jueves, 31 de diciembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Año Nuevo

 

 


                                   

Y entonces, Dorís tomó las yemas de los dedos de él y suavemente comenzó a andar hacia la barca. La tarde estaba fría. Los últimos días del año, habían traído vientos gélidos de tierras lejanas y al salir el sol y cuando el ocaso aparecía, comenzaba a caer el rocío de manera imparable.

Dorís lo llevó hasta la barca que estaba varada en la arena de la playa. Las cumbres de las montañas, se tornaban anaranjadas, rosáceas. Aprehendían los últimos rayos del sol del último día del año. El calendario de los hombres decía, que mañana ya era Año Nuevo y el mundo comenzaría a vislumbrar que su esperanza…

Él se dejaba llevar. Dorís, la de las nalgas sonrosadas y pechos ebúrneos, la de los labios sensuales que tenían una manera de pronunciar las palabras como no las pronunciaba nadie… Dorís, la de los ojos que lo escudriñaban por dentro  y conocía cómo venía él cuando se acercaba a ella y depositaba sobre sus manos una rosa y entendía el mensaje de aquellas rosas lilas, violetas, moradas, rojas, amarillas, fucsias, blancas…

Un viento suave empujó la barca hacia el interior y él sintió que una vez más, estaba en los brazos de Dorís, porque pensó: “los hombres siempre que vamos a alguna parte – aunque no sabía a dónde iba en ese momento – cabalgamos sobre las olas”. Cerró los ojos y sintió la respiración de ella agitada en su pecho.

Las olas rompían contra la quilla. Las nereidas los acompañaban. Cabalgaban a lomos de delfines, de caballos marinos o de criaturas desconocidas que subían a la superficie desde la profundidad de las aguas.

Se alejaban las montañas. Se hundían poco a poco en la tierra.  Habían perdido de vista la playa y las casas de la ladera, y ahora el cielo estaba más cerca de sus manos y entonces, ella le dijo: ¿te das cuenta que la tierra es redonda? Por más que huyas, siempre volverás a mí. Al lugar donde yo esté, porque el destino así lo ha querido.

La barca avanzaba. Se echaba la noche encima. En la inmensidad de la oscuridad, palpitaban las estrellas y él reposó su cabeza en el pecho de Dorís y entendió que sí, que todo estaba escrito aunque fuera un imposible, como era un imposible parar el calendario de los hombres que decía que mañana era Año Nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario