lunes, 31 de mayo de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un platito con jazmines

 

                           

                   


Por estas fechas, el Superior, nos daba el calendario de exámenes. Era algo tan temido, como el sorteo que al mediodía hacían en las plazas de toros con el encierro ya en los corrales. A finales de mayo, el curso, por muchas vueltas que se diesen y por muchos repasos de última hora, ya estaba acabado.

Después sabíamos que venían las vacaciones, pero antes había que pasar el trago de los exámenes finales. Sobre los primeros días del verano, o sea, en torno al solsticio, volvíamos al pueblo y al reencuentro con todo lo que nos habían hecho dejar aparcado por un tiempo.

La primavera, como en otros sitios, ya estaba casi acabada. Había vestido el campo de verde por febrero. Marzo había puesto flores en los frutales. Abril, había hecho el campo, porque no hay que olvidarlo, en mi pueblo, al campo lo hace el mes de abril. Mayo con sus primera calores le había dado una tonalidad de amarillo y estaban en sazón las cebadas…

Cuando yo llegaba, me acercaba al arroyo. Era una forma de tener un reecuentro esperado. El arroyo aún llevaba un chorro de agua clara y bajo las adelfas, en los ancones, había pececillos que había subido cuando las bogas, por san José, pero ellos no sabían que estaban condenados a morir en cuanto apretase la calor y el arroyo dejase de correr…

En los álamos del río, de madrugada cantaban los ruiseñores y, a estas alturas de la primavera estaban volados casi todos los nidos: chamarines, verderones y jilgueros, eran colonos nuevos en un paisaje que ellos, al igual que yo, casi íbamos descubriendo.

Los volantones de golondrinas, se congregaban en los cables del telégrafo – porque entonces los postes orillaban las carreteras – y entre ellos se daban las consignas para echar el día. Nunca se han descifrado esos mensajes que dan las golondrinas madres a sus hijos, cada mañana antes de comenzar la jornada.

Por las tardes, estas tardes de cielo azul y limpio, las muchachas iban al parque y una nube de aviones y vencejos se adueñaban del aire y eran el terror de las masas de mosquitos. También eran un alivio de servicio de limpieza. Mi madre, ponía en un platito con agua los primeros jazmines para evitar que nos diesen la noche los que habían escapado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario