lunes, 4 de noviembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rosario

                                              

Rosario - la Rosario de la que escribo hoy está lejos, muy lejos - tan lejos que la baña el Paraná por el que suben y bajan barcos cargados de mercancías. Vienen o van. Traen brisas de otros mares. Gaviotas que, como otras de antaño, saben de olas grandes, de espumas de sal. Bañaban cubiertas repletas de emigrantes camino de la tierra de promisión.

Rosario desde la lejanía  -uno nunca ha estado en Rosario, pero le echa el ojo, a un ramillete de fotografías – parece una ‘Chicago’ en chiquito. Como de juguete. Ambas  flirtean con su río. La ciudad yanqui con el que le da nombre, y se va, y busca el Mississippi; Rosario con el Paraná. Se une, aguas abajo con el Paraguay y, de allí, al Mar de la Plata y a la mar océana.

Vive  José Luis – José Luis Delgado-  junto al río, en Rosario. Añora su tierra malagueña, añora España… La España que él dejó no tiene nada que ver con la España de hoy. Los nacionalistas hacen bueno el refrán: “vuelta la burra al trigo”; un obispo culpa a las víctimas; gente que vive de mentiras y chantajes; cosecha abundante de sinvergüenzas y corruptos…

Cuenta William Saroyan, en la ‘Comedia Humana’, que Homero Macauley, el muchacho repartidor de telegramas,  recibió al soldado amigo de su hermano Marcos, muerto en la guerra – como todas – absurda. Le enseña Ihtaca, California. No hace falta. La conoce al dedillo. Se la había contado, tantas veces, que sabe de las calles por su nombre… Ulises, el niño pequeño, observa y mira.


Maestro, dicen que le dijeron, en cierta ocasión a Agustín Lara ¿cómo escribió Granada si nunca había estado allí? “Por eso, por eso, -contestó- Granada, tierra soñada por mí…” Rosario, la veo junto al río. Un río muy grande por donde también subieron muchos españoles buscando lo que aquí no tenían. Rosario, Rosario…

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