lunes, 4 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nepal

Nepal está muy lejos. Tan lejos que casi no sabemos dónde colocarlo en el mapa. Tan lejos que cuando se leen cosas de ese país no sabemos si es que se ha subido a los cielos o es que los cielos se han bajado a la tierra y se acurrucan en aquellos valles perdidos. Las cumbres de sus montañas están coronadas, perpetuamente, de nieves blancas; sus ríos llevan el agua helada.

Nepal está, desde hace unos días, de primerísima actualidad. No es por la belleza de sus paisajes ni por los nombres de esas montañas que escalan los hombres amantes del riesgo y que vienen de otros países, ni por lo pintoresco de algunas de sus costumbres. No.

Nepal está en el salón de nuestras casas de la mano de los telediarios. Allí, la tierra ha temblado. Se ha sembrado de muerte toda la zona. La gente ha sabido, a pesar de no saber ni por dónde queda, que es un país sumido en la miseria, en el abandono y en manos de gobernantes corruptos e ineptos.

En Nepal se ha hecho palpable lo que es vivir anquilosado en una edad que en los países desarrollados se llamó Edad Media y que por allí aún no tenía visos de que se superarse. Es más parece que ahora, por si no tenían bastante, hasta han retrocedido a otras edades anteriores.

En su territorio está el pico más alto del mundo, el Everest y seis de los ocho picos más altos del planeta. En su suelo nacen, entro otros, dos ríos míticos: el Ganges y el Indo. El animal que lo identifica es el yaks, mitad buey, mitad bestia de carga. Hasta ahora vivían por debajo del umbral de la pobreza. Lo que va a venir, se supone.

El terremoto que lo ha asolado ha dejado muertos y desaparecidos que se cuentan por miles. Ha hecho imposible que la ayuda ni siquiera llegue; la destrucción es de tal magnitud que todo es un caos. A veces, a eso que llamamos ‘madre naturaleza’, de madre tiene más bien muy poquito. A los hechos me remito.

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