sábado, 12 de septiembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mujer que tenía los ojos azules como el mar I




Habían salido de Roma muy temprano. La Campania, a final de verano, estaba agostada, los pastos secos. Atrás quedaron Cassino, Caserta... Pasaron por Nápoles sin detenerse, a la izquierda, el Vesubio. Un indicador en la autopista mostraba la salida hacia Pompeya.

Enfrente, se abría todo el golfo de Nápoles. En la lejanía, más al norte, la isla de Ischia, casi en línea recta, Capri. Por su mente, recuerdos de Ulises y sirenas que embaucaban a los navegantes. Hervé Vilard había dejado una canción romántica de un amor de otro tiempo. “Capri, c’est fini”…

Positano los esperaba a la entrada de la costa Amalfitana. Frente a ellos, el golfo de Salerno… La tecnología los llevaba por una carretera estrecha. Una voz enlatada les informaba, “toma la primera salida a la derecha”, “después de un kilómetro, en la rotonda, la cuarta salida…” Todo era una curva continuada; el acantilado sobre el mar se elevaba poco a poco. Abría un paisaje bellísimo. Conocido, pero no por eso menos sugerente…

La tarde caía lentamente con una dulzura inusitada sobre el mar. El sol estaba ya bajo en el horizonte. Enfilaron la Via Regina Giovanna. Cuando llegaron a la puerta de la casa de su amigo Lucca Stroperno, aparcaron… Tocaron el timbre y apareció, primero Gigliola – bueno, en realidad se llamaba Brina, pero él la llamaba Gigliola porque decía que tenía el pelo negro y lacio, y los ojos grandes, como la Cinquetti, cuando ganó San Remo, y los había enamorado… - Detrás venía Lucca, con la americana medio abrochada…

Ella, en la habitación, corrió el visillo de la ventana. Sobre los tejados se sobrecortaba la silueta de la Santa María Assunta. Él siempre la llamó la “iglesia de la Asunción”. La cúpula de ladrillos vidriados en amarillo y verde, como los colores del sol en algunos momentos del día,  en su opinión, era de las cosas más hermosas que había visto…

La costa se recortaba y se perdía entre salientes. Trepaban las casas monte arriba. Vegetación exuberante y delante… delante de ellos el mar azul, que a esa hora comenzaba a tornarse oscuro. Entonces, ella pulsó en el móvil y la voz de Rita Pavone comenzó a cantar: “Qué me importa el mundo, cuando tú estás muy cerca de mí…” Y él entonces, depositó sobre sus labios un beso suave y tierno…



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