Hacía rato que había anochecido.
Era noche cerrada y no porque se estuviese en los días más cortos del año, que
sí, y por consiguiente, la luz se iba antes, que también, sino porque eran esas
horas altas de la madrugada en que todo está en calma.
Ya habían pasado, como otras
noches, las lechuzas por el palomar. Un revoleteo de palomas y esos ruido
opacos y sordos con que se mueven las rapaces nocturnas, había delatado su
presencia. En la casuarina de enfrente, al
otro lado de la vía, el autillo lanzaba su mensaje monocorde. ¿Dónde se
meterían los gatos, se preguntó, a esas horas en que el viento ulula en la
chimenea?
La habitación, donde el hombre
pasa las horas a solas consigo mismo, es rectangular. Se accede por una
escalera de caracol. En uno de los laterales, una ventana que quiere ser ojival
por la parte superior, rompe el testero. Por la ventana entra el sol de la
tarde…
El hombre, sentado en la butaca
vieja de brazos vencidos, entornaba los ojos y pensaba... Era la butaca de
siempre, la que le acompañaba en las noches de lectura frente a la chimenea,
mientras se consumían entre las cenizas, los últimos troncos de olivo.
Reinaba el silencio. De vez en
cuando, en la penumbra, paseaba los ojos y derramaba la vista por los anaqueles
repletos de libros. Algún día, se decía para sí mismo, tendré que poner orden a
todo esto, ya he llegado al caos y cuando voy a buscar alguno en concreto, me
pierdo y sé que está y no lo encuentro…
Pensó en los libros que se había
comprado de joven. Y resultó que los recordaba. Como un fogonazo vino aquel
primer Quijote… Esbozó una sonrisa, ¡dieciséis pesetas! Qué poco dinero tenía
uno, pensó, que no le alcanzaba ni para comprar libros a ese precio. Eran los
libros de más satisfacciones... Después, apareció un ramillete de nombres de autores
que habían formado parte de su vida. Otros, pues… eso.
Tras los cristales, quiso ver un
halo de luz. Nada, un espejismo. Se levantó despacio. Abrió la ventana. El
cielo estaba plagado de estrellas, y fue entonces cuando lo entendió todo y lo supo todo. El hombre sintió que se le
humedecían los ojos, y un rosario de recuerdos pasó por su mente…
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