viernes, 21 de enero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una de vikingos

 



                          Río Guadalquivir


Leo que en el mes de Muharram, en el 230 del año de la Hégira, o sea de ese modo de contar el tiempo que tienen los musulmanes a partir de la huida de Mahoma desde La Meca a Medina. En el calendario cristiano el 844, los vikingos llegaron hasta las costas de Al-Andalus.

Dicen que subieron desde Sanlúcar de Barrameda. Seguro que el río en aquel tiempo debía tener más vegetación en sus orillas y ellos lo harían con todo el sigilo posible. No obstante venía mucha gente, algo así como ochenta naves y unos cuatrocientos hombres. Su objetivo era saquear Sevilla. Vamos, que no venían perdidos.

Se pararon en Coria del Río. No creo que para tomarse albures a la lata, unas gambitas o unos camarones. Esa gente comía cosas de más forraje.

Los tíos – con barbas crecidas de unos pocos de años, cascos con eso de punta que hieren con solo mirarlos y espadas de las que cortan por los dos lados, cuchillos y lanzas – se entretuvieron en degollar a los habitantes de las ciudad.

Unos días después llegaron a Sevilla. El pueblo, abandonado a su suerte por los que tenían la responsabilidad de defenderlo. Hay cosas que se repiten y no tienen arreglo! Me viene a la memoria siglos después, gente que huye por la carretera de Almería abandonada por los que tienen que defenderla, mientras otros bombardean sin misericordia sobre viejos, mujeres, niños… Uno cuando piensa en todas esas cosas, siente escalofríos.

La cosa, la de entonces, la que arrasó Sevilla duró cuarenta días. Todo fue brutal. Matanza, saqueo, venta de esclavos. El pánico se apoderó de toda la comarca. La cosa llegó a tal calibre, que el emir Abderramán II formó una tropa que los alcanzó en Tablada… Las consecuencias, pues eso, para seguir temblando. Dicen las crónicas que el horror fue aún mayor.

Recuerdo un mediodía de primavera a la orilla del río en La Puebla – que está junto a Coria- sentados un grupo de amigos compartiendo tertulia.  Subía lento, majestuoso, sin prisas un barco de cabotaje. Era el camino para ir a Sevilla por el agua. Todo solemnidad y belleza. Quietud, parecía que se había parado todo.  Ese tiempo pasado sí que fue mejor, los otros, como que no…

 

 

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