viernes, 9 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Arde París?

                                               

No es el título de la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre. No. No son, tampoco, los días previos a la liberación en la Segunda Guerra mundial ni aquel verano de sol  en que los aliados llegaban a sus puertas y el Sena seguía corriendo bajo los puentes.

No es tampoco el argumento de la película del 66 que realizó René Clement. Ni el guión adaptado y escrito por Coppola y Vidal. No. Se juntaron, entonces, un montón de estrellas: Kirk Douglas, Glen Ford, Yves Montand, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Anthony Perkins, Simone Signoret… Ahora, se han juntado otras cosas y ‘otros’ artistas.

No es la respuesta a la pregunta del Führer aquella mañana del 25 de agosto. No son ni las voces de Dietrich Von Choltitz, ni las del general Leclerc, ni las notas de La Marsellesa, ni el estruendo de los cañones que destruyen una de las ciudades - la otra Nueva York - donde se apoya uno de los brazos del puente del mundo.

No resuena la voz del ‘Ruiseñor de Avignon’, o sea, Mireille Mathieu, con su melena a media cara que canta con notas guturales y habla de libertades y cañones de otra guerra. La guerra viene de otro sitio, de otra mentalidad, de otro mensaje. Como presagiaba la canción, Paris espera un nuevo día y una nueva luz.

Hoy, y ayer, y el día anterior… Paris ha amanecido bajo el cielo gris, plomizo y lluvioso propio del invierno. Ha perdido la luz – “La Ville lumièr”, la llamó alguien – por mor de la ceguera de algunos hombres.

Decía una corresponsal que en Notre Dame solo se escuchaban la lluvia y el ‘repique’ (sic) de campanas. Señora, con todos mis respetos, las campanas de Notre Dame no repicaban, doblaban a muerto que es algo muy distinto. Que usted no sepa utilizar el lenguaje es otro cante…

Paris, ha sido un caos de angustia y de nudos en la garganta. El pueblo francés, tan chauvinista, tan de sus cosas, tan suyo, es merecedor de la admiración, del cariño y del respeto.


Todos hemos sido Charlie. Todos hemos sentido su dolor como nuestro. ¿Arde Paris? No. Paris no podía arder: habría ardido la libertad aunque todo haya terminado (¿?) con una explosión enorme de rabia y de tristeza.

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