martes, 15 de septiembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mujer que tenía los ojos azules como el mar IV






La distancia entre Positano y Amalfi no llega a cincuenta kilómetros. La carretera, tortuosa y estrecha, discurre a ratos por la cornisa, y en otros momentos cercana a la orilla del Tirreno.

Aguas azules y limpias,  cristalinas. La cercanía de las rocas y acantilados, la hacen profunda y sin posibilidad de que las mareas remuevan las arenas de fondo.

Aquella mañana, decidieron que pasarían el día por la costa. En Laurito contemplaron – a pesar de su cercanía al mar -bosques de alisos, hayas y castaños. La orografía no le es favorable,  y a pesar de todo, se agarran al turismo como una posible vía de ingresos.

Praiano está un poco más al este, antes de la desviación para Furore. Es un pueblo pequeño con mucho encanto, tanto, tanto, que es difícil  encontrar aparcamiento por la cantidad de gente que acude. Hay que subir y bajar constantemente. El coche es útil solo para llegarse hasta él, pero luego… ¡Ay, luego, que cruz tener un coche y no saber dónde dejarlo!

En Praiano hay dos iglesias, la de San Gennaro, en una enorme plaza silenciosa. Sus cúpulas están recubiertas de cerámica. No pudieron entrar porque estaba cerrada. Una escalera baja hasta la playa del Lido. Un cartel lo anuncia. La iglesia de San Luca Evangelista es pequeña, con mezclas de la arquitectura mediterránea… Desde cualquier punto, unas inevitables escaleras llevan a la playa: Marina di playa o a Cala de la Gavitella y, enfrente, siempre Capri...

Dicen que allí nació el limoncello… y una de las más bellas leyendas de amor. Hércules, hijo de Zeus, se enamoró de Amalfi que tenía los ojos azules como el mar. Cuando murió, la enterró en el lugar más bello de la tierra, donde las aguas pudieran acariciar eternamente su cuerpo. Allí nació la ciudad.

Amalfi está al pie del monte Cerreto. Es una de las cuatro repúblicas – las otras tres: Genova, Venecia y Pisa -  que Italia tenía abiertas al mar. Toda ella es un monumento natural y por si fuera poco, los hombres construyeron la catedral de San Andrés el Duomo, el símbolo de la ciudad.

Subieron despacio, no se cogieron de la mano para subir las escaleras porque la leyenda dice que eso…  Se sentaron en la escalinata, desde allí contemplaron la belleza que se abría ante ellos, y entonces degustaron un helado de fresa, chocolate y nata…





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