martes, 14 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de la tarde gris

Era a esa hora en que la luz ya ha cumplido y va de retirada. Ni tarde, ni temprano; a la hora precisa. En ese momento en que puede ocurrir cualquier cosa pero nunca pasa nada porque  parece que se ha parado el tiempo y dejó la prisa olvidada no se sabe dónde.

No había nadie en la calle. Estaba desierta. Ni coches, ni gentes, ni esos niños que encuentran la libertad liberados de la mirada protectora. No había salido ninguna señora a pasear el perrito; no había ningún hombre ocioso que no va a ningún parte.

Había cesado la lluvia. Plegaste el paraguas, por cierto azul, para que todo fuese en armonía y que te servía como contrapunto de equilibrio mientras mirabas a un punto fijo. A ese punto por donde tiene que llegar lo que estabas esperando. Pero mira por dónde – cosas que pasan – también era una ausencia larga, un vacío, un algo que flotaba lejos.

Te inclinaste, hacia adelante, sobre la punta de los pies. Los tacones de tus zapatos casi no tocaba, el suelo. Había un hálito especial. Era una manera más de prolongar la mirada hacia el lugar exacto, preciso, deseado, esperado… Era por donde tendría que aparecer en cualquier momento.

Tu cuerpo atlético, tu boca de admiración entreabierta con un suspiro que no sale, con un ¡oh! que no llega. Una cintura de bailarina, unas piernas en tensión y un pelo lacio y suave que decía de ti que eras de una belleza poco corriente.

Una baldosa un poco levantada, casi justo donde te has apoyado en el borde, habla de la irregularidad del acerado. Se pierde la calle difuminada en la lejanía. Un árbol frondoso pone una pincelada verde a la armonía de tu manera de vestir, a la placidez de la tarde, a la belleza de tu cuerpo…


Todavía  no sé si esperabas a alguien - ¿quién podría ser ese alguien? -  si debía llegar un taxi o si te asomabas para ver lo traspuesto - porque te pareció bien - a eso que todos damos en llamar vida.

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