miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Francisco

                                              

Se llama Francisco y viste de blanco. Ha llegado de un país - hermosísimo- y muy lejano a una ciudad donde todo es tan barroco, rebuscado y extraño que algunos hombres mayores visten de púrpura y otros de manera muy rara.

Este Francisco, en su pueblo, bueno en el pueblo donde trabajaba, vestía de negro, usaba el metro y calzaba zapatos viejos. De muchacho - dicen que tenía una brillante carrera por delante - cambió de acera y va el tío y se hace cura. Pero no cura de ‘misa y olla’. No. Se hace cura de los de compromiso.

Francisco, como quien no hace nada especial, se ha entretenido en dejar sin resuello a muchos de los que estaban delante. En la audiencia - porque Francisco recibe en audiencia a mucha gente - había un hombre enfermo, muy enfermo, tanto, que dice el periódico que ni se atrevían a mirarlo. Se acerca a él lo abraza, lo acaricia y lo estrecha contra su pecho.

A eso se le puede llamar como se quiera. Eso es solidaridad de quien siente el dolor de los demás como el suyo propio. Cantaba Facundo Cabral - que también era de aquellas tierras - que “hay medio mundo esperando con una flor en la mano / y la otra mitad del mundo por esa flor esperando”.

Me dice una amiga comprometida con Caritas que hay mucha gente esperando un gesto de otra gente.  Al igual el nuestro  pasa desapercibido. No importa, si le sirve a alguien de los que suspiran por la flor…


A Francisco lo han hecho Papa. Ha cambiado Buenos Aires por Roma, el coche oficial por un utilitario, pide a la gente actos de caridad - no se asusten dicen que dijo que no voy a pedirles un colecta - “recen por una niña chiquita que está muy enferma”. La Plaza de San Pedro enmudeció. A éste cómo lo dejen… 

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