sábado, 16 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El patio

Hablaba el cancionero infantil de un patio. Era el patio de mi casa. Y anunciaba a los que querían escucharlo que era “particular” y, además, por si a alguien le daba por pensar en otras cosas, cuando llovía, se mojaba como los demás… Pero no va por ahí la cosa.

Desde La Rioja llegó a Madrid, Pepe Blanco, y en aquella España de más hambre que vergüenza, cuando se pasaba el túnel de la posguerra, hizo una apología de un plato típico: el cocido madrileño. La olla no hervía en el patio de vecinos de la corrala sino en la buhardilla. Da igual, tampoco es cuestión de uno u otro sitio, pero tampoco por aquí va el agua al molino.

Una tarde soleada de mayo, Leonardo Fernández, quizá – o sin quizá – el último pintor malagueño seguidor de la Escuela Malagueña del XIX, me respondía a una pregunta. Maestro, ¿por qué el agua es una constante en tu obra? “Porque era lo primero que escuchaba al despertarme cada mañana: caía sobre el lebrillo, en el patio de mi casa”. Pero no es tampoco ese patio.

Si se pone la radio, se abre un periódico o se ve un telediario… Entonces sí que tenemos idea de otro patio. ¿Patio? ¿Y si a ese patio le cambiamos el nombre y lo llamamos gallinero? ¡Dios que totum revolutum! No se pueden clavar más espolones al adversario ni decir más tonterías, más sandeces, más ofensas… y todas ensartadas como en una ristra. Por favor, no piense usted en eso; no, que todos, no son, aunque algunos sí.

En los años setenta por España corrió un aire fresco que se llamó Transición. Era un aire de ilusión, de cambio hacia algo bueno que sabíamos que iba a venir.  Jarcha cantó sus “Bienaventuranzas”: “Bienaventurados madre / los políticos de oficio / que trabajan para el pueblo / si ello les da beneficio”…

Se adelantaron unos años. Nunca pensamos que el patio llegaría a donde ha llegado. A la mediocridad – algunos -  han unido la desvergüenza, le dan patadas al lenguaje y meten las manos hasta en los boquetes de las ratas. Aunque, de verdad, nunca sabremos quién es más rata, si las de dentro o las de fuera.

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