martes, 27 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Almendros

                                            

Dice el hombre del tiempo que por esos mundos de Dios, pero de aquí, de un poco más arriba conforme se mira el mapa, la gente está muerta de frío. O sea que aunque el anticiclón muestre el cielo azul y limpio el aire viene que afeita en seco.

Ya han florecido los almendros. Son un grito en los más crudo del invierno. Un aldabonazo, una llamada; la proclamación, a los cuatro vientos,  que la vida sigue. Los he visto en el camino que baja a la Fuente de la Zorra y en las laderas de los Cerrajones y en el Llano del Jaral, en Canca y en las costeras de los Lagares…

Son flores blancas, rosáceas, según la variedad. Son flores únicas. Es la flor más temprana. Anuncia que vendrá el buen tiempo, que si rebrotan en ramas que parecen secas no es más que un reflejo de la vida que llevan dentro.

Son la Gracia de Dios en las mañanas soleadas; otra forma de nieve natural que no baja del cielo; brota de ese movimiento de savia cuando llega su tiempo y luego, será fruto aterciopelado y, cuando esté en rigor las calores del verano… Se dan con generosidad; todo es belleza; todo es encanto.

Esta mañana estaba precioso el campo. Ya apuntan los chamarines y los carbonerillos que no dicen si es porque anuncien agua o porque hará viento. No. Es la vida del campo. Los trigos han roto la corteza de los terrones; florecen los gamones en las cunetas de las carreteras.

Los almendros en flor han tomado por suyo el paisaje. Hace unos días se vistieron de blanco las cumbres; ahora parece que quienes van a hacer la Primera Comunión son los almendros; tienen un misal de nácar y un rosario de cuentas diminutas de pétalos. Están salpicados. Florecen y florecen: aquí, allí, allí enfrente…


 Me refugio, otra vez en San Juan de la Cruz: “mil gracias derramando, / paso por estos sotos con presura, / y yéndoos mirando, / con sola su figura  / vestidos los dejó de su hermosura”. Amén. 

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