sábado, 27 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estorninos

                                                           

Esta tarde  se han venido los estorninos a los cables de teléfono junto al camino de los Aneales. Vienen, se posan y arrancan de sopetón una volada en círculo; luego, vuelven. Así llevan un rato. Se dan un paseo por el cielo limpio de este casi estrenado  invierno, como quien va a alguna parte y, a medio camino, desiste.

Puede que los estorninos se las anden de cónclave o esperan la orden del jefe que diga dónde hay que retirarse. Alguien me dijo que todos los pájaros como los hombres siempre obedecen a una voz que no escucha nadie. ¿Cómo la voz del amor? Puede…

Los nogales y los almeces, se han quedado sin hojas; los granados están esqueléticos; los plátanos orientales que orillan la vía por donde está el derrame del agua de la Fuente de la Manía tienen sus ramas desnudas. Entre ellas juega y corretea el viento a su antojo. No ofrecen ninguna protección.

Cada mañana los estorninos suben hasta los olivares. Antes, cuando había ‘suelos’, ellos tenían comida para muchos días. Ahora, se les acorta el tiempo con eso de las varas vibradoras que mueven las ramas y los toldos para la recogida de la aceituna. En los remolques del tractor las llevan al sacrificio supremo del molino… Todo cambia, para los estorninos, también.

Me da la impresión que los estorninos están desorientados. No deja de ser una impresión muy subjetiva porque los pájaros no se desorientan nunca, pero esta tarde están como quien no sabe a dónde van. Los observo. Y, si ¿estuviesen esperando a alguien?

Hace un rato que bajaron las garcetas por el río. Estas sí lo tienen muy claro. Pasan la noche en la alameda del Hoyo del Conde y en los eucaliptos grandes de los Callejones, en la Barranca de la Barca. Las garcetas tienen las plumas blancas, el pico largo y las patas zancudas. Las patas de las garcetas le permiten posarse dónde a ellas les place.

Se alargan las sombras; se viene la noche. En una volada larga los estorninos han dejado el cable del teléfono. ¿Se habrán ido al campanario de la iglesia? El sol se hunde por detrás del Monte Redondo. La yerbabonita se echa la mantilla del  primer helor del relente; en el campo, el silencio.

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