jueves, 27 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Días de agua

                                           

Los días de lluvia se levantaba una neblina tenue que avanzaba por el camino. Lo envolvía todo. En el aire flotaba algo diferente a los días claros y de cielo azul. Los árboles empapados chorreaban agua por los troncos; parecían fantasmas.

Para comer en el almuerzo se hacían gachas o migas y calabazas fritas con bacalao. En la alacena se guardaba en un bote de cristal el arrope. Se regaba, con abundancia, el plato. El arrope agregaba, además, del color negruzco, un sabor dulce.

El arrope venía desde el verano. El que no se gastaba se guardaba de un año para otro y, a veces, en el fondo del tarro, ya más cuajado, se formaba  una pasta espesa. Se arrancaba con la cuchara y los niños la relamíamos con la picardía que siempre usan los niños con las cosas que no deben hacerse.

No se salía a la calle y escuchábamos como repiqueteaba el agua en los cristales; luego, el viento ululaba en el tejado. La chimenea escondía algo de misterio y de encanto. Los días de agua, como eran tan pocos, tenían la magia de ser días especiales. Y, si además, nos contaban cuentos de diablos y de brujas…

Con cierta concupiscencia se miraba por el humero por si por un casual el demonio anduviese entre el hollín o tuviese el atrevimiento de asomarse. Nunca tuvimos la suerte de verlo. Se entiende que debía andar – ahora, también – en otros menesteres más interesantes.

En el hogar ardían los troncos. Con la leña mojada costaba encender la candela: primero leña menuda; después, leña recia y se formaba un cisco que terminaba en borrajo. Se caldeaba la casa. Las llamas formaban figuras caprichosas y de muchos colores: verdes, azules, amarillas, rojos, violetas, anaranjados…
Si el agua arreciaba volvían pronto los cabreros; las bestias no salían de la cuadra y a media mañana no se escuchaba el cacareo de las gallinas: anunciaban disponibilidad de ponedero. Parecía como si una calma especial lo invadiese todo, lo llenase todo.


Lo malo venía cuando llegaban noticias de arroyos desbordados; que el río iba salido de madre; que ‘andaban  los jundieros’; los derrumbes de tapias y tejados casi siempre les tocaba a los más pobres. En ocasiones aparecían las tragedias… 

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