lunes, 18 de enero de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nieve

 

 

                                     


 

Dijo el maestro Alcántara que no era lo mismo ver la nevada desde un camino vecinal que desde el alféizar de la ventana. Las televisiones. Las televisiones nos han transmitido el reciente temporal, en directo, desde las ventanas con más imágenes de Madrid, es verdad, que de los caminos vecinales…

Los niños que vivíamos en los pueblos del sur donde no nevaba nunca, cuando llegaba Navidad, hacíamos una nieve artificial para esparcirla en los Nacimientos. Eran montañas de sacos de yute sobre cajas de cartón y bajo un cielo de papel azul con estrellas de papel de plata. La nieve se formaba con girones de algodón, tiza molida, harina… o cualquier cosa que sembraba el suelo de blanco.

Luego, cuando fuimos jóvenes, de la nieve sabíamos por un muchacho belga, de origen italiano – su padre era emigrante – con voz de canario aflautado. Los guateques de las tardes de domingo con discos de vinilo y un pik-up pagado a plazos eran el lugar donde el muchacho, que se llamaba – y  se llama Adamo –, nos acaramelaba la tarde con: “Cae la nieve”.

De adultos, conocimos otra nieve. La magia del cine había creado llanuras nevadas – Varykino, en realidad, no era Rusia, sino las tierras de Soria –  un hombre muy guapo para las mujeres, y una mujer muy guapa para los hombre, casi  alcanzaban la felicidad que siempre se escapaba por una u otra causa. Zhivago siempre perdía a Lara… Y Lara perdía a Zhivago que viajaba en un tranvía y ella caminaba por una calle anónima de Moscú…

Estos días las imágenes han sido de una belleza inusitada. Ciudades blancas, espacios infinitos donde no se veía el fin. La realidad del hielo que ha venido después ha sido algo muy distinto.

Ciudades colapsadas, gente atrapadas sin capacidad de movimiento, lagos y ríos congelados, comunicaciones cortadas en aeropuertos y  en las vías del tren, coches abandonados en las cunetas, y algo que es peor, infinitamente, peor, vidas arrancadas de cuajo y ya hablan de varios personas encontradas sin vida bajo una tumba impoluta de nieve.

No es lo mismo, no. Llevaba razón el maestro aunque aquí no hayamos tenido que irnos a los caminos vecinales. Los alféizares de las ventanas han sido observatorios de privilegio para contemplar algo tan insólito como una nevada, de las más grandes, que se recuerdan en muchos años…

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