martes, 3 de octubre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. "Mami, la amo. Voy a morir"

 

 

                      

                                       

                                        Discoteca de Murcia.

 

3 de octubre, martes. Eran seis palabras. Solo seis palabras. Era la despedida de una chica, Paola, diecisiete años que contactaba con su madre desde un punto lejano, en teoría de ocio, en la práctica un calvario de dolor y fuego de infierno. Apuntaba a duras penas el alba; eran poco más de las seis de la mañana.

Llamaba desde la tierra de Murcia. En la ciudad por la que pasa el río Segura se había abierto, de golpe, el fuego por no se sabe qué causas en dos discotecas, al parecer contiguas. Celebraban una fiesta. Eran cuatro – habían venido de Caravaca de Cruz y se habían encontrado con otra cruz – pero solo una chica contactaba a través del teléfono: “mami, la amo. Voy a morir”. Corta pero tremenda despedida. Terrible. Sabía que iba a morir…

Debió ser algo horrible. También es horrible la duda y el “¿por qué” de todo esto. Aparecen cantidad noticias. Muchas contradictorias; otras. sin explicación convincente. Declaraciones con más o menos fuerza, rabia y dolor, impotencia. Todo es para nada. Los muertos esperan la identificación forense; la vida, dentro de unos días, seguirá…

Ustedes me van a decir que tiene que ser así. Puede que la razón lo imponga, pero ¿dónde está el sentido común que explique todas esas preguntas que nos hacemos? No tenemos capacidad para dar una respuesta satisfactoria.

Ahora toca abrir diligencias; luego, una investigación. Después la máquina de la Justicia lenta, a destiempo, pesada cuando no contradictoria, y un montón de indeseables que incumplieron – para ganar más, no les quepa la menor duda – todas las reglas que decían que esos dos locales tenían que estar cerrados. Todos sabemos lo que significa estar cerrados, ¿verdad? Hay una pregunta de cajón. ¿por qué estaban abiertos?

Bueno, ahora verán a algunos de trajes y corbatas negras para la ocasión; otros, desesperados sin que nada ni nadie pueda llevarles el consuelo. Un puñado de vidas cegadas por la hoz de la muerte una noche de diversión, de copas y ocio, de asueto…. Un coche, parado un poco más allá donde cuatro jóvenes se acercaron a Murcia desde Caravaca de la Cruz a pasar una noche entre amigos sin saber que iban a abrazar la cruz de su muerte y a darles a sus seres queridos la cruz del desconsuelo. “Mami, la amo. Voy a morir”. Terrible, el alba apuntaba; el alba de sus vidas se quedaba sin luz. Ellos sabían que iban a morir…

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