sábado, 9 de abril de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fantasías

Al niño, una vez, le dijeron que bajo El Hacho estaba escondido el mar. Nadie lo había visto pero el año que la tormenta mató al Macareno, el mar  - el mar que estaba agazapado en aquel interior - rugió como no lo había hecho nunca y, entonces, los  hombres mayores sintieron miedo.

Escuchaba, también  que,  a veces, cuando iba a cambiar el tiempo, antiguamente, se escuchaban los ‘Cañones de las cuevas de Rota’. El niño ni sabía dónde estaba Rota ni qué era aquello, pero sí que, en ocasiones, se producían unos zumbidos tremendos. Eran ecos lejanos,  secos, prolongados, perdidos. Antes de tres días cambiaba el tiempo.

El niño, un día con otros niños, subieron al Hachuelo que era una manera de llevar a cabo una aventura que parecía una aventura tan grande que solo podrían llevarla a cabo algunos niños que amaban la aventura y el riesgo.

Desde El Hachuelo no se veía la cruz que coronaba El Hacho porque la tapaban otras rocas. Lo que sí veían abajo, junto al campo de fútbol, eran las chumbas del ‘Veneno’ y la Jerriza y las cabras que careaban por los olivares…, y si algún hombre había subido por esparto, entonces les decía a los niños que allí no debían estar…

El niño, cuando se hizo mayor, supo que El Hacho cambiaba su cara varias veces al día y que según desde dónde se miraba mostraba una cara diferente, con las figuras más raras.

Unas veces se parecía a la efigie de Gizeh, recortada en el azul del cielo; otras, era un perro, tendido y con su cabeza fija mirando a la cruz; un recorte de la caliza parecía la puerta de la iglesia; una configuración, en una oquedad, los pulmones del Señor…


El niño leía mucho a un hombre que escribió unos versos preciosos. Hablaban – los versos – de una ida, del pueblo que se haría cada vez más grande. De un pueblo blanco, como era su pueblo y de pájaros cantando y de un cielo azul y de un pozo y…

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