jueves, 15 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los muchachos

                                           

Los muchachos subían por la Cuesta del Río cuando regresaban de los baños en las tardes de verano. Las tardes eran ardientes, abrasadoras y largas; muy largas. Tan largas que no acababan nunca.  El sol tardaba en trasponer por el Monte Redondo y las horas de remojo eran un alivio.

Los muchachos siempre bajaban al río a esas horas en que el pueblo entraba en un sopor interminable. Las madres recogían la cocina; se entornaban las puertas; las casas se quedaban en penumbra. Los hombres que no dormían la siesta se iban a echar una partida al bar.

Cuando el sol hincaba la cresta, entre los muchachos, se sabía que había que levantar  el hato y regresar al pueblo. Los muchachos traían las caninas abiertas. Ya habían devorado la merienda y con el baño el hambre se despertaba con más fuerza.

La Cuesta del Río tenía a ambos lados vallados de zarzas silvestres con moras  que cuando estaban maduras eran apetitosas y, a pesar de algún que otro pinchonazo, siempre sabían a un manjar exquisito.

 La Cuesta de Río tenía unas calzadas de piedra para que las bestias  no resbalasen en la bajada. En los meses de invierno había mucho barro. Los animales atascaban los cascos de sus pezuñas en el barro. En verano era un camino seco y polvoriento. Los muchachos siempre iban por las veredas y buscaban las moras maduras.

En la Cuesta del Río vivía un hombre ciego;  por encima de la casa de Molina, junto al arroyo de los Azulejos que los muchachos no sabían que se llamaba así vivía, también, otro hombre,  un hombre viejo y malhumorado que guardaba sus frutos de la voracidad de los muchachos.

Los muchachos se acercaban con mucho sigilo. El   viejo siempre estaba sentado debajo de la higuera, los veía antes que llegasen y no podían sorprenderlo… Entonces, el viejo la emprendía a terronazos  y los muchachos huían despavoridos.


Los muchachos iban algunas tardes hasta la ‘Argamasa’, aguas abajo de la Vega Redonda y enfrente del Morquecho; otras, se iban a los ‘Remolinos’ en la Barranca de la Barca. Había otros ‘bañaeros’: la Playita, la Nerisca de Lería… pero se iba por otros caminos. Los muchachos…

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