viernes, 15 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vida

Los granados frondosos ofrecen lo que serán granadas cuando el otoño los vista de oro viejo. Están exuberantes las zarzas de los vallados y los ciruelos muestran las frutas camino del cuaje para dentro de muy poco tiempo. Están, también, en camino los olivos, y los almendros y los almeces de la ribera del río.

En una oquedad del puente del arroyo del Sabinal que pasa bajo la vía del tren este año, como todos los años, han vuelto a anidar las lavanderas. Son pajarillos preciosos; derrochan belleza y colorido.  Cuando paso miro de soslayo porque no quiero espantarlas y sientan miedo. Las veo echadas en su nido; esperan que pase el tiempo.

Una pareja de carboneros, los ‘pajaritos del agua’, han sacado una camada de cuatro pollitos. Están aún con los pelillos del diablo. Su casa es un nido pequeñito y caliente en un cruce de ramas en un limonero, casi en el borde del camino, junto al vallado de los granados. Cumplen su ciclo mirlos, jilgueros, chamines, tórtolas… El campo es una sinfonía de canto y colorido.

Por febrero volvieron las golondrinas; las de Bécquer y las otras. Las de Bécquer siguen con el vuelo refrenado en los cristales y extasiadas en la hermosura que cantaba el poeta de Sevilla se escapan de los libros de hojas ajadas; las otras han colgado sus nidos en los rincones del cobertizo y el primer vuelo de pataletes se señorean en los cables del tendido eléctrico.

Casi se quedan sin agua los regatos. Han entrado en estiaje los arroyos y en los pocos charcos buscan el oxígeno los pececillos que nacieron en el desove de hace unos días. Son peces que entraron por un camino que al igual no debieron tomar pero ya hay poco arreglo. En sus orillas florecen las adelfas.

Amarillean los trigos; sobresalen como banderines rojos las amapolas que ponen los hincos a su antojo en medio de la granazón que espera siega primero; la era, después. Es, sencillamente, una parte de  la vida.

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