domingo, 17 de diciembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Azul


                                      


17 de diciembre, domingo. Decían los que bajaban por la carretera de los Montes   la única, que comunicaba entonces con el centro de la Península – que al asomar por el Puerto del León aparecía, abajo, Málaga echada a la orilla del mar.

Contaban que el descenso de la Cuesta de la Reina era algo que nunca se acababa. A una curva seguía otra, y luego otra, y luego… más curvas, y así hasta los pies de Fuente Olletas donde la ciudad se acercaba a tomar agua. Era un tirabuzón en el que se entraba, pero nunca se sabía cuándo se terminaba.

Decían, que al borde de la carretera había una profusión de colores verdes. Eran los verdes de los pinos. Al levantar la vista siempre estaba el azul del cielo. Nunca sabremos si eso era que el mar se iba a las alturas o que el cielo se bajaba a la tierra. El color de Málaga es el azul…

Hace unos días comía con una amiga que se había escapado a nuestra tierra a pasar unos días. Al salir del restaurante en La Malagueta, en frente, casi a pedir de mano, el mar, el mar azul de Málaga que da diferencias a la Bahía. Sobre sus aguas, en ese momento, marcaba la distancia del horizonte, un velero…

- El mar de Málaga… - le dije.

- Sí respondió, ella, bellísimo. Deja sin palabras.

En su azul nacen encajes de espuma blanca que rompen las quillas de las jábegas, recuerdos de fenicios que llegaron -no podía ser de otra manera-  sobre el azul del mar que era tan igual a como lo es hoy en la memoria del tiempo.

Es ese que el da un tiente tan especial – como a Londres en otro tiempo se lo dio el blanquecino de la niebla – y que los pintores de Málaga han llevado a sus lienzos, de esa manera tan distinta que lo hacen diferente. Pienso en el naïf de Rittwagen; en el realismo de Leonado Fernández; en el rompe moldes de Picasso que incluso tuvo su período azul; en la visión única de Málaga de Eugenio Chicano que no dejaba a nadie indiferente…

Cuando la tarde ve cómo baja el sol lentamente por la sierra de Mijas, entonces, ella, la tarde, se echa sobre sus hombros su pañolillo de seda fina. Lo pespuntea de rojos, amarillos y naranjas y le deja ramalazos de azules que saca del mar y se lo ofrece a las primera estrellas que aparecen lejanas y titilan en las alturas.

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