1. A pesar de tantos movimientos, que los pobres restos tienen que estar peor que mareados, lo más positivo es haberlo desplazado de un lugar como el que estaba. Creo que es un acierto.

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  2. Cualquier paraje de Álora es tan bello que si se les preguntase a los muertos estarían encantados y calladitos en cualquiera de ellos.

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