martes, 4 de enero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de enero

 


4 de enero, martes. La tarde no está luminosa y limpia. Hay nubes en el cielo. Canta un bandada estorninos en el nogal sin hojas del vallado. Entre ellos, se las andan con sus discusiones y  disputas por las ramas preferidas. Esos estorninos ya han dado su peón mañanero repasando la aceitunas moradas de los pimpollos que se había queda atrás en los olivares de la Cuesta del Convento, y ahora, en estos momentos en que declina la tarde, deben andar poniendo orden a sus cuentas.

Este año, no han bajado los rezneros blancos de vuelo acompasado y lento, siguiendo las órdenes de una batuta imaginaria, como otros años, cuando el sol dice que le da paso a la noche. Los pájaros tiene un reloj que los hombres no conocemos. El reloj de los pájaros no tiene pilas que se desgastan con el uso, ni tampoco pide que se les dé cuerda antes de coger el sueño. Los pájaros tampoco tienen que poner el despertador de su reloj…

Este tiempo casi de primavera adelantada ha puesto un calendario muy raro, rarísimo. La poca lluvia del otoño dejó sin la maduración apropiada a las naranjas. “Están faltas, me dijo un amigo de agua del cielo”. El agua del cielo cuando baja hasta la tierra está cargada de nitrógeno y hace un abonado foliar. El hombre del campo no sabe de esas cosas y entonces va dice que el agua del cielo “tiene la bendición de Dios”. El hombre del campo, en su sabiduría de siglos, siempre tiene razón.

Han comenzado a verdeguear las lomas. Le va a costar al grano, este año, romper la concha, la propia y la de la tierra, que forma una corteza un poco dura para que al germinar la semilla pueda abrirla y todo se alfombre con ese verdor que solo tienen los sembrados.

También les está costando a la yerba, esas yerbecillas de nombres desconocidos que orillan las cunetas de la carretera y los bordes de los caminos… Luego, a uno no le va a costar  reconocer, que ‘mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura….” Y todo lo demás que sigue y que musitamos en silencio. Nosotros, sin que nadie nos lo diga sabremos que los dejó vestidos de su hermosura para deleite de todos…

 

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