jueves, 12 de octubre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Saroyan y otra cosas


                          


12 de octubre, jueves. Una llamada de Marisa Seguro me avisa de un obsequio. Me llamo Aram de William Saroyan. Sabe de mi admiración por el escritor norteamericano de origen armenio y autor de otra obra deliciosa La comedia humana. Me dice Marisa que quiere que yo la tenga.

Descubrí a Sarayan de muchacho, de la mano de Lorenzo Orellana. Desde entonces,  Homero Macaley o sea el propio autor que reparte telegramas en Ítaca, California y su hermano Ulises, la ingenuidad que todos queremos alcanzar perocasi nunca, conseguimos, son amigos.

Ahora, en Me llamo Aram se mezclan los dos. Eso suele ocurrir en muchas obras como en Los Chicos de Ana María Matute (¿se acuerdan de aquella memorable tarde de verano cuando, en la siesta, se emplean en las zarzamoras del camino?) Cualquiera de nosotros podría ser uno de ellos.

Nos identificamos también con otros personajes. Tom Sawyer da color a la empalizada de la tía Poly o admira a los barcos que suben o bajan por el río porque en el fondo era el mismo Mark Tawain, o era nuestro Mississipi particular.

Los catorce relatos que aparecen en el volumen de Me llamo Aram es una radiografía de la propia vida del autor, de sus amigos, de su entorno en Fresno, de su familia, pero en palabras de Saroyan nadie puede identificar a ninguno de los personajes. Todos reconocen cosas de los otros,  que dan vida a los catorce relatos. Parece un juego de palabra. No lo es. Todos tienen algo de todos.

Los ojos def muchacho protagonista son unos privilegiados. Miramos un mundo a nuestro alrededor y lo hacemos nuestro y se llega a un momento en que no sabemos que hay ahí de nosotros mismos o si nosotros somos eso solo que con un tinte especial y distinto.

Es delicioso el primer relato – los otros, también – como ese posible ‘robo’ del caballo blanco con un desenlace sorprendente. Es genial el capote de la abuela al hijo bohemio y músico que se va a recolectar sandías… cuando la cosecha ha terminado. Es admirable el golpeo de la silla del señor Derringer con la correa para que todo parezca real.

Es un libro para aislarse de los telediarios (¿a que ustedes me entienden?) Gracias, Lorenzo porque siendo un muchacho conseguiste que se cruzaran algunos caminos.

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