jueves, 21 de julio de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tranvías

 



              Tranvía de El Palo (Málaga). Pintura naïf. Jaime Rittwagen


21 de julio, jueves. Eran artilugios monocordes que transitaban por la ciudad. El niño, cuando su madre lo llevaba a Málaga, alguna vez se subió en un tranvía. Era el tranvía de Huelín. Venía desde la periferia hasta el centro. El tranvía por unos raíles equidistantes y con un ruido metálico llevaba a los viajeros hasta un destino que, entonces, al niño le parecía muy lejano.

El tranvía se unía a la electricidad que iba por los cables con un artilugio que le llamaban algo así como ‘trole’ y que permitía su movilidad. Cuando llegaban al final del trayecto, un hombre auxiliar que no era el conductor porque en el tranvía iban el conductor y el cobrador que se situaba junto a la puerta trasera y que bajaba el artilugio y que luego lo volvía a conectar. Sin la pericia de ese hombre el tranvía permanecía inmóvil.

Otro hombre, al que el niño no conocía, y que muchos años después fue su amigo, escribió aquello de “un tranvía de sol con jardinera”. De ese hombre, Enrique Molina le dijo un día a Alejo García: “esto es ser poeta, esto es poesía”. Ese hombre en el poema habló, además, de carreras de sirenas y delfines en los Baños del Carmen y de una guerra acabada y de que él entonces “estudiaba segundo de jazmines”

El tranvía en unas baldas de madera, que sobresalían por encima del techo, anunciaba “Anís del Mono”, “Ceregumil” y cuchillas de afeitar de la marca La Palmera y otras, que en su cajita tenían pintada la más bella de las flores, una Rosa. Muchas espinas protegen la belleza más efímera. Estos tranvías con su publicidad, otro hombre que entonces el niño tampoco conocía y que luego también fue su amigo, los pintó en unos cuadros deliciosos que llaman pintura “naïf”.

El tranvía tenía unas ventanillas de cristal. Algunas ni subían ni bajaban. En los días de invierno, con la marcha entraba un aire frío, o al menos al niño le parecía muy frío, y su madre le decía: “cierra la boca, no seas que te resfríes” Y el niño obediente así lo hacía…

El niño miraba asombrado los edificios de la capital y los coches que adelantaban al tranvía y los carromatos tirados por caballos que llevaban sacos con mercancías… Entonces el niño aún no sabía que la felicidad, como el amor, como aquel mismo tranvía se van, lentamente…

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