sábado, 26 de septiembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sonata de otoño

 

 

                                        


 

¿Sabes?  Siempre que escribo la palabra otoño, se me viene a la mente Aranjuez, porque en este estación tiene un encanto especial, distinto, diferente a los otro días del año. Aranjuez, que es un oasis en medio de los páramos que lo rodean, invita a hacer una parada en el camino. Allí se puede cumplir cualquier sueño y en otoño, entonces, solo en otoño, alcanza todo su esplendor. Es como un suspiro escapado del alma que se pierde por no sabemos dónde…

Gimen las hojas quebradas en el silencio de los pasos. Bajaron lentamente, como un bamboleo sensual desde las ramas más altas de  las copas de los árboles, de otros árboles que no alcanzaron la altura de los plátanos, pero todas, indefectiblemente todas,  alfombraron el suelo.

Acercarse  a Aranjuez y pasear bajo los plátanos, y tocar con las yemas de los dedos los mirtos que orlan los paseos, y ver cómo los patos consumen las horas largas sin prisa, en el remanso del Tajo y escuchar cómo son los silbos de los mirlos, en otoño, tienen un encanto que llega a las honduras más recónditas del alma.

Todo es un sueño, un sueño hermoso.  Por el cielo se columbran las nubes, mitad plomizas, mitad espolvoreo de azúcar que las hacen como de algodón para que se relaman los ángeles golosos. Vienen de algún sitio, van para alguna parte.  Y aunque uno se lo pregunte muchas veces ¿Adónde irán esas nubes?, y no esperase ninguna respuesta, siempre estará la mirada escudriñadora para verlas cómo  se pierden por el cielo. 

En la lejanía, entre jardines se pierde el río. Pasa lento, pausado, acaricia los muros del palacio, sin echar cuenta de los ojos que se miran en él y ven figuras de fantasmas en su fondo, figuras de capricho que crea la  imaginación, su fantasía.

A esta hora en que ya el sol está bajo en el horizonte y se han ido los curiosos… entonces es cuando hay que aprehender todo Aranjuez. Están maduras las bayas. Se extiende un manto de silencio, la luz se apaga, y entonces, precisamente, entonces, uno cree escuchar cómo se deslizan las notas por las cuerdas de los violines y se acuerda del maestro Rodrigo… ¿Será el viento que juega entre las ramas de los almeces, los alisos y los magnolios? No, no. Es una sonata de Aranjuez en otoño.

 


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