Abatido, solo, no habla. Es un
hombre incomunicado con lo que le rodea. Parece que la vida le ha dado la
espalda en los últimos recodos del camino. Viene de no sabemos dónde; va a
alguna parte. No tiene prisa. Espera la llegada a su estación de destino. La
prisa se la marca la velocidad del tren.
¿Qué piensa el hombre que viaja en el tren de cercanías?
Viste con ropa ajada. Pantalón de
pana, zapatos a juego, chaqueta de varios inviernos, jersey con una nota de
colorido azul y el botón del cuello de la camisa desabrochado. A medio pecho,
cuelgan unas gafas de viejo…
Por la ventanilla pasa opaco,
desleído, un paisaje sin identidad. Una chica joven, en el asiento contiguo, está
en lo suyo. El hombre le da la espalda. Se ha sentado en el filo del asiento,
de lado, como quien no quiere molestar, como quien ha aprovechado el saliente
del asiento.
La luz entra por la ventanilla. Viene
de fuera y se refleja en el suelo del tren limpio e impoluto con un brillo blanquecino.
Este hombre irradia ahora una luz de viejo pero cuando fue joven expandió su
propia luz, su luz interior, que iluminó a la gente que se cruzó en su camino.
Tiene perdida la mirada. El
hombre mira pero no ve. Su mirada está extraviada, absorta. Está cansado y ajeno, como en otro mundo. Es un
hombre anónimo como una música que, de pronto, escuchamos en la lejanía y que
no sabemos de dónde viene pero que está ahí.
Tiene el pelo blanco y grandes
entradas. Es un hombre mayor, muy mayor y aparenta que está cansado, muy
cansado. Como en los versos de don Antonio Machado tiene andado muchos caminos.
El suyo, por lo pronto, está en un asiento anónimo, de un tren anónimo, en un
destino anónimo…
Se protege con una mascarilla
quirúrgica. Se defiende de la pandemia que nos acongoja. Su tristeza se
trasluce a pesar de que él guarda todas formas sociales exigidas en la
convivencia que nos rige.
Lleva, entre sus manos de dedos
largos, finos y huesudos, un ramo de rosas. Viene de una floristería porque se
las han envuelto en un papel de celofán. ¿Para quién serán las rosas? El ramo
está, como el hombre, abatido. No llega a tocar el suelo. Lo dijo Juan Ramón:
“como los hombres tristes, siendo tantos, cada uno solo”.
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