miércoles, 19 de enero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ella

                   

    

       Foto: Marilina Cruzado Gutiérrez


Ha venido como aquella música de oboe que sonaba al otro lado, al revolver de la esquina, y luego cuando dimos la vuelta en su búsqueda no estaba allí, no. No. Ni ella, ni la música. Había una ventana cerrada y una reja y unos visillos que daban alas a la curiosidad…, y a preguntas sin respuestas.

Ha venido como quien  torna a su señorío porque es suyo, porque sí, porque Alguien ha dispuesto que sea así y  cada mes, cuando todavía no se han cumplido el cómputo de días que le asigna el calendario, y antes, solo unos días antes, aparece en las primeras horas de la noche en el cielo…

Está ahí para que los fotógrafos le busquen posturas y hagan que parezca que le da el recorte de una media a la Giralda, una larga cambiada a las torres de los campanarios, a las veletas de las espadañas, a los torreones solitarios del campo o a quebrarse en los cristales de los ojos absortos que la miran y se extasían ante ella.

Cada noche recorre su camino… Y se enreda, como quien se entretiene sin pararse, en los álamos sin hojas de la ribera, y cruza el río sin romper el agua y se va por los pimpollos de la huerta y juega al escondite entre las frondosidad de los naranjos.

Y cuando lo tiene a bien, se adentra en los bosques encantados donde anidan los sueños y los anhelos y se impone a la realidad tozuda que dice que no y , ella dice que sí,  porque es desobediente y siempre anda su propio camino.

La naturaleza le marca por donde nace y por donde debe irse cuando llega la aurora y entonces, se deja querer por los surcos del sembrado donde apuntan las semillas germinadas y el manto verde deja que lo acaricie con suavidad, con dulzura, con mimo…

Sabe del caño que cae en soledad sobre el pilar de la fuente durante las madrugadas largas y frías. Luego, dentro de nada, cuando ella se haya ido al otro lado de los cerros, la escarcha será un manto blanco y frío y todo estará en la esperanza de que unos pies que andan el camino, rompan el encanto de un encaje que no pisó nadie… Bueno, nadie, no. Ella sí, solo ella, la Luna Llena de enero…

 

 

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