martes, 19 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Carta de amor

¿Sabes? Me enamoré de ti una tarde de primavera de hace mucho tiempo. Yo tenía diecinueve años; tú, unos cuántos más. No sé cuántos, pero eran algunos porque siempre hemos tenido una diferencia de edad aunque mirándolo despacio no sé si se nos nota mucho.

Aquella tarde te vi. Te vi como si me estuvieses esperándo desde siempre y yo te andaba buscando casi sin saberlo. Eras como la brisa que viene del mar; como las olas de nácar que dicen que se paraban en la arena. No te lo creas. No es cierto. Tú eras una  de aquellas olas.

Te vi y me dije: “Es la mía” Era tu talle, tu manera de andar, tu forma de bambolearte para dejar que se escapase el aire que, entonces, tomaba más embrujo, más encanto, más… ¿cómo te diría yo? Sí, eso, eso que tú estás pensando, y a uno, en esa edad tan peligrosa le entraban unas ganas enormes de bebérselo y cortarlo en seco… Dentro revoloteaban mariposas de todos los colores

Tenías una manera de mirar.  ¡Dios mío, qué manera! Daba igual verte de lejos, desde este lugar donde apenas se divisan las facciones. Daba igual verte en la media distancia, como verte en la distancia corta y entonces, ¡ay, entonces, eres más tú! Y te hacías irresistible

Después te vino el moreno del verano. Moreno de soles como ese sol que dora los trigos en las lomas de Virote, como el que pone la tez sensual, voluptuosa, insinuante…y la atracción es algo irresistible y tú te mostrabas como eres: única. Y, a uno le costaba refrenarse.

Y cuando la noche llegaba y el cielo ya eran puntadas de estrellas perdidas a las que llamamos luceros, entonces eras un perfume de biznagas y jazmines y rosas a medio abrir y… Desde aquella tarde de una primavera en que yo era joven y te lo dije,  lo he mantenido: ¡Álora, Álora mía: mira que yo te quiero!

No hay comentarios:

Publicar un comentario